martes, 29 de noviembre de 2011

LUZ DE NOVIEMBRE



La pasada noche concluí la lectura de la novela “Luz de noviembre, por la tarde”, debut literario de mi paisano Eduardo Laporte. Elegí esta opera prima como área de descanso entre dos títulos de Javier Marías, en concreto “Los enamoramientos” y “Mañana, en la batalla, piensa en mí”. Laporte –Pamplona, 1979-, un periodista especializado en Cultura que colabora con varios medios de comunicación nacionales, ha desnudado su alma ayudado de las palabras para, de este modo, firmar un trabajo intenso y sincero que coloca al lector frente al drama de la enfermedad y de la muerte.
En el año 2000, con apenas veintiuna primaveras, Laporte asistió a los fallecimientos de sus padres, víctimas de sendos cánceres, en el breve lapso de los nueve meses que van de marzo a diciembre. Ha tenido que transcurrir una década para que todos los sentimientos que trasladó en aquellas fechas a las páginas de una libreta provisional tomaran forma y encontraran el cauce adecuado para ser mostrados ante los ojos ajenos, en una suerte de reconciliación con sus circunstancias personales.
El escritor plasma con pluma certera un drama que, a fuerza de ser real y vivido en carne propia, alcanza inevitablemente el corazón del lector. Huyendo de la manipulación sentimental y centrándose fundamentalmente en la transcripción de ambas batallas finalmente perdidas contra la cruel enfermedad, la prosa del hijo prematuramente huérfano por partida doble transforma la amargura en melancolía, el dolor en esperanza, la ausencia en admiración.
Según declaraciones del propio autor, leerán “Luz de noviembre, por la tarde” sobre todo los valientes, porque trata del último tema tabú de la sociedad, la muerte, de la que nadie apenas habla porque la gente cree que eres un aguafiestas si lo haces. Mirar al pasado de frente es bueno. Hay que mirar con cierta frecuencia el retrovisor.
Recomiendo abiertamente este libro, verdadero testimonio de un permanente amor filial que se extiende más allá del último adiós.

viernes, 25 de noviembre de 2011

LA PELIGROSA OBSESIÓN POR LAS CALIFICACIONES ESCOLARES

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 25 de noviembre de 2011



Corren malos tiempos para la educación en España. Todas las estadísticas, encabezadas por el temido Informe Pisa, nos sitúan en el furgón de cola europeo en lo que se refiere a una materia tan prioritaria. Las cifras que reflejan el grado de fracaso escolar ponen de manifiesto la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Yo, que tengo la inmensa fortuna de contar entre mis amistades más estrechas con varios docentes que, a menudo, me transmiten sus preocupaciones, estoy plenamente convencida de la importancia suprema de la formación intelectual como base de una sociedad de la que podamos sentirnos orgullosos.

Por otra parte, siempre he defendido la idea de que la familia educa y la escuela instruye e, igualmente, he manifestado mi completo desacuerdo con esa aspiración de algunos padres de que sean los profesores quienes les sustituyan en la transmisión de valores y modelos de conducta que considero exclusivos del ámbito doméstico. En compensación, jamás he puesto en entredicho los métodos pedagógicos y calificadores de los numerosos maestros que han impartido clases a mis hijos, ni siquiera cuando no los compartía. Muy al contrario, he respetado al cien por cien su forma de enseñar cada asignatura y sus criterios de evaluación.

Dicho esto, y habida cuenta que estamos inmersos en plena época de exámenes, me gustaría exponer y analizar una costumbre cada vez más extendida en determinados centros y que no es otra que la pretensión de que padres y madres se involucren, como si  fuera una rutina familiar añadida, en la realización de las tareas escolares. En otras palabras, que se conviertan en una especie de docentes complementarios a domicilio. Y que quede claro que no estoy hablando de una mera supervisión académica ni de una colaboración esporádica sino de una intervención en toda regla. No puedo evitar retrotraerme a épocas pasadas en las que raro era el progenitor que se reunía con tutores o maestros y, menos aún, que acompañara a su prole mientras ésta hacía los deberes. Por regla general, los adultos de entonces no tenían ni el tiempo necesario ni la formación suficiente para abordar dicho cometido, por más que su máxima ilusión fuera que la generación que les iba a suceder aprendiera lo que ellos, víctimas de unas circunstancias poco propicias, no habían tenido oportunidad.

Si padres y docentes exigimos el respeto mutuo de nuestros respectivos ámbitos de actuación –educar los primeros e instruir los segundos-, no parece lógica esa velada exigencia de cooperación por parte de los colegios y, menos aún, esa actitud de algunas familias que se obsesionan con el hecho de que sus hijos sean los mejores de la clase y que, para la consecución de tal fin, emplean buena parte de la semana, festivos incluidos, en estudiar en equipo los contenidos de los exámenes de los chiquillos, hasta el punto de no saber si la nota final corresponde a unos o a otros y, lo que es peor, desconociendo la auténtica capacidad individual del niño.

Que conste que soy la primera en inculcar la importancia del esfuerzo y en exigir unos resultados acordes con la capacidad del alumno pero sin que éste llegue a percibir a su compañero de pupitre como el rival a batir. Además, conviene no olvidar que dichas calificaciones suelen combinarse con las tareas, la participación en clase y los trabajos en grupo pero que, por sí solas, no evalúan ni la capacidad de relación, ni el grado de integración ni las diversas inteligencias del ser humano. Debe ser por eso que en Finlandia, país que encabeza el ranking internacional en materia educativa, suprimen las notas en la escuela elemental porque creen que debe ser la “escuela de la cooperación y no de la competición”. Para meditar.

lunes, 21 de noviembre de 2011

"DIVORCIARSE" DE LOS HIJOS YA NO ES UNA UTOPÍA (NUEVA VERSIÓN)

Artículo publicado en La Revista de la Feria del Divorcio el 21 de noviembre de 2011



Esta misma semana, mientras asesorábamos a un matrimonio que acudió a nuestro despacho con la intención de divorciarse de mutuo acuerdo, asistí con tristeza al retrato que la citada pareja hizo de su propio hijo. Al tratarse de un joven de veinte años que encaja como un guante dentro de la denominada generación ni-ni, sus progenitores manifestaron el deseo de incluir una cláusula dentro del convenio regulador para ponerle fecha de caducidad al sostenimiento económico de tan irresponsable vástago.

Este concreto caso me ha recordado a otro que sucedió el año pasado en una provincia de Andalucía y que, por lo novedoso de su resolución, saltó a los medios de comunicación nacionales. El protagonista era un joven de veinticinco años que, ni en sus peores pesadillas, podía sospechar que el chollo de vegetar a costa de papá y mamá estaba a punto de tocar a su fin. Un buen día, el aguerrido joven, tan sobrado de ínfulas como escaso de perspectivas, decidió demandar a sus padres porque, aunque le mantenían a plena satisfacción e incluso le pagaban religiosamente la letra del coche, se negaban a darle más dinero para sus gastos, incapaces de seguir soportando los niveles de tensión y conflictividad a los que la carne de su carne les tenía sometidos. Fue el ambiente de hostilidad y el grado de convivencia cero del que hacía gala el sujeto los que propiciaron la negativa familiar a satisfacer sus exigencias y, por ende, la gota que colmó el vaso del caradura. Sin duda, la afrenta resultó excesiva para quien ya había cumplido de sobra el cuarto de siglo sin dar un palo al agua. De hecho, estaba matriculado en la Facultad de Derecho de Sevilla pero, hasta aquel momento, tan sólo había aprobado tres asignaturas de la carrera. Desde luego, no puede decirse que gozara de un expediente académico muy competitivo pero es que tampoco, a falta de inquietudes intelectuales, volcaba sus afanes en el ámbito doméstico. Por el contrario, se esmeraba en encajar a la perfección en ese sector de jóvenes mayores de edad sin ningún interés ni por trabajar ni por estudiar.

El caso es que cuando, cargado de razones, decidió llevar a sus progenitores ante los Tribunales con el fin de, además de seguir bajo su mismo techo, sablearles cuatrocientos euros al mes para costearse los caprichos, no podía sospechar que sus Señorías le tenían reservados otros planes. Durante la celebración de la vista, y gracias a la declaración de uno de sus hermanos, quedaron acreditados los insultos y los malos tratos en el seno de la unidad familiar. El padre -empleado de una empresa de recogida de basuras- y la madre -camarera de hotel- manifestaron su desesperación ante semejante situación y expresaron el deseo de que el muchacho abandonase su domicilio, si bien se mostraron dispuestos a abonarle una pensión temporal de doscientos euros mensuales durante dos años, para no provocarle una situación de repentina inasistencia. La sentencia del Juzgado de Familia número 5 de Málaga desestimó las pretensiones del demandante y le recriminó su mala conducta, origen de una convivencia insostenible que ningún padre está obligado ni legal ni moralmente a soportar.  El Magistrado declaró igualmente el cese de la obligación paterna de alimentos y comunicó al afectado que contaba con un plazo de 30 días para recoger todos sus efectos personales, abandonar el domicilio y empezar a  -como se dice coloquialmente- buscarse la vida.

Nuestro ordenamiento jurídico no contempla la figura del divorcio de los padres respecto de sus hijos. Se es padre o madre para toda la vida. Pero lo que sí puede darse es un símil de separación cuando ese hijo no acepta unas normas básicas y, amparándose en el Código Civil, abusa de su condición filial. Así pues, sería recomendable que más de uno dedicara parte de su envidiable tiempo libre a la lectura de dicha resolución judicial porque, como aviso para navegantes, no tiene desperdicio.



sábado, 19 de noviembre de 2011

UNA JORNADA PARTICULAR (DE REFLEXIÓN)


Fecha: 19 de noviembre de 2011.
País: Lo que en otro tiempo fue España.
Situación: Al borde del abismo.

Apenas han transcurrido seis meses desde mi última visita a las urnas y, en el convencimiento de su plena vigencia, expongo nuevamente las ideas que ya entonces expresé sobre el papel:

“Coincidiendo con los albores de la precampaña, llevaba varias semanas de ardua preparación psicológica en previsión de la que se me venía encima con la inminente cita ante las urnas pero, lamentablemente, no me ha servido de nada. Ni los ejercicios de respiración, ni los tapones para los oídos, ni las valerianas nocturnas han contribuido al resultado deseado. La antiestética pegada de carteles, unida a los cansinos reportajes televisivos y a los recurrentes anuncios radiofónicos, me ha sumido, como ya me temía, en la más profunda de las depresiones. Y es que enfrentarme por ciclos a semejante sobredosis de falsedades me hace contemplar seriamente la posibilidad de prenderle fuego al carnet de identidad y lanzarme a la búsqueda de paraísos perdidos donde los políticos profesionales tengan reservado el derecho de admisión. Como primera medida de supervivencia, he salido estos días de mi casa cruzando los dedos para no coincidir en el trayecto con alguno de estos individuos sonrientes y edulcorantes que se afanan, por supuesto sin éxito, en llevarme al huerto. Confieso que en estas últimas jornadas me ha tocado cambiarme de acera en más de una ocasión. Menos mal que ocupo una franja de edad intermedia que me hace inmune a que me pellizquen en la cara o, en su defecto, a que me engañen en el club de jubilados de turno mientras estoy echando la partidita vespertina de dominó. Salvado el escollo del encontronazo no deseado, llego al hogar y, al abrir el buzón del correo, una caterva de sobres con publicidad electoral se desparrama sin remedio sobre mis piernas. Más fotos. Más promesas. Más hartazgo. Comienzo a proferir una serie de exabruptos amparada en la feliz circunstancia de que estoy sola y, por lo tanto, a salvo de ser tachada de ordinaria. Pero, de pronto, reparo en que, más pronto que tarde, tendré que decidir a quién votar, aunque sólo sea por dar ejemplo de democracia a la carne de mi carne.  Y resuelvo que, aunque mi voto sea una gota en el océano y corra el riesgo de ser calificado como inútil,  es mío y me niego a prostituirlo adhiriéndome a esa desoladora teoría del “second best” que me aboca a elegir entre los malos o los peores. Lo más probable es que ponga mis principios a salvo de esta mediocre oferta cuatrienal y prescinda de siglas mayoritarias que llevan varias legislaturas defraudándome. Estoy asqueada de ministros sin estudios que dicen “cónyugue”, “convinción” y “espetativas”, de diputados que se levantan la friolera de seis mil euros mensuales sin ni siquiera acudir a unas sesiones parlamentarias mínimas, de listas cerradas a cal y canto salpimentadas de imputados por corrupción, de un partido de la oposición acomplejado e incapaz de dar un puñetazo encima de la mesa ante el temor de perder eventuales votantes, de directivos bancarios corresponsables de la crisis financiera a quienes nuestro Gobierno socialista tapa las vergüenzas y no arrastra de los pelos ante los Tribunales, de Magistrados supuestamente prestigiosos que obedecen sin rechistar las consignas de quienes les nombraron para el cargo,  aunque por el camino vayan dejando un reguero de errores judiciales, de parásitos nacionalistas y cortos de miras capaces de vender su alma al mejor postor con tal de seguir en la poltrona. En definitiva, de listos que me toman por tonta cuando afirman que no me conviene saber de antemano con quién compartirán lecho en cuanto acabe el recuento de voluntades. ¡Cómo envidio a los pueblos capaces de denunciar responsablemente los abusos que sufren y de luchar por  unas justas pretensiones! Al menos, demuestran tener sangre en las venas. Aquí, mientras tanto, nos dejamos anestesiar el cerebro con los programas de la telebasura. Es demoledor admitirlo pero, en definitiva, tenemos lo que nos merecemos.”

A pesar de todo, mañana volveré de nuevo al mismo colegio electoral y mis hijos me ayudarán a introducir cada papeleta en su sobre y cada sobre en su urna. Por responsabilidad ciudadana. Porque cada voto cuenta.

martes, 15 de noviembre de 2011

NOVATADAS UNIVERSITARIAS:CUANDO LA BROMA SE CONVIERTE EN DELITO

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de noviembre de 2011

Octubre, por mor del comienzo del curso académico, se alza como el mes elegido del calendario para iniciar unas actividades aparentemente inocentes que, en realidad, esconden una amplia variedad de excesos sangrantes cuyas víctimas son los estudiantes novatos que acceden a las aulas universitarias. Esta polémica tradición se remonta a la Edad Media y su origen está ligado a ciudades como Salamanca y Alcalá de Henares, aunque sean Madrid, Valladolid, Santiago o Cáceres quienes han recogido el testigo y sea en sus campus donde más se realizan estas prácticas. En algunos centros están vedadas en atención a sus nefastas consecuencias pero en otros continúa siendo un método de supuesta integración del recién llegado. Estos atropellos se repiten curso a curso por toda la geografía española y, en ocasiones, llegan a provocar en los afectados, además de serias lesiones de carácter físico, efectos perversos en su autoestima.

Así ocurrió recientemente con tres miembros de un colegio mayor compostelano que fueron ingresados con heridas graves en los ojos, fruto de una batalla estudiantil en el transcurso de la cual les arrojaron al rostro detergente industrial. Dos de ellos tuvieron que ser operados y su pronóstico aún hoy está pendiente de evolución. En la actualidad, las novatadas son mucho más difíciles de controlar que en el pasado, debido a que los veteranos han trasladado a las calles el ámbito de su comisión para evitar así las correspondientes sanciones que los centros educativos tienen el deber y la obligación de imponer. La máxima expresión del castigo es la expulsión y, si bien en los Rectorados se reciben cada vez más denuncias, es necesario que el número de jóvenes que opten por acudir a la vía judicial sea superior.

A pesar de que el Código Penal en su artículo 173 permite asimilar estos comportamientos a los delito de tortura y contra la integridad moral -que conllevan penas que van desde los seis meses a los dos años de prisión-, muchos agredidos no acuden a los juzgados por motivos tan dispares como la inexplicable aceptación de la situación o el sentimiento de una especie de Síndrome de Estocolmo respecto del agresor. El propio Tribunal Supremo dictaminó en una sentencia de abril de 2003 que “la realización de novatadas puede ser considerada como delito, así como las conductas que puedan producir sentimientos de terror, de angustia y de inferioridad susceptibles de humillar, de envilecer y de quebrantar, en su caso, la resistencia física y moral". Además, el Alto Tribunal ha impuesto elevadas indemnizaciones de hasta un cuarto de millón de euros en aquellos casos en los que se ha ocasionado una discapacidad grave al damnificado.

Precisamente se acaba de crear en Galicia la primera asociación nacional en contra de esta forma de maltrato universitario. Sus miembros piden "tolerancia cero" frente a lo que, a su juicio, son sencilla y llanamente torturas y vejaciones que tan sólo se explican desde el más deleznable sentido del humor o, peor aún, desde un afán perverso de hacer daño de forma gratuita. En este sentido, cabe resaltar que otros países como Estados Unidos e Inglaterra tampoco son ajenos al ejercicio de estas conductas humillantes. Incluso el pasado mes de marzo se planteó en Francia la creación de una ley específica de responsabilidad penal sobre estas materias. Para concluir, me tomo la libertad de trasladar a los lectores un par de reflexiones personales que me preocupan enormemente: ¿Dónde está la línea que diferencia un acto de integración de otro constitutivo de delito? ¿Hasta cuándo se seguirán cometiendo tropelías en nombre de la sacrosanta tradición?

lunes, 14 de noviembre de 2011

UNA VOZ EN DEFENSA DE LA CUSTODIA COMPARTIDA

Artículo publicado en La Revista de la Feria del Divorcio el 14 de noviembre de 2011

La profunda crisis que actualmente azota a países de medio mundo tiene su reflejo en escenarios de lo más variopinto. En los despachos de abogados se asume que el descenso experimentado en el número de divorcios es otra consecuencia lógica de la actual coyuntura económica. A día de hoy resulta más viable realizar modificaciones a la baja de convenios reguladores ya existentes que iniciar nuevos y costosos procedimientos de separación. En cualquier caso, al tratar estos temas, los profesionales del Derecho detectamos que los conceptos de patria potestad y guarda y custodia, pese a sus notables diferencias, mueven a confusión a muchas personas ajenas al ámbito jurídico. Así, mientras que la primera se define como la relación existente entre padres e hijos menores materializada en una serie de derechos y deberes centrados en su protección, desarrollo y educación integral, la segunda consiste en cuidar, asistir y vivir con ellos en su día a día.

Por regla general, la patria potestad es compartida por ambos cónyuges en los casos de divorcio y separación, excepción hecha de las situaciones de malos tratos o asimiladas. Hasta hace relativamente poco tiempo, la guarda se atribuía a uno de los progenitores –habitualmente, la madre- mientras que era el padre quien debía abandonar el hogar conyugal, estaba obligado a abonar las pensiones alimenticias correspondientes y gozaba de un régimen de visitas más o menos amplio establecido por sentencia judicial. La cruda realidad se ha encargado de demostrar que, en no pocos casos, este formato ha abierto las puertas a la injusticia, situando a numerosos varones en inferioridad de condiciones respecto de sus ex esposas, por más que algunos profesionales del Derecho (sobre todo, mujeres) se resistan a admitirlo y pequen de falta de ecuanimidad.

Desgraciadamente, los casos de utilización y manipulación de los menores por las partes implicadas en las disoluciones conyugales están a la orden del día. Incluso se puede constatar estadísticamente un inquietante aumento de denuncias falsas interpuestas por mujeres incursas en estos procesos. Esta involución no ha pasado desapercibida en los juzgados de familia, de tal manera que existe una corriente doctrinal cada vez más extendida que aboga por que la custodia compartida (considerada más propia de las sociedades anglosajonas que de las latinas) ya no sea la excepción sino la regla, con independencia – y aquí estriba la novedad- de que los otrora cónyuges mantengan o no una buena relación personal tras su ruptura. La experiencia profesional me predispone a estar de acuerdo con este trueque de excepción a regla, pero siempre y cuando hablemos de adultos capaces de dar la talla ante esta situación sobrevenida. De lo contrario, los menores implicados podrían verse irreparablemente perjudicados por la decisión equivocada de un juez.

Plataformas de afectados por esta cuestión luchan desde hace tiempo por un cambio legislativo profundo y urgente para que en el Código Civil se reconozca la custodia compartida como “derecho fundamental de los hijos a relacionarse con sus dos progenitores en igualdad de condiciones tras la separación o el divorcio”. La Comunidad Autónoma de Aragón fue la primera en aprobar la Ley de Igualdad en las Relaciones Familiares, pero una exigencia social cada vez más intensa ha propiciado la adhesión de otras autonomías. De hecho, algunos jueces ya han dictado sentencias en las que establecen que sean los padres y no los hijos quienes se turnen en el uso y disfrute de la vivienda familiar. De esta manera, pretenden evitar la sensación de desarraigo que invade a esas víctimas inocentes, obligadas a hacer la maleta y trasladarse a otra casa durante el período de visitas que corresponde al adulto con quien no comparten techo cotidianamente. A partir de ahora, el niño permanecerá siempre en su mismo entorno y serán los padres quienes deberán cambiar de domicilio durante el período estipulado -semanas, quincenas, meses, incluso cuatrimestres o semestres alternativos-.

Cualquier medida que se adopte con responsabilidad para preservar el mantenimiento de las relaciones paterno filiales debe ser defendida sin discusión y, en mi opinión, es la mejor vía para que todos los miembros de la familia salgan ganando.


miércoles, 9 de noviembre de 2011

CATÁLOGO DE ESPECIES A EXTINGUIR: V. LOS POLÍTICOS EN CAMPAÑA

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 9 de noviembre de 2011



Viernes cuatro de noviembre. Empieza el espectáculo. Observarán que me he apropiado descaradamente del título del célebre musical dirigido por el maestro  Bob Fosse, persuadida de que el término “espectáculo” es el que mejor define el panorama que nos aguarda durante las próximas dos semanas. También he barajado la posibilidad de ahorrarme la coletilla “en campaña” hasta el último minuto pero, por más que me lo pedía el cuerpo, no he querido pecar de injusta, no vaya a ser que, aunque yo no haya tenido la suerte de conocerlo, exista algún político que reúna las condiciones mínimas exigibles. Y no será porque no lo busque con denuedo detrás de cada sigla, habida cuenta que es justamente en época electoral cuando todos abren el tarro de las esencias y despliegan, emulando a los pavos reales, su cola multicolor.

Calles y plazas se inundan de enormes carteles que muestran un despliegue de photoshops antiarrugas, antiojeras, antipapada y antisarro. Mientras las pantallas de televisión emiten videos bochornosamente maniqueos y demagógicos -cuando no falsamente esperanzadores y/o empalagosos hasta la náusea-, las cuñas radiofónicas y los anuncios en prensa no les van a la zaga. Los primeros espadas de las futuras faenas (nunca mejor dicho) recorren sin descanso la geografía nacional repartiendo sonrisas, besos y carantoñas a diestro y siniestro. No hay niña de silleta ni anciano de bastón que se libre de los desparrames afectivos del candidato de turno, mientras sus subalternos ponen el broche de oro a su mitin en forma de bocadillos de mortadela. Los denigrantes coqueteos de los aspirantes al cargo ante su eventual electorado  traspasan la frontera de la ridiculez y confirman la terrible sospecha de que los votantes somos piezas de un tablero en cuya jugada final no tendremos, a la postre, ni arte ni parte.

La voluntad popular, soterrada bajo la falaz excusa de un falso consenso, se verá prostituida por quienes, conseguido el botín de nuestra ingenuidad, harán de su capa un sayo con tal de tocar poder, ignorando que la inmensa mayoría de los ciudadanos reniega de los pactos postelectorales. Por mucho que se empeñen en adornarla, se trata de una práctica rechazable y la prueba del nueve es que ninguno de ellos se arriesga a garantizar qué hará tras el recuento de las papeletas, sin duda porque ni siquiera lo sabe. Se resisten a admitir que, de entre una larga lista, la incoherencia es el pecado más imperdonable que un político puede cometer.

Ante semejante perspectiva, acudir a las urnas con ilusión no pasa de ser una utopía para el común de los demócratas. Sin embargo, una vez más iremos a votar en conciencia gracias a la responsabilidad que a muchos de ellos les falta. Se impone con urgencia un cambio del sistema electoral para que se haga efectiva la máxima de “un hombre, un voto” y es necesaria la implantación de listas abiertas para elegir a personas con nombre y apellidos cuyo nivel de preparación sea el criterio primordial de selección para ocupar cargos públicos. Pero, ¿quién le pone el cascabel a este gato si los partidos minoritarios no pueden y los mayoritarios no quieren?

Creo firmemente que la crisis en la que estamos inmersos tendría que tornarse en una oportunidad histórica para remover los cimientos del Estado autonómico, eliminar instituciones, reducir municipios y reestructurar administraciones. Para ello, es imprescindible confiar estas tareas a profesionales con un perfil más técnico y menos político.

De aquí al 20-N varios candidatos pretenderán hacernos comulgar con ruedas de molino por enésima vez pero deben tener bien presente que sus tan a menudo maltratados votantes tenemos memoria y exigimos respeto. Nuestro futuro y el de nuestros hijos están en juego.

martes, 8 de noviembre de 2011

LOS HIJOS COMO ARMA ARROJADIZA EN LAS RUPTURAS SENTIMENTALES (NUEVA VERSIÓN)

Artículo publicado en La Revista de la Feria del Divorcio el 8 de noviembre de 2011


Hace algunos meses saltó a las primeras planas de los periódicos la noticia de que un hombre divorciado había recurrido al Defensor Andaluz del Menor para interponer una denuncia, después de esperar durante más de tres semanas a que la tutora de su hija, que por aquel entonces contaba con dieciséis años y cursaba Primero de Bachillerato, tuviera a bien ponerse al teléfono -ni siquiera pretendía reunirse con ella personalmente- para informarle de sus calificaciones escolares. El denunciante  manifestó asimismo que su ex mujer  había incumplido de manera sistemática el régimen de visitas durante los tres  años anteriores, hasta el punto de que la ya adolescente ni siquiera conocía a una nueva hermana de padre nacida durante ese período.
Este caso particular no deja de ser uno más de los que recalan en los despachos y que nos sirven a los abogados para reafirmarnos en la extrema importancia de garantizar el derecho fundamental de todo menor a relacionarse adecuadamente tanto con su padre como con su madre y de seguir manteniendo vivos todos sus vínculos afectivos, que también incluyen al resto de parientes. Sin embargo, con demasiada frecuencia somos testigos de la utilización de los niños como arma arrojadiza en los fracasos sentimentales. Bajo la muy controvertida denominación de Síndrome de Alienación Parental se esconde, sin ningún género de dudas, uno de los rostros más sutiles del maltrato infantil.
Esta conducta, más habitual de lo que a simple vista pudiera parecer, produce daños irreparables en el bienestar emocional de las víctimas inocentes que la padecen, máxime porque la infancia es probablemente la etapa más hermosa en la evolución hacia la madurez y, en atención a su especial vulnerabilidad, debería ser protegida con un especial celo. Por ello, acordar el mantenimiento  de la relación afectiva con ambos progenitores tendría que ser para éstos el principal punto a resolver cuando ya han resuelto zanjar sus vínculos, además de una oportunidad de oro para demostrar ante quienes más quieren que su felicidad es lo primero, manteniéndoles al margen de unas rencillas que les sobrepasan y de las que no son en absoluto responsables.
Por regla general, el conflicto entre los cónyuges surge, no tanto por la decisión de poner punto final a la convivencia como por hacer partícipe de esa ruptura a su prole, que suele verse abocada a tomar partido en una guerra que le genera sentimientos de culpabilidad, impotencia e inseguridad, así como estados de ansiedad y depresión. En ocasiones, es triste comprobar que son los propios chiquillos quienes asumen un papel protector sobre el miembro de la pareja al que consideran más débil, desempeñando de este modo una función que no les corresponde bajo ningún concepto. Esta responsabilidad sobrevenida puede llevarles incluso a rechazar cualquier contacto con la otra parte implicada en el proceso y a justificar dicha postura ante cualquier instancia, jueces incluidos.
Tanto hombres como mujeres implicados en causas de divorcio o separación deberían ser capaces de entender que  esos regímenes de visitas cuyo incumplimiento llevan a cabo para perjudicar al otro miembro de la pareja, tienen su razón de ser y no son fruto de un capricho de nuestro sistema judicial. Su fin último es asegurar el derecho de todo vástago a conservar unos lazos afectivos insustituibles y a proporcionarle modelos de roles alternativos, además de  contribuir a que quien ostenta la guarda y custodia pueda descansar de ese cometido en las fechas estipuladas. La paternidad ha de ser ejercida desde la madurez y el equilibrio, huyendo de la humana tentación de la venganza. Aunque requiera un sobreesfuerzo, hay que trazarse como meta no hacer extensiva la ruptura afectiva a la relación paterno filial. No se me ocurre una demostración más generosa del verdadero amor.

viernes, 4 de noviembre de 2011

JUSTICIA POÉTICA PARA EL JUEZ POETA



Se dice que la mejor manera de vencer la tentación es caer en ella. También se afirma que, si bien en la vida real no siempre se da la verdadera justicia, a través de la literatura sí es posible conseguirla, de tal manera que, en la ficción, el bien se impone frecuentemente sobre el mal. Es lo que se denomina “justicia poética”. Así que, finalmente, no he podido resistirme a manifestar mi opinión personal acerca de un asunto que me atañe directamente y que desde hace una semana está siendo objeto de debate informativo dentro y fuera de Santa Cruz de Tenerife.

En esta hermosa capital canaria existe cierto juez con complejo de trovador que, cuando las musas tocan a su puerta, tiene a bien introducir en sus sentencias varios párrafos en verso. Su última hazaña literaria tuvo lugar a principios del presente año, siendo el blanco de su particular afición por las rimas la directora de una academia de azafatas representada legalmente por el despacho jurídico en el que presto mis servicios y que montó en cólera ante lo que consideró, con toda la razón, una descomunal falta de respeto.
Interpuesta por el letrado titular del bufete, Gerardo Pérez, la correspondiente denuncia ante el Consejo General del Poder Judicial, los inspectores de dicho órgano acaban de proponer la apertura del correspondiente expediente sancionador ante lo que consideran una conducta claramente sancionable. La noticia ha saltado a los medios de comunicación a velocidad neutrina para satisfacción del resto de víctimas de tan lírico magistrado.
Por lo visto, el émulo de Bécquer no piensa que la impartición de justicia sea una labor tremendamente seria, habida cuenta que detrás de cada litigio subyacen disputas e intereses personales que afectan sobremanera a los implicados. Tal vez al ganador del pleito le resulte indiferente que el fallo se redacte en forma de soneto pero, para el perdedor -aunque en este concreto caso la demanda se estimó parcialmente- se trata de una burla inadmisible y de una afrenta fuera de lugar. Nadie pone en duda la irrenunciable libertad de expresión del autor del texto en términos de argumentación jurídica pero, por más que la poesía sea un noble arte, no ha de ser jamás el lenguaje utilizado en unas resoluciones que no debe dictar para su lucimiento.
Conociendo el perfil del personaje, me gustaría saber cómo reaccionaría si cualquiera de los abogados a quienes con tanta displicencia suele tratar en las vistas cometiera la osadía de exponer su alegato final entre pareados y cuartetos.
Señoría: Háganos un favor y limítese a dar rienda suelta a su creatividad fuera del estrado. Su narcisismo le será de gran ayuda.