jueves, 29 de marzo de 2012

VIVAMOS CADA MOMENTO COMO SI FUERA EL ÚLTIMO (Nueva versión)

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de marzo de 2012


“Carpe diem” es una locución latina acuñada por el poeta romano Horacio que significa “aprovecha el día”, otra forma de decir “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” o “vive cada momento de tu vida como si fuese el último”.

Esta expresión se hizo muy popular hace un par de décadas gracias a la extraordinaria película protagonizada por el actor Robin Williams El club de los poetas muertos. En ella, un profesor de literatura centraba sus esfuerzos en extraer de los alumnos las mejores cualidades que albergaban en su interior. Pretendía transmitirles, no sólo el temario correspondiente a su asignatura, sino también la seguridad necesaria para que se enfrentaran al futuro con confianza y con ilusión, las pautas de un desarrollo personal pleno y una visión de la vida dominada por el optimismo.

Aquel peculiar docente no se cansaba de alertar a los adolescentes sobre la ineludible necesidad de que se quedaran con lo bueno, de que desecharan lo malo, de que jamás se rindieran y, sobre todo, de que lucharan por un ideal.  Sólo así, al final de su existencia,  podrían volver la vista atrás y afirmar que su paso por el mundo había servido para dejar en él una huella positiva. Resultaba sumamente emocionante observarle, subido en lo alto de un pupitre, mientras explicaba a aquel auditorio de futuros hombres que, desde aquella perspectiva más elevada, la realidad se veía de otra manera. Entretanto, aquellos muchachos que empezaban a VIVIR (con mayúsculas) apenas salían de su asombro ante un discurso tan innovador.

La cinta recoge un conjunto de ideas tan atrayentes como que el día de hoy no se volverá a repetir o que resulta imprescindible afrontar cada instante, no alocada, pero sí intensamente, mimando cada situación, sabiendo escuchar y  comprender a los demás y, finalmente, tratando de hacer realidad los sueños. Aquel hombre bueno, enamorado de la literatura, había conseguido llegar al corazón de sus discípulos gracias a dos cualidades infalibles para acceder al mundo infantil y juvenil: la sinceridad y la sencillez. Sin duda, les dejó una gigantesca herencia con su afirmación de que todos necesitamos ser aceptados por el grupo pero sin dejar de defender nuestras propias convicciones, aunque el resto de la manada no las comparta.

No puedo estar más de acuerdo con esta filosofía  pero, por desgracia, percibo a diario que el ritmo frenético que nos impone la sociedad actual nos impide apreciar en plenitud el principal don que poseemos: la vida misma. Somos víctimas de un modelo de desarrollo social que, aunque nos brinda los mayores avances científicos y tecnológicos, paradójicamente nos condena a no poder disfrutar adecuadamente de uno de nuestros bienes más preciados: la propia familia. Mujeres y hombres  nos vemos sometidos al yugo de los horarios laborales, persuadidos con la mejor fe de que, satisfaciendo las necesidades materiales de nuestros hijos -a menudo, en exceso-, transitamos por un camino que nos conducirá al éxito. Las consecuencias prácticas saltan a la vista y nos alertan, día sí, día también, de que estamos cometiendo un grave error.

Numerosos psicólogos, pedagogos y expertos en educación afirman con rotundidad que la infancia y la adolescencia son las dos etapas clave en la formación de la personalidad del ser humano y que son los períodos óptimos para dedicar a los menores, en la medida de lo posible, todo nuestro tiempo, si es preciso renunciando a otras ocupaciones o posponiéndolas para mejor ocasión. Parece que fue ayer cuando dormían en nuestro regazo y, casi sin darnos cuenta, más de uno ya nos saca la cabeza. No perdamos esta oportunidad única que no volverá jamás. No nos resignemos a compartir techo y comida con unos hijos desconocidos, regalémosles horas, conversemos más con ellos. Vivamos cada momento de nuestra vida como si fuera el último.

miércoles, 28 de marzo de 2012

EL JUEZ POETA VUELVE A LAS ANDADAS


Es obvio que Su Señoría Álvaro Gaspar Pardo de Andrade no tiene remedio. Su persistencia en el error, sumada a un narcisismo fuera de toda duda, da como resultado una nueva fechoría en forma de sentencia mediante la cual ha vuelto a ocupar las primeras planas de los medios de comunicación. A quienes le conocemos no nos cuesta ningún esfuerzo imaginar cómo estará relamiéndose con su última hazaña, habida cuenta que es uno de esos tipos encantados de haberse conocido.
Allá por el pasado mes de octubre ya tuvo a bien dar la nota –por cierto, no era la primera vez- con una humillante resolución en verso cuya diana fue una cliente del bufete de abogados en el que presto mis servicios. El letrado encargado de aquel caso, Gerardo Pérez, interpuso a instancias de la afectada la correspondiente denuncia ante el Consejo General del Poder Judicial y la chanza en cuestión inspiró una entrada en mi blog de fecha 4 de noviembre de 2011 titulada “Justicia poética para el juez poeta”. Basta pinchar sobre ella para acceder a su lectura.
Pues bien. Lejos de enmendarse y convencido de sus dotes de trovero, D. Álvaro ha hecho caso omiso de las recomendaciones de sus superiores y no ha podido resistirse a complacer a su club de fans (que, me consta, lo tiene).
Sus víctimas propiciatorias han sido en esta ocasión dos personajes muy populares de la sociedad canaria, a saber, José Rodríguez, director del periódico tinerfeño El Día y Carlos Sosa, máximo responsable del diario digital “Canariasahora.es”, cuya sede se encuentra en Las Palmas de Gran Canaria. El furioso enfrentamiento entre ambos comunicadores, alimentado por el pleito insular, dura años y, por lo chusco del mismo, ha sido objeto de mofas y befas del respetable público mucho antes de desembocar en el Juzgado que encabeza nuestro ínclito Magistrado con ínfulas literarias.
El meollo del asunto radica en que el octogenario  Don José pierde los estribos cada vez que el cuasi cincuentón de Sosa le encasqueta el apelativo de Don Pepito, como mejor homenaje a la dinastía de los hermanos Aragón  -Gaby, Fofó y Miliki-. Así que, para aplacar su enojo, el anciano se dedica a contrarrestar su furia tachándole en sus editoriales de –seguimos con las rimas- “maricón canarión”. Sin comentarios…
Menos mal que Pardo de Andrade ha puesto las cosas en su sitio, es decir, la imagen del Tercer Poder a la altura del betún y la de los litigantes a la del barro- y nos ha vuelto a deleitar con sus pareados:
"Don Carlos, haga el honor. Respire, cuente hasta tres, luego ensaye ante el espejo: a Dios [sic] Don Pepito, hola Don José".
Gracias, Señoría, por su doble aportación jurídica y literaria. Con plumas como la suya el prestigio de la Justicia está a salvo. 

sábado, 24 de marzo de 2012

A PALABRAS NECIAS, OÍDOS SORDOS (Dedicado a esos amigos que lo están pasando mal)



Siempre he sido muy aficionada a los refranes y recurro a ellos con asiduidad. Por suerte para mí, nací en una familia de refraneros confesos y defiendo fervientemente esta vía popular de transmisión de enseñanzas.
Asimismo, y aunque no se cuente entre mis predilectos, me resulta muy instructivo el género literario de la fábula y, de vez en cuando, tropiezo con alguna que encaja a la perfección con mi forma de entender la vida. Por pura casualidad, se ha cruzado en mi camino “La rana sorda” y he decidido hacerle un hueco entre mis reflexiones.

Dice así:
Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo. Cuando el resto de sus compañeras comprobaron la profundidad del hoyo, se apresuraron a informar a las accidentadas de que, a efectos prácticos, mejor harían dándose por muertas.
Las accidentadas no hicieron caso de los comentarios de sus amigas y trataron de saltar fuera del agujero con toda su alma, pese a que las demás insistían en decirles que sus esfuerzos resultarían del todo inútiles.
Finalmente, la que puso más atención a lo que le gritaban desde el borde se rindió y, acto seguido, se desplomó y murió. Mientras tanto, la superviviente continuó saltando tan fuerte como le era posible.
La multitud no dejaba de gritar y le hacía señas para que dejara de sufrir y, sencillamente, se dispusiera a morir, ya que no tenía ningún sentido seguir luchando.
Pero la rana saltó cada vez con más ansias hasta que, contra todo pronóstico, logró salir del hoyo.
Entonces, sus compañeras le confesaron: “Nos alegra mucho que hayas conseguido salir, a pesar de lo que te gritábamos". A lo que la luchadora les explicó que era sorda y que pensó que, con semejantes gritos, la estarían animando.



MORALEJA

Una palabra de aliento a quien se encuentre desanimado puede ayudar a levantarle la moral. Por el contrario, una palabra destructiva puede ser la que le acabe por hundir. Así pues, tengamos mucho cuidado con lo que decimos y recordemos que las personas especiales son las que dedican parte de su tiempo a animar a quien lo necesita.


lunes, 19 de marzo de 2012

EL PAPEL DE LOS HIJOS ANTE UN NUEVO MATRIMONIO DE SUS PADRES

Artículo publicado en La Revista de la Feria del Divorcio el 19 de marzo de 2012



Después de un fracaso matrimonial son muchas las personas que deciden rehacer su vida. Sin embargo, otras tantas -especialmente cuando existen hijos fruto de esa primera relación- se muestran reacias a dar el paso de volverse a casar. No cabe duda de que la existencia de un enlace previo condiciona a sus protagonistas. El temor a repetir los errores del pasado se hace presente en los intentos posteriores, pero ello no obsta para que la ilusión ante una nueva relación y la predisposición positiva de ambos cónyuges se alíen para superar esos inconvenientes iniciales. Lo cierto es que, cuando uno o los dos miembros de la pareja aportan sus propios hijos al grupo, se plantea la dificultad añadida de no poder centrar la exclusividad afectiva en el cónyuge. Tendrán que esforzarse además en entablar una relación sólida y afectuosa con los descendientes de éste.

En honor a la verdad, es bastante habitual que los inicios de estos procesos sean difíciles y que, en ocasiones, un obstáculo que no se haya podido eludir desemboque en el punto final para la segunda oportunidad amorosa. Por lo tanto, resulta fundamental echar mano del tacto y de la inteligencia para que ese doble compromiso triunfe. No hay que olvidar que la ruptura de la pareja conlleva, por regla general, un período traumático para los más pequeños, quienes muchas veces conservan la esperanza de la reconciliación de sus progenitores y no se resignan a la entrada en escena de una tercera persona a la que consideran el rival a batir. Por esa razón, algunos expertos en la materia aconsejan que los menores no sean incluidos en el nuevo organigrama afectivo ni demasiado pronto ni excesivamente tarde. Se habla del segundo año a partir de la crisis como fecha más recomendable con el fin de no superponer ambas tareas, la de superar el duelo y la de formar una nueva familia.

La reacción de los jóvenes varía en función de su edad. El tramo más complicado oscila entre los diez y los dieciséis años. Tanto antes como después los procesos resultan más sencillos. Los menores de cinco años tienden a auto inculparse, mientras que cuando rondan los doce temen ser menos queridos o, incluso, olvidados y, si ya son adolescentes, reaccionan o bien madurando prematuramente o bien mostrando un rechazo absoluto a la realidad sobrevenida. Así pues, lo más conveniente es darles el tiempo suficiente para que acepten a ese miembro recién llegado a su entorno. Forzarles a una aceptación prematura sería contraproducente.

En definitiva, nos enfrentamos a unas expectativas a medio plazo que únicamente se harán efectivas paso a paso, transitando por el lento pero seguro camino de la comprensión y del respeto mutuo.

jueves, 15 de marzo de 2012

LOS PENSIONISTAS DAN DE COMER A LOS PARADOS

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de marzo de 2012



Cada minuto que pasa, la alarmante situación económica que padecemos nos ofrece nuevas y peores estadísticas para la tragedia. Ni los presagios más funestos podían augurar las cifras reales del descalabro que ilustra las portadas de los periódicos y que da forma a los titulares de los informativos radiofónicos y televisivos. A excepción de las grandes fortunas –que, una vez más, aprovecharán esta coyuntura para seguir aumentando sus patrimonios- la maldita crisis nos engulle a todos en mayor o menor medida y extiende su negra sombra sobre cada sector de la sociedad, desde los recién nacidos hasta los ancianos en su recta final.

Esta civilización occidental tan egoísta a la que pertenecemos, a diferencia de lo que sucede con la oriental, se caracteriza por el maltrato sistemático que inflige a sus miembros más veteranos. Es bien sabido que, en este primer mundo supuestamente desarrollado, la juventud y la belleza son unos ídolos de barro muy venerados y que hacerse viejo constituye el pasaporte perfecto para la invisibilidad. De nada sirven ni la experiencia acumulada, ni el tiempo libre (y, por lo tanto, aprovechable) que conlleva la jubilación, ni su afán por colaborar en las causas más diversas, máxime cuando las personas de más de sesenta y cinco años en nada se parecen a sus coetáneas de hace apenas medio siglo.

El hecho cierto es que, en épocas de bonanza, nos habíamos acostumbrado a prescindir de esos millones de conciudadanos que, amén de ser nuestros padres y abuelos, habían propiciado que sus descendientes viviéramos magníficamente gracias a su pasado de esfuerzo y privaciones. Mientras tanto, como signo inequívoco de ingratitud, un porcentaje considerable de ellos desperdiciaba sus últimas primaveras dando de comer a las palomas u observando las evoluciones de los obreros en lo alto del andamio.

Pero la vida, a menudo con retraso y siempre con intereses de demora, tiene la sana costumbre de cobrarse sus deudas y, ahora que el famoso estado del bienestar comienza a resquebrajarse, sus víctimas entornamos los ojos en busca de ayuda. Curiosamente, quienes antes resultaban improductivos y hasta molestos, aquellos que, a buen seguro, acabarían sus días en un geriátrico por no encajar en nuestro frenético ritmo de trabajo ni en nuestros planes de ocio vacacional, son los que ahora nos lanzan el chaleco salvavidas en forma de pensión de jubilación. Muchos de ellos llevaban lustros haciéndose cargo de los nietos para que sus padres y madres pudieran aspirar a una utópica conciliación familiar y laboral que, al menos para las mujeres, ha resultado ser una estafa de proporciones descomunales. Pero, a partir de este momento, la gran novedad estribará en que también tendrán que acostumbrarse a multiplicar el contenido del carro de la compra, amparados en el famoso refrán de que “donde comen dos, comen tres” (o seis).

Este fenómeno migratorio de nuevo cuño que protagonizan quienes retornan al hogar paterno por culpa del paro y de la reducción de ingresos aumenta a pasos agigantados y va a modificar en profundidad el tejido social que nos sustentaba hasta la fecha. De hecho, las listas de espera para acceder a las residencias de la tercera edad se han reducido drásticamente y el abandono de ancianos en las urgencias de los hospitales está dejando de ser una conducta excepcional. No hay dinero. Así de sencillo.

Menos mal que siempre existen mentes privilegiadas capaces de rentabilizar la miseria humana derivada de la crisis. Sólo así se explica la creación por parte de Deutsche Bank de un fondo de inversión que permite a sus clientes apostar indirectamente sobre la esperanza de vida de septuagenarios, octogenarios y nonagenarios. Desde luego, como ejemplo incontestable de la falta de conciencia y de la ausencia de moral no está nada mal. Tal vez estén barajando otras apuestas basadas en el número de víctimas anuales por violencia de género o de niños desaparecidos sin dejar rastro. ¿Hay quien dé más?

miércoles, 14 de marzo de 2012

FLORES EN EL DESIERTO



Hace exactamente un año redacté una entrada para este blog en la que, bajo el título de “Robert Capa: un corazón tras la lente”, comentaba la exposición de casi cien imágenes captadas por la magistral cámara de “el más grande fotógrafo de guerra del mundo”. Contemplar aquella maestría en blanco y negro me conmovió profundamente y me rendí a la capacidad de tan admirado artista para provocar unos estados de ánimo a caballo entre el lirismo y el horror, entre el dolor y la esperanza.


Ayer, un mítico discípulo de Capa, el norteamericano Steve McCurry, inauguró en el mismo enclave -el Espacio Cultural de Santa Cruz de Tenerife- su Retrospectiva, una muestra compuesta por ciento una imágenes en mediano y gran formato donde su autor no se detiene a mostrar la parte más escabrosa de la guerra sino la transformación de las personas implicadas en ella. McCurry es un profesional humanista que estudia a las gentes queriendo entender cómo recuperan su dignidad de seres humanos en el infierno de los campos de refugiados, rodeados de conflicto y de pobreza. En sus propias palabras "es como hallar flores en medio del desierto".


Miembro de la Agencia Magnum y poseedor de la Medalla de Oro Robert Capa, ha recorrido el mundo entero a lo largo de las últimas cuatro décadas con el objetivo de llegar al corazón de su público y con la esperanza de contribuir a mejorar la sociedad.


Una de las imágenes más emblemáticas de esta exposición es un icono del siglo XX. Se trata de una muchacha afgana que se encontraba en un campamento de refugiados de Peshawar (Pakistán) en el año 1984. La intensidad de su mirada, el rostro manchado de tierra y la túnica hecha jirones la convirtieron en un verdadero símbolo de la fuerza frente a la adversidad.


A continuación, reproduzco la declaración final de Steve McCurry durante la inauguración de su Retrospectiva:
“Con la edad, uno no se acomoda sino que acumula más pasión y energía, más ganas de viajar y de conocer gentes y lugares, porque la vida es tan breve que es como un regalo que debemos aprovechar”.

jueves, 8 de marzo de 2012

EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER


Este 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Voy a ahorrarme el calificativo de “trabajadora” porque entiendo que va implícito en la propia esencia femenina. En mi opinión, mujer y trabajo son conceptos indisolubles en la inmensa mayoría de los casos, dentro y/o fuera del hogar.
Este convencimiento me ayudó a que el germen de este blog fuera un artículo sobre la conciliación familiar y laboral que escribí durante una tarde de mayo de 2010. A dos años vista, suscribo punto por punto su contenido y, aprovechando esta jornada de celebración, lo difundo nuevamente para los lectores.
Sigo creyendo que, en torno a la igualdad, nos queda mucho camino por recorrer. No me gusta ser etiquetada en ningún aspecto y menos aún en el de feminista, así que me limito, de modo individual y en la medida de mis posibilidades, a expresar mis ideas con respeto y a defender las causas que considero más justas, con independencia de que conciernan a uno u otro género y aunque no afecten directamente a mis circunstancias personales.
Ojalá que hoy y siempre tanto hombres como mujeres luchemos juntos por el objetivo común de un progreso social en igualdad.

CONCILIACIÓN FAMILIAR Y LABORAL: LA GRAN ESTAFA
Soy una mujer que pasa de los cuarenta años, casada, madre de dos hijos y profesional liberal de la rama jurídica.
Últimamente, y cada vez con mayor frecuencia, me pregunto en qué momento de la historia reciente comenzó a degenerar la estructura social tal y como estaba establecida cuando yo era una niña. Reconozco que han pasado algunas décadas, pero tampoco demasiadas. Al menos, no tantas como para no recordar con claridad el extraordinario papel que desempeñó mi madre y, como ella, miles de madres, que dedicaron vidas enteras a la educación y el cuidado de sus familias. Gracias a aquellas mujeres que no pudieron, voluntaria o involuntariamente, cursar estudios ni desempeñar oficios ajenos a sus ocupaciones domésticas, las mujeres de mi generación pudimos acceder en algunos casos a escuelas y universidades y, en otros, a decidir de qué modo queríamos desarrollar nuestras capacidades intelectuales más allá de las cuatro paredes de un hogar.
Supuestamente, teníamos al alcance de la mano la posibilidad de formar parte de una sociedad de iguales, en la que compatibilizar trabajo y familia no fuera una utopía. Por desgracia, el tiempo se ha encargado de arrancarnos la venda de los ojos, por más que algunas se resistan a reconocerlo. Día tras día observo a infinidad de mujeres agotadas por el ritmo frenético de ocupaciones al que se ven sometidas trabajando dentro y fuera de casa y soportando el cargo de conciencia de no poder atender a sus propios hijos por falta de tiempo y de energías. Veo a cientos de niños cuyas infancias transcurren  bajo los cuidados de unos abuelos habitualmente estresados por su condición de padres sustitutos o al cargo de otras mujeres consideradas de menor cualificación que sus madres biológicas y que,  en determinados casos, ni siquiera les vigilan con unas garantías mínimas.
El resultado salta a la vista y no puede ser más desolador. Menores abocados a alargar sus jornadas escolares en actividades que les mantengan entretenidos hasta que los adultos terminen sus respectivos trabajos, adolescentes que pasan solos tardes enteras sin ninguna supervisión y cuyos resultados académicos dejan mucho que desear, madres exhaustas que apenas encuentran un hueco para practicar deportes o disfrutar de aficiones en beneficio propio, padres que no están dispuestos a arriesgar sus ascensos  por llevar a los niños al pediatra o ir al supermercado, jubilados que hipotecan su merecido tiempo libre cuidando obligatoria en vez de opcionalmente a sus nietos.
En definitiva, por más que busco las grandes ventajas de este progresista y avanzado modelo femenino, sólo me doy de bruces con los inconvenientes que genera, principalmente para las propias afectadas y, como si  fuera una torre de naipes, para el resto de la sociedad. Y, aunque se vislumbran algunos avances en cuanto a la actitud y la buena voluntad por parte de un número cada vez más significativo de hombres, está comprobado que todavía las rutinas masculinas han variado mínimamente.
Los expertos en cuestiones sociales insisten en que la clave del verdadero cambio está en la educación que reciben los pequeños en los ámbitos escolar y familiar y seguramente tienen razón pero se trata de una tarea ardua y a largo plazo. No parece razonable que la solución pase por desperdiciar los avances que la mujer ha logrado en su batalla por la igualdad. Más bien, convendría reflexionar si ésta es la igualdad a la que aspirábamos o si, por el contrario, sería más inteligente y beneficioso reproducir en alguna medida la existencia menos frenética que llevaron anteriores generaciones de mujeres. Mujeres como mi madre, que siempre te esperaban en casa al volver del colegio, con una sonrisa y un bocadillo de los buenos.     

domingo, 4 de marzo de 2012

LA COLISIÓN DE DERECHOS EN TORNO A LA AVERIGUACIÓN DE LA PATERNIDAD

Artículo publicado en la Revista de la Feria del Divorcio el 4 de marzo de 2012



Algunas estadísticas revelan que en torno al 15% de los menores no son hijos biológicos de su supuesto padre. La comprobación, gracias a los avances de la genética, de una realidad tan amarga es a día de hoy un motivo de divorcio que antiguamente, por falta de medios técnicos, no se contemplaba. En este sentido, el pasado mes de febrero nuestro despacho jurídico recibió una consulta vía e-mail acerca de un asunto relacionado con la negativa judicial a la realización de unas pruebas de paternidad. El interesado pretendía averiguar a instancias suyas – y aquí estriba la novedad- si era el padre biológico de un menor. Lo normal en estos casos es que los varones se nieguen a colaborar en el esclarecimiento de su condición, de modo que me resultó sorprendente enfrentarme al caso contrario. No es infrecuente toparse con individuos que, por negarse a reconocer legalmente a sus descendientes, abocan a la mujer a acudir a la vía judicial civil así que no está de más clarificar algunas ideas acerca de un tema tan espinoso.

La descendencia de las mujeres es siempre clara e identificable, cosa que no ocurre con la de los varones. Dicho de otro modo, la maternidad es un hecho, mientras que la paternidad es una mera especulación. El Derecho ha intentado, con mejor o peor fortuna, solventar cuantos extremos han ido surgiendo en torno a una delicada materia que afecta, al menos, a tres bandas: los progenitores y el hijo.

En las demandas de paternidad es el propio demandante quien está obligado a acreditar una serie de indicios que doten de cierta eficacia probatoria a los hechos que van a constituir el centro de su pretensión. Este requisito es esencial como criterio de admisión a trámite. Complemento imprescindible a dichos indicios es la realización de las pertinentes pruebas biológicas que certifiquen la relación parental a demostrar. En concreto, la prueba de ADN posee una efectividad cercana al 99,9% y, en cuanto a su eficacia procesal, supera sin discusión al restante material probatorio esgrimido. Sin embargo, y aunque se dicte una orden judicial expresa, no existe medio coercitivo alguno que pueda obligar a un individuo a la realización de la citada prueba, que suele consistir en un frotis bucal o en el análisis de un cabello.

Es indudable que esta clase de procesos sitúa a los afectados ante un conflicto de derechos y de bienes jurídicos protegidos que las leyes correspondientes tratan de armonizar. Por un lado, se alza el derecho filial a conocer la propia identidad y a obtener los apellidos que le pertenecen. Está acción puede ejercerse durante toda la vida aunque, en la minoría de edad, deberá hacerse a través de un representante legal o del Ministerio Fiscal. Por otro, el derecho de la madre a investigar la paternidad de su criatura. Por último, el derecho del padre a la integridad física, al honor, a la intimidad, a la privacidad y a la imagen. En este sentido, hay que resaltar que, si su negativa a la investigación es injustificada, los tribunales podrán equipararla a una confesión presunta. De hecho, el propio Tribunal Constitucional ya se ha manifestado al respecto, afirmando que "el derecho a la integridad física y a la intimidad personal no se infringe cuando alguien debe someterse a una prueba prevista en las leyes y acordada razonablemente por un juez". Tampoco hay que olvidar que la vigente Constitución Española equipara a todos los efectos la filiación de los hijos matrimoniales y extramatrimoniales.

A modo de conclusión, lo verdaderamente relevante es constatar que el TC no avala en ningún caso una declaración de paternidad basada única y exclusivamente en la negativa del demandado a someterse a las pruebas biológicas pertinentes. Es requisito sine qua non la concurrencia de otros indicios que corroboren la relación mantenida por la pareja y que dio origen al nacimiento del hijo de ambos.

sábado, 3 de marzo de 2012

¿SON LOS BUENOS MODALES UNA RELIQUIA DEL PASADO?

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 3 de marzo de 2012


A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a las anteriores generaciones (entre ellas, la mía). Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida como consecuencia de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Y vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.

Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar,  porque lo más suave que le espetará el sujeto en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.

Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regentan. No seré yo la que les censure su discutible gusto eligiendo canciones pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista.  Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios.

Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos unos a otros a voz en grito. Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de corazón, cuyos escotes y piernas entreabiertas son un auténtico dechado de ordinariez. No me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo, exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos del fin de semana. Para concluir, una breve referencia a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Por lo visto, debe ser una actividad muy divertida que, encima, les suele salir gratis.

En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden. Las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Hay que educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas más aptas para vivir en sociedad, así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor.