jueves, 26 de julio de 2012

LOS FALSOS VIDENTES O CÓMO LUCRARSE CON LA DESGRACIA AJENA

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 26 de julio de 2012

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 28 de julio de 2012



Tal vez existan espíritus puros que utilicen sus facultades extrasensoriales sin ninguna finalidad recaudatoria, tan sólo movidos por el único afán de hacer el bien. Si eso es así, no es a ellos a quienes van dedicadas estas líneas sino a ese ejército de estafadores que se publicitan, básicamente, a través de dos vías de comunicación: los anuncios por palabras y los canales televisivos de tercera división.

Contra todo pronóstico, este tipo de negocios alternativos, lejos de sumarse al carro de la crisis económica, no sólo se mantienen sino que, incluso, repuntan por mor de la imperiosa necesidad ciudadana de confiar en algo o alguien que les empuje a sobrevivir más allá de los sacrosantos mercados o las caníbales agencias de calificación.

Por lo que se refiere al sector de los periódicos de papel, en él encuentran acomodo videntes internacionales de “reconocido prestigio” que suelen proceder del África subsahariana y que descienden en línea recta de antiguos chamanes de tribus alejadas de la civilización. Sus vastos conocimientos, unidos a sus extraordinarios poderes, son las armas perfectas de las que se sirven para estafar a sus potenciales víctimas. Para ello, se ayudan de recetas, pócimas y brebajes que ora te quitan el mal de ojo, ora te emparejan con el hombre de tus sueños, ora  te facilitan un puesto de trabajo de por vida. Las fotos de tan cualificados profesionales de la brujería al por menor, cuya expresión facial resulta lo suficientemente disuasoria como para no arriesgarse a marcar el ruinoso 806 que la acompaña, no parecen, sin embargo, atemorizar a su incauta clientela, compuesta mayoritariamente por seres vulnerables cuya baja autoestima y elevada inseguridad les lanzan en brazos de tarots y bolas de cristal, en su empeño de dar esquinazo al miedo y a la soledad. Para su  desgracia, el escaso apoyo social con el que cuentan dificulta la posibilidad de que terceras personas con criterio les insten a solicitar la ayuda especializada que, sin ningún género de duda, precisan.

En cuanto al segundo entorno, el de esos platós de televisión cuyos decorados son un auténtico atentado al buen gusto, lo frecuentan adivinas de pacotilla, normalmente de mediana edad, y que presentan algunas peculiaridades comunes, entre ellas unos nombres de pila que asustan al miedo y una selección de atuendos, peinados y maquillajes -grotescos todos ellos- incompatibles con el más mínimo viso de elegancia o sencillez. Entre tallas de vírgenes y estampas de santos diseminados sobre tapetes astrales, proceden a mostrar a cámara las cartas de La Muerte, El Ermitaño o La Emperatriz, para, cien euros más tarde, comunicar a su llorosa interlocutora el supuesto remedio a sus males. Y así, entre fraudes y estafas, estos traficantes de esperanzas van engordando sus cuentas corrientes a costa de la desgracia ajena.

Es evidente que estas prácticas tan miserables no van a desaparecer de la noche a la mañana. Siempre habrá individuos dispuestos a aprovecharse de los más débiles y tampoco faltarán damnificados que, por ignorancia o desesperación, acudan a ellos en busca de ayuda. Pero sería un gran avance que, desde los estamentos correspondientes se tomaran las medidas oportunas para evitar unas actividades que, sobre todo en épocas de crisis económica, van en aumento. Revisar los permisos y licencias de las cadenas de televisión o supervisar los ingresos de las líneas telefónicas asociadas a estos negocios podría ser un buen comienzo, sin olvidar la imprescindible interposición de denuncias por parte de los propios afectados. De ese modo, sería infinitamente más sencillo conseguir que numerosas personas que atraviesan por un mal momento dejaran de ser engañadas no sólo económica sino también emocionalmente.

http://www.laprovincia.es/opinion/2012/07/28/falsos-videntes/473125.html


martes, 24 de julio de 2012

LA OPINIÓN DE LOS MENORES EN LOS PROCESOS DE DIVORCIO

Artículo publicado en la revista de habla hispana "La Ruptura" el 24 de julio de 2012



Pocas situaciones nos resultan más ingratas a los profesionales del Derecho que las que  nos colocan ante la tesitura de solicitar una pericial psicológica a un menor y, en su caso, llevarle delante de un juez para ser sometido a una exploración -sin que ello suponga necesariamente hacerle declarar en el estrado-.  

En concreto, la pregunta que en numerosas ocasiones se formulan los involucrados en los procesos de divorcio es la relativa a cuándo deben ser escuchados los testimonios infantiles y si esta opción beneficia o perjudica a sus protagonistas. En mi opinión, tal posibilidad debería emplearse con más frecuencia y a continuación explicaré por qué.

En contra de la práctica habitual de los Juzgados de Familia, los pequeños deberían ser escuchados por los jueces antes que ningún otra parte del proceso y desde el momento mismo en el que los juzgadores tuvieran noticia del conflicto familiar de referencia.

Como punto de partida, conviene dejar claro que, aunque tal vez adolezcan de los suficientes conocimientos, los chavales cuentan generalmente con una inteligencia más que de sobra para sacar conclusiones basadas tanto en sus experiencias personales como en aquellos recuerdos que albergan en su mente y en su corazón. No hay que olvidar que son testigos altamente cualificados de cuanto acontece en el hogar y, por ende, pueden clarificar mejor que nadie la veracidad o falsedad de las acusaciones recíprocas que los cónyuges vierten a menudo en las salas de vistas.

Por lo tanto, escuchar a estos chicos al inicio del procedimiento evitaría en gran medida el tan temido Síndrome de Alienación Parental (SAP), puesto que se impediría que el progenitor alienador –normalmente, el custodio- dispusiese del período necesario para manipular al menor, una tentación bastante común, por desgracia, en la que caen los futuros divorciados. Esta medida tomada a tiempo resultaría muy útil para que los pequeños no estuvieran expuestos a algunas malas interpretaciones, como creer que el padre o la madre ausentes no les llaman nunca por teléfono o no les visitan porque no les quieren o no cumplen con sus correspondientes obligaciones económicas.

En este sentido, tanto el Código Civil como la Ley de Protección Jurídica del Menor aluden como única condición la de que los pequeños cuenten con un grado suficiente de juicio para ser escuchados por sus Señorías. También la Convención sobre los Derechos del Niño recurre al concepto de madurez de modo genérico, sin establecer ningún límite o nivel (como sucede con los doce años en las declaraciones en sede judicial).

En cualquier caso, para constatar si una persona posee dicho grado, debería tener la oportunidad de ser escuchada previamente. La madurez del ser humano se mide por diversos parámetros, desde la carga genética hasta la educación recibida, y no debería asociarse exclusivamente a su fecha de nacimiento. Así como hay adultos eternamente inmaduros, también existen niños cuya capacidad de raciocinio está fuera de toda duda y que merecen ser escuchados y atendidos. Sólo así será posible salvaguardar su derecho a ser felices y a crecer en un entorno familiar adecuado, sea en régimen de custodia individual o de custodia compartida.

Pero de poco sirve este trámite de exploración de los menores si, a la postre, su opinión no es tenida en cuenta en la medida que debería serlo. Creo que vale la pena reflexionar con la máxima seriedad sobre este delicado asunto. 

http://www.feriadeldivorcio.com/2012/07/24/la-opinion-de-los-menores-en-los-procesos-de-divorcio/

viernes, 20 de julio de 2012

FIESTAS POPULARES: UNA DEGENERACIÓN QUE NO CESA

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 20 de julio de 2012



En cuanto el séptimo mes asoma en el calendario me enfrento invariablemente a la misma pregunta, formulada por amigos y vecinos: ¿este año tampoco vas a los Sanfermines? Y de mi boca brota idéntica respuesta: no, las fiestas que yo conocí pasaron a mejor vida hace décadas para nunca más volver.

Sólo yo sé hasta qué punto me llena de tristeza reconocer que la Pamplona que me vio nacer, elegida recientemente la mejor ciudad para vivir de toda España, sufre una lamentable mutación entre los días 6 y 14 de julio, nueve jornadas en las que los excesos derivados de sus fiestas patronales la convierten en un enclave cuyos habitantes aparecen a los ojos del mundo entero como unos beodos crónicos.

Sería muy injusto por mi parte afirmar que no existen salvedades a estos comportamientos tan degradantes, o que no sea posible disfrutar también de actividades lúdicas, culturales y religiosas alejadas del etilismo y del desmadre mayoritarios. Pero, por desgracia, no son más que eso, meras excepciones alejadas a años luz de la regla general y limitadas a un sector de la población que o está integrado por niños pequeños o ronda casi la tercera edad.

El bueno de San Fermín -como pasa con tantos y tantos santos y vírgenes que ejercen su patronazgo en la inmensa mayoría de nuestros pueblos y ciudades-  no es más que una burda excusa para justificar ese descontrol que se inicia con el lanzamiento del chupinazo y concluye con el “Pobre de mí”. Atraídos por el incívico reclamo de un “todo vale” ganado a pulso, las hordas de visitantes toman las calles pamplonesas dispuestas a divertirse al máximo y a olvidar sus problemas cotidianos a lo largo de una semana ininterrumpida. Hasta ahí, perfecto, si no fuera porque, de un tiempo a esta parte, parece imposible que las masas lo pasen bien si no pierden el control de sus actos, naturalmente con la inestimable colaboración del alcohol y del resto de drogas que proliferan en el mercado. Como consecuencia de esta realidad -tan triste como recurrente- los sujetos se animalizan y pierden toda capacidad de  pensar en nada que trascienda a su egoísta concepto de la diversión, en el que, obviamente, la solidaridad no encuentra hueco. Es inútil apelar al respeto por el descanso de los niños, o por el bienestar de los ancianos, o por las necesidades de los enfermos. Ahora no, ahora lo que toca es destrozar el mobiliario urbano, esparcir la basura, orinar por las esquinas y aparearse por los rincones, aunque sea a plena luz del día. Y mucho ojo con afear las conductas ajenas porque, en el mejor de los casos, te acusan de rancio y, en el peor, te mandan a Urgencias con un botellazo en la frente.

Capital navarra al margen, comportamientos similares se reproducen en el extenso abanico de nuestras romerías y fiestas populares, desde los Carnavales a las Fallas, desde la Feria de Abril al Pilar. En este sentido, basta con recalar en cualquier medio de comunicación para atragantarse con noticias como la referida a los incidentes que acaban de tener lugar en el tinerfeño Puerto de la Cruz en su multitudinaria Embarcación de la Virgen del Carmen: agresiones a varios de sus portadores, venta de alcohol a niños, comas etílicos o sexo explícito en la calle, ante la estupefacción de los agentes de la autoridad.

Es imprescindible y urgente decir alto y claro que estas conductas son rechazables desde todos los puntos de vista y que deben ser denunciadas y, en la medida de lo posible, evitadas en futuros festejos. No es de recibo que el resto de la ciudadanía tenga que exponerse a situaciones de riesgo, haya de sufrir ofensas hacia sus creencias y sentimientos más íntimos o esté obligada a presenciar escenas denigrantes que nada tienen que ver con un ocio digno.   


domingo, 15 de julio de 2012

FIMUCITÉ O LA PERFECTA COMBINACIÓN ENTRE EL CINE Y LA MÚSICA



La pasada noche, en el espectacular marco del Auditorio de Tenerife, tuvo lugar la Gala de Clausura de la sexta edición de FIMUCITÉ, Festival Internacional de Música de Cine, una cita que se ha ido consolidando desde su nacimiento en 2006 y cuyo prestigio ha traspasado con creces las fronteras de  nuestro país.

Todos los aficionados al Séptimo Arte solemos ser, a su vez, grandes amantes de las bandas sonoras, a las que consideramos obras de arte con entidad propia y que pueden y deben ser valoradas y disfrutadas al margen de estar creadas para acompañar a unas imágenes en movimiento. Por esa razón, no podía dejar pasar la oportunidad de asistir al último concierto de esta edición, que además conmemoraba el centenario de uno de los más relevantes estudios cinematográficos del mundo: Universal Pictures.  

De allí partieron numerosísimas obras maestras que década tras década nos han permitido  soñar más allá de lo imaginable, de modo que la selección de partituras que interpretó la prestigiosa Orquesta Sinfónica de Tenerife dirigida por el compositor Diego Navarro y acompañada por el Tenerife Film Choir no pudo ser más acertada:  


Fanfarria de Universal Pictures (Jerry Goldsmith)
Frankenstein (Bernard Kaun)
Drácula (John Williams)
Wolf (Danny Elfman)
The Mummy (Jerry Goldsmith)
El cabo del terror (Bernard Herrmann)
Matar a un ruiseñor (Elmer Bernstein)
Campo de sueños (James Horner)
Aeropuerto (Alfred Newman)
Fievel y el Nuevo Mundo (James Horner)
Un horizonte muy lejano (John Williams)
En el estanque dorado (Dave Grusin)
Tomates verdes fritos (Thomas Newman)
Love Actually (Craig Armstrong)
Una mente maravillosa (James Horner)
¿Conoces a Joe Black?(Thomas Newman)  
El Lorax (John Powell)
Llamaradas (Hans Zimmer)
Regreso al futuro (Alan Silvestri)
Conan el Bárbaro (Basil Poledouris)

La belleza ofrece infinidad de rostros pero, cuando su vestimenta se compone de notas musicales, posee el don especial de trasladarnos a otro mundo, el mundo de los sueños, ese universo de ficción en el que todo es posible si cierras los ojos y dejas volar la IMAGINACIÓN: http://vimeo.com/44445353


martes, 10 de julio de 2012

BORRAR LOS MALOS RECUERDOS NO ES UNA BUENA IDEA




Vivimos tiempos en los que conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino inversamente, tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule tan sólo aquéllos que nos torturan insistentemente.

Esta idea asociada a la ciencia ficción no es nueva y, de hecho, ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. Las víctimas de un TEPT (trastorno de estrés postraumático) protagonizan a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de proyección. Son individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a través de pesadillas, de flashbacks o de remembranzas intrusas que escapan a cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas de psicólogos y psiquiatras que, a través de terapias o medicación, luchan por rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan pero cuya carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo. 

Siempre me ha preocupado esta tendencia -a mi modo de ver, errónea- de querer solucionarlo todo con pastillas. Me resulta muy inquietante pensar que algún día sea factible tirar de goma de borrar para suprimir los recuerdos que nos causaron, nos causan y nos causarán dolor. Los desamores, las muertes, los fracasos laborales, las amistades perdidas, la distancia… Su hipotético olvido nos dejaría indefensos, sin armas con las que poder combatir los embates venideros del destino y expuestos a cometer los mismos errores, diseñados como estamos para tropezar una y otra vez con la misma piedra. 

Los seres humanos somos la suma de lo que hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Por extraño que pueda parecer –y sé de lo que hablo- un proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el que los malos recuerdos no estorban. ¿Qué es la vida sino una mezcla de aciertos y de errores, de fracasos y de superación? Lo que nos hace verdaderamente personas es nuestra memoria, formada por una combinación singular de episodios dichosos y desoladores y esa hipotética posibilidad de manipularla nos condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad contra natura.

Yo no quiero olvidar mi pasado porque me ayuda a enfrentar mi presente.

Porque recordar es volver a vivir, en soledad  o entre fantasmas.


jueves, 5 de julio de 2012

EL PREOCUPANTE FENÓMENO DE LOS "ABUELOS ESCLAVOS"

Artículo publicado en la revista de habla hispana "La Ruptura" el 5 de julio de 2012



El Teléfono de la Esperanza es una ONG de acción social y cooperación que funciona como entidad de voluntariado pionera en la promoción de la salud emocional de personas en situación de crisis individual o familiar. Este servicio de apoyo telefónico que desarrolla tan loable labor en numerosas ciudades españolas ha detectado en los últimos años un considerable aumento de los denominados “abuelos esclavos”. De todos los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio, ellos son quienes padecen con una mayor intensidad las consecuencias del nuevo modelo de sociedad en que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de convertirse en unos auténticos padres sustitutos.


Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante siempre que no se recurra a ellos de forma ocasional y voluntaria sino permanente y obligatoria. En otras palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, en consecuencia, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. Si a ello se añade el lógico desgaste tanto físico como psicológico de los afectados, es fácil de entender que, en un elevado porcentaje, utilicen esta vía de comunicación en busca de inicial desahogo y posterior consuelo. No cabe duda de que el contacto entre ambas generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudo empleo con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad, aún más patente a causa de la actual crisis económica.


No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios hijos -algunos de ellos inmersos en procesos de divorcio- tal exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Es una patología que los psicólogos ya han bautizado como “síndrome del abuelo esclavo”. Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora llevando a los menores al colegio o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños que se arrancan en veloz carrera. A última hora de la tarde, recalan en su domicilio para hacer la tarea y allí acuden al rescate unos padres (juntos o por separado) habitualmente cansados y que limitan su diario contacto paterno filial a la hora del baño y de la cena.


Reflexionar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque la máxima responsabilidad de que esta relación a tres bandas funcione correctamente recae sobre la segunda. El cuidado de los niños de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho a gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Es injusto que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les corresponde ni por obligación ni por devoción.

lunes, 2 de julio de 2012

¿SE PUEDE AMAR A ESPAÑA SIN QUE A UNO LE TACHEN DE FACHA?

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de julio de 2012

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 9 de julio de 2012


Para responder a tan peliaguda cuestión, que me formulo a raíz del despliegue de enseñas rojigualdas motivado por la celebración de la Eurocopa 2012, convendría aclarar previamente qué se entiende hoy en día por España y qué por facha, más que nada porque la lengua castellana está siendo objeto de frecuentes e inmisericordes ataques por parte de sus propios guardianes y una ya no sabe a qué carta quedarse en lo tocante al significado real de los vocablos. ¿Cómo entender si no que los miembros de la Real Academia hayan decidido incluir en la reciente actualización de su Diccionario términos como toballa con la excusa de que están socialmente muy arraigados? Me pregunto qué será lo próximo. Personalmente, y por la misma regla de tres, yo voto por cocreta, delicia gastronómica no menos enraizada en nuestra cultura popular.

La España global (o lo que queda de ella), pese a sus numerosas virtudes, padece algunos defectos que le perjudican sobremanera. Dejando al margen la envidia- nuestra indiscutible “marca de la casa”-,  los españoles somos muy dados a enfrentarnos en dos bandos, reminiscencia de una guerra civil fratricida de la que no hemos aprendido casi nada. Por esa razón, nos encanta clasificarnos en fachas o rojos, españolistas o nacionalistas, madridistas o culés, creyentes o ateos, machos o sarasas, racistas o integracionistas,… y encajamos con dificultad la saludable opción de mezclar dichos aspectos. Por lo visto, la gama de los grises nos parece altamente sospechosa.  Aquí los comunistas no pueden creer en Dios ni los conservadores renegar del Altísimo. Tampoco se considera normal ser de derechas y estar a favor del matrimonio homosexual o socialista y manifestarse en contra del aborto. Y, por supuesto, ser un auténtico independentista  implica preferir que ganen todos y cada uno de los equipos que se enfrenten a La Roja mientras se abuchea a los jugadores del Barça o del Athletic que forman parte de la selección campeona del mundo. Así nos luce el pelo, ignorantes de una Historia verdadera que apenas tiene que ver con la que, fruto de los complejos que arrastramos desde la Transición, están aprendiendo nuestros jóvenes en los centros escolares de las diecisiete ruinas autonómicas.

Desde que el mundo es mundo, el género humano se ha enzarzado en una sucesión de luchas y contiendas que han dado lugar a los distintos Estados que lo conforman. Cualquier ciudadano con un mínimo de criterio debería saber que los pueblos son lo que son en virtud de la herencia de sus invasores, posteriormente reconvertidos en pobladores. En el caso de España, íberos, celtas, romanos o árabes, entre otros, han dejado sus huellas culturales, artísticas, religiosas y sociológicas sobre cuantos territorios  se extienden desde Galicia a Andalucía, desde Cataluña al País Vasco y desde Castilla a los archipiélagos. Sin embargo, esa obsesión patológica de algunos políticos por manipular los sucesos históricos en su propio beneficio les ha servido para poner el acento en lo que a los españoles nos separa en vez de en lo que nos une que, mal que les pese, es mucho y bueno. Es obvio que un sentimiento tan íntimo como el de pertenencia nace del corazón y no debe ser impuesto a fuerza de himnos ni de banderas. Pero no es menos cierto que difícilmente puede brotar si éstos se asocian  de modo indisoluble a oscuros episodios que, por recientes, aún permanecen en la memoria colectiva.

Por eso, determinados gobernantes incurren en una imperdonable irresponsabilidad cuando, en vez de rescatar y defender sin fisuras nuestros símbolos comunes más allá del ámbito deportivo, optan por anteponer los elementos diferenciadores con el único afán de seguir detentando el poder. Y así, en vez de imitar a nuestros vecinos europeos -orgullosos de sí mismos y libres para demostrarlo-, se apresurarán a esconder las banderolas en cuanto las huestes de Del Bosque retornen al hogar. Por si acaso.

http://www.laprovincia.es/opinion/2012/07/02/amar-espana-le-tachen-facha/467091.html