jueves, 30 de enero de 2014

TERAPIA ESPIRITUAL SUSTITUTIVA




Supongo que todos los enamorados de las letras nos preguntamos qué razón nos impulsa a situarnos frente a la página en blanco y comenzar a llenarla de palabras.

En mi caso particular, defiendo la teoría de que escribir es un modo (uno más) de sobrevivir, una especie de terapia espiritual sustitutiva. 

Por eso, leo de vez en cuando el magnífico discurso de Mario Vargas Llosa en la entrega de su Premio Nobel de Literatura y centro mi atención en los párrafos que quiero compartir en este foro, con la esperanza de que muchas personas se sientan tan identificadas con su contenido como yo misma.

Los libros son una fuente de inmensa felicidad.


LA LITERATURA ES UNA REPRESENTACIÓN FALAZ DE LA VIDA QUE, SIN EMBARGO, NOS AYUDA A ENTENDERLA MEJOR, A ORIENTARNOS POR EL LABERINTO EN EL QUE NACIMOS, TRANSCURRIMOS Y MORIMOS. ELLA NOS DESAGRAVIA DE LOS REVESES Y FRUSTRACIONES QUE NOS INFLIGE LA VIDA VERDADERA Y GRACIAS A ELLA DESCIFRAMOS, AL MENOS PARCIALMENTE, EL JEROGLÍFICO QUE SUELE SER LA EXISTENCIA PARA LA GRAN MAYORÍA DE LOS SERES HUMANOS, PRINCIPALMENTE AQUELLOS QUE ALENTAMOS MÁS DUDAS QUE CERTEZAS, Y CONFESAMOS NUESTRA PERPLEJIDAD ANTE TEMAS COMO LA TRASCENDENCIA, EL DESTINO INDIVIDUAL Y COLECTIVO, EL ALMA, EL SENTIDO O EL SINSENTIDO DE LA HISTORIA, EL MÁS ACÁ Y EL MÁS ALLÁ DEL CONOCIMIENTO RACIONAL.

NADA HA SEMBRADO TANTO LA INQUIETUD, REMOVIDO TANTO LA IMAGINACIÓN Y LOS DESEOS, COMO ESA VIDA DE MENTIRAS QUE AÑADIMOS A LA QUE TENEMOS GRACIAS A LA LITERATURA PARA PROTAGONIZAR LAS GRANDES AVENTURAS, LAS GRANDES PASIONES, QUE LA VIDA VERDADERA NUNCA NOS DARÁ. LAS MENTIRAS DE LA LITERATURA SE VUELVEN VERDADES A TRAVÉS DE NOSOTROS, LOS LECTORES TRANSFORMADOS, CONTAMINADOS DE ANHELOS Y, POR CULPA DE LA FICCIÓN, EN PERMANENTE ENTREDICHO CON LA MEDIOCRE REALIDAD.

POR ESO TENEMOS QUE SEGUIR SOÑANDO, LEYENDO Y ESCRIBIENDO, LA MÁS EFICAZ MANERA QUE HAYAMOS ENCONTRADO DE ALIVIAR NUESTRA CONDICIÓN PERECEDERA, DE DERROTAR A LA CARCOMA DEL TIEMPO Y DE CONVERTIR EN POSIBLE LO IMPOSIBLE.


Mario Vargas Llosa



sábado, 25 de enero de 2014

CAMPOSANTOS DE SUEÑOS, CEMENTERIOS DE ILUSIONES


Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 25 de enero de 2014

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 28 de enero de 2014


Cada vez con mayor frecuencia me descubro echando la vista atrás y recordando mis inicios profesionales. Parece mentira que haya transcurrido más de un cuarto de siglo. Y es que formar parte de aquella generación del “baby- boom” solía implicar tener unos padres trabajadores y honrados a carta cabal, cuyo mayor anhelo estribaba en que sus hijos estudiaran todo lo que a ellos les había arrebatado la posguerra. Así lo hicimos muchos, conscientes de su sacrificio y de la responsabilidad de aquel legado. Primero, en el colegio y después, si era viable -todavía recuerdo el día que me concedieron una beca-, en la Universidad. Pusimos el broche a nuestro currículum académico con idiomas y estudios complementarios y nos lanzamos a la búsqueda del primer empleo a una edad razonable. Algunos hasta lo conseguimos con cierta rapidez -yo tenía veintitrés años-, lo que nos permitió disponer de unos ingresos con los que empezar a planificar un futuro que pasaba inevitablemente por abandonar la casa paterna, bien para fundar nuestra propia familia, bien para diseñar otro modelo de vida alternativo. Hacer planes no era una quimera, como tampoco lo era tener hijos en vez de nietos. El hecho es que, con nuestras luces y nuestras sombras -que de todo ha habido-, hemos conseguido llegar al medio siglo con la sensación de haber disfrutado de  experiencias vitales relevantes a su debido tiempo.  

Abundando en esta cuestión, acaban de ver la luz los resultados de una investigación elaborada por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud que revelan la espeluznante realidad que azota a los jóvenes españoles. La crisis que doblega a nuestra sociedad sin piedad desde hace un lustro va dejando tantos cadáveres a su paso que nos paseamos a diario por calles y avenidas que más parecen camposantos de sueños y cementerios de ilusiones. Según el citado estudio, ocho de cada diez muchachos asumen que, con suerte, van a tener que depender económicamente de su familia sin fecha de caducidad. Es la vida en precario, consistente en trabajar en lo que sea, al precio que sea y renunciando a la más mínima exigencia sobre sus condiciones laborales. La esclavitud ha vuelto para mostrarnos una de sus múltiples caras, se ha instalado en el ámbito del empleo y su hipotética abolición ni siquiera se vislumbra en el horizonte.

Merece una mención especial la amarga alternativa de la emigración no deseada, contemplada ya por más de la mitad de los encuestados. Un perverso “déjà vu” de la España de los sesenta, aunque con la terrorífica particularidad de que, por aquel entonces, las víctimas eran mano de obra sin cualificar pero amparadas al menos en una contratación previa, mientras que a día de hoy adoptan la forma de licenciados bilingües o trilingües que se lanzan sin red sobre tierras extrañas, con grandes posibilidades de iniciar su personal “via crucis” sirviendo mesas en un restaurante de comida rápida. Me recuerdan a esos diminutos roedores domésticos que, sobre una rueda diabólica (sin trabajo no hay salario, sin salario no hay vivienda, sin vivienda no hay independencia y sin independencia no hay pareja ni hijos), giran y giran hasta el límite de sus fuerzas.


La inmensa mayoría de los afectados culpabiliza a los sucesivos gobiernos de la nación, a los partidos políticos que los sustentan y a unos dirigentes económicos que son los responsables máximos de una catástrofe que, paradójicamente, ni les roza. Razón no les falta y desde estas líneas me uno a su indignación. A mí no pueden robarme el pasado pero a ellos les están arrebatando el porvenir sin tener culpa de nada. Ya ha llegado la hora de realizar cambios estructurales en profundidad porque los actuales modelos no sirven y tan sólo generan precariedad y desesperación.    




martes, 21 de enero de 2014

FOBIA A LA NOMOFOBIA





Confieso que en determinadas cuestiones soy un poco antigua. Sin ir más lejos, me está costando un mundo adaptarme al progreso tecnológico. Tengo el mismo móvil desde hace años -lo que lo convierte en un objeto casi de museo- y la utilidad que le doy se reduce a mandar mensajes, telefonear, contestar llamadas y colgar. Ni siquiera hago fotos. Para colmo, apenas sé diferenciar entre Smarts, Ipads, Ipods, Iphones y esa infinita selección de artefactos de última generación que me producen una inevitable ansiedad.

La repercusión mediática del prematuro fallecimiento de Steve Jobs y la avalancha de informaciones derivadas del mismo me reafirmaron en mi supina ignorancia en materia de nuevas tecnologías en general y de  redes sociales en particular. Sobra decir que todavía no pertenezco a ninguna de ellas, aunque todo parece indicar que, más pronto que tarde, tendré que reconsiderar mi anacrónica reticencia. Pero, por el momento, me cuesta comprender esta fiebre colectiva por trasladar a Internet hasta el detalle más nimio de la existencia cotidiana, incluidas determinadas imágenes que personalmente enmarco en la más estricta intimidad.

Al hilo de lo expresado anteriormente, leí en su momento un artículo donde se facilitaban una serie de pautas para distinguir a un nuevo tipo de enfermos denominados nomofóbicos. Esta patología, cuyo origen etimológico proviene de los términos ingleses “No-Mobile-Phone Phobia”, es ya objeto de estudios psicológicos y no es para menos, si quiera porque sus afectados aumentan de un modo imparable y paralelo al de los usuarios incontrolados del resto de artilugios informáticos. Sus víctimas, cada vez más numerosas, presentan una dependencia total del teléfono móvil y no contemplan su día a día sin ese pequeño aparato que se ha convertido en un apéndice de su propio cuerpo.

Los síntomas que sufren son múltiples y se traducen en comportamientos tales como volver a buscarlo en caso de olvido, ya que el miedo irracional a salir a la calle sin él les paraliza; adquirir un cargador nuevo si se quedan sin batería, prestos a enchufarlo en la primera clavija disponible; no acceder a locales sin cobertura garantizada o, si no les queda otro remedio, entrar y salir a la calle continuamente para hacer las comprobaciones oportunas; no apagar jamás el terminal, poniéndolo en modo vibración y observándolo sin descanso cuando se aventuran a acudir al cine o a cualquier otro espectáculo; o estar operativos y localizables las veinticuatro horas del día, incluso después de acostarse.

Diversos especialistas están constatando que tan moderna esclavitud incrementa la agresividad, la dificultad de concentración y la inestabilidad emocional de quienes la padecen. Por ello, recomiendan particularmente a los padres que, a modo de prevención, eviten que sus hijos tengan conexión a la red desde su habitación, a la vez que establezcan unos horarios adecuados para el uso racional de estos dispositivos. En la actualidad, su principal utilización se centra en el envío de Whatsapps y en la participación en chats. Por ello, sobre todo en la etapa juvenil, carecer de móvil conlleva un apagón comunicativo prácticamente absoluto. Pruebas recientes avalan asimismo que, cuantas más prestaciones posea el terminal, más aumenta el fanatismo de su usuario, situándose los populares Smartphones a la cabeza de este preocupante ranking.


En un Congreso de Familias, Adolescentes y Drogas celebrado no hace demasiado tiempo en Bilbao y organizado conjuntamente por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción y el Ministerio de Sanidad, se reiteró en varias ocasiones la percepción de que las redes sociales se están convirtiendo en una auténtica droga por la adicción que generan, llegándose a equiparar sus efectos a los de las sustancias más convencionales. Así que, visto lo visto, confieso abiertamente mi "fobia a la nomofobia" y abogo por un modelo de relaciones interpersonales decididamente más presencial y menos virtual.

jueves, 16 de enero de 2014

REIVINDICANDO EL LADO BUENO DE LAS COSAS


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de enero de 2014

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de enero de 2014




Enero inaugura cada año con vocación de promesa. Todo cambio de almanaque tiene algo de parto y, por lo tanto, de emoción y de incertidumbre. Un futuro desconocido se abre ante nuestros ojos, adoptando la forma de un lienzo que aguarda esas pinceladas que lo convertirán en nuestra última creación. A mayor número de velas en la tarta de la vida, más obras pictóricas firmadas de nuestro puño y letra. Probablemente, ningún crítico de arte las calificaría de magistrales pero, al menos, nadie podrá discutirles ni nuestra autoría ni la buena fe que las inspira.

Empezar desde cero me resulta siempre un ejercicio muy motivador. Por eso me gusta el mes que acaba de iniciarse, porque me insinúa que lo mejor está por venir, porque me recuerda que hay decisiones que tan sólo dependen de mí, porque se trata de un perfecto punto de partida desde el que todo es posible. De hecho, ya enarbola mi principal propósito anual: reivindicar diariamente el lado bueno de las cosas. Y lo llevaré a la práctica con la ayuda de un bolígrafo de tinta verde, apuntando en mi agenda la mejor experiencia de cada jornada. De este modo, podré recurrir a ese listado medicinal cada vez que el desánimo y la tristeza toquen a mi puerta.

Dicen que, si la felicidad se asocia a un trayecto y no a una meta, las posibilidades de alcanzarla aumentan considerablemente. Por lo visto, y contra todo pronóstico, ser feliz es posible incluso en épocas de crisis y está al alcance de casi todas las manos. Cada individuo tendrá que descubrir su fórmula personal e intransferible y, aunque los medios de comunicación funcionen como trágico escaparate de la convulsa coyuntura actual, deambular entre la decepción y el hartazgo no es la solución. Sólo se vive una vez y, mientras podamos abrazar a quienes amamos, reunirnos con amigos, leer libros, escuchar música, ver amanecer, pasear por la playa o disfrutar de múltiples actividades ajenas al poder adquisitivo, ni el peor de los gobernantes nos lo podrá impedir. Ojalá los telediarios nos lo recordaran de vez en cuando.

Porque cada día, por mal que se presente, seguro que guarda algún motivo para celebrar el privilegio de estar vivos. Mientras la calle ruge que son malos tiempos para la lírica,  mi innato optimismo pugna por abrirse paso entre las sombras. Espero triunfar en el intento, porque las experiencias vividas han educado mi mirada para descubrir el lado bueno de las cosas. No se trata de una actitud inocente. Tampoco de una pose de cara a la galería. Es más bien un ejercicio de voluntarismo con argumentos, de firme convencimiento de que a saber vivir también se aprende. Y seguir teniendo sueños por cumplir es un magnífico punto de partida para este 2014 recién estrenado que les felicito de todo corazón. 

Uno de los míos será tratar de demostrar que en nuestra sociedad no todo es corrupción e impunidad, aunque sea imprescindible seguir denunciándolas hasta lograr su erradicación. La solidaridad y el compromiso las superan con creces y ponerlo de manifiesto es absolutamente imprescindible para que no perdamos la esperanza. 





sábado, 11 de enero de 2014

LA VIDA TE DA SORPRESAS






Hace casi tres años, coincidiendo con el estreno de la emocionante cinta “Más allá de la vida”, dirigida por el maestro Clint Eastwood, publiqué un artículo en el periódico La Opinión de Tenerife titulado “Clases particulares para afrontar la muerte”. Era el día 1 de febrero de 2011.

Mi sorpresa ha sido mayúscula al leer esta misma semana en la prensa digital que un proyecto pedagógico mostrará a los escolares de la Comunidad Foral de Navarra la muerte como un proceso natural. La iniciativa está promovida por el Hospital San Juan de Dios y el Departamento de Educación del Gobierno navarro, será impartida por expertos en cuidados paliativos y duelo, y tiene por objeto contrarrestar la actual tendencia social al ocultamiento de todos los aspectos relacionados con el fallecimiento.

Se considera que una pedagogía de la muerte, no necesariamente vinculada a una creencia o confesión religiosa determinada, genera una mejora en las competencias del alumnado, tanto a la hora de afrontar las propias pérdidas, como a la de acompañar mejor las que sufren otras personas, produciéndose un cambio de actitud en la manera de acercarse a dicha realidad.

En la misma noticia se informa de que el curso pasado se llevaron a cabo dos experiencias piloto en Pamplona, concretamente en el IES Basoko y en el Liceo Monjardín, cuyo resultado altamente satisfactorio ha propiciado la formalización y extensión del citado proyecto a otros centros educativos.

Se da la circunstancia de que yo cursé EGB, BUP y COU en el colegio Ursulinas de Jesús, antigua denominación del actual Liceo Monjardín, por lo que mi alegría es doble. Me parece mentira que aquella sincera aspiración personal que manifesté hace tres años se haya convertido en realidad.

Definitivamente, la vida te da sorpresas. En esta ocasión, una muy grata.


CLASES PARTICULARES PARA AFRONTAR LA MUERTE

Hace más de una década sufrí en mis propias carnes una experiencia personal que habría de marcar mi futuro. Varias estancias hospitalarias precedieron a la muerte de mi madre y aquel período que ambas compartimos me sirvió para comprender que hay otros mundos en los que la enfermedad, la soledad y el dolor son compañeros inseparables. Mundos frecuentados por cuerpos enfermos que se sienten solos y desamparados. Mundos habitados por profesionales de la medicina y la enfermería, por voluntarios, por religiosos y por empleados de las áreas más diversas que, en la mayoría de los casos, son un modelo de entrega y solidaridad. Mundos en los que familiares y amigos están sometidos al yugo inexorable de los horarios de visita. Mundos temporal o definitivamente alejados de la felicidad, de la tranquilidad, de la cotidianeidad.

Desde entonces, siempre me he preguntado por qué no nos educan para la muerte desde que somos niños. Si la única certeza con la que nace el ser humano es la de saber que más pronto o más tarde morirá, no sería tan descabellado que existiera un protocolo educativo que nos sirviera para afrontar de un modo positivo tan inevitable realidad. La larga etapa de aprendizaje que durante nuestra infancia tiene lugar en las aulas sería la más idónea para que nos informaran y nos formaran, junto al resto de materias tradicionales, sobre la comprensión y posterior aceptación de nuestra caducidad innata. Sin duda, nos ahorraríamos mucho sufrimiento y sería la mejor orientación para  valorar nuestra vida en su justa medida y aprovecharla intensamente.

No hay duda de que la muerte es una constante fuente de preocupación para el ser humano. En mi opinión, pocas son las personas que no tuercen el gesto cuando se aborda este tema y, en función de la postura que adoptan al respecto, las divido básicamente en dos grupos. El primero lo integrarían quienes dicen no temer el momento de su despedida terrenal y el segundo los que se horrorizan ante la perspectiva del final de su existencia. Confieso que yo aún no tengo claro de cuál formar parte. Dependo de mis estados de ánimo. Pero, en todo caso, unos y otros compartimos la misma sensación de vacío interior ante el fallecimiento de un ser querido.

La pérdida de un amigo íntimo fue el detonante que impulsó al magnífico guionista Peter Morgan a escribir la conmovedora historia de “Más allá de la vida”, última película dirigida por el maestro Clint Eastwood que, a través de estas líneas, me atrevo a recomendar abiertamente. Transmite el escritor con sorprendente sinceridad la terrible soledad que padeció cuando, de la noche a la mañana, perdió a un compañero muy cercano y se vio sin ninguna muleta en la que apoyarse para superar una situación tan dura como inesperada. Explica en sus entrevistas de promoción del largometraje cómo días después del óbito podía percibir con claridad una presencia que le acompañaba y que él asociaba al ser querido que acababa de desaparecer. Sin prejuicios y desde el convencimiento de que las almas emprenden el camino hacia una dimensión desconocida pero continúan influyendo en quienes compartieron su andadura mortal, Morgan entrelaza tres emocionantes relatos de seres que han sufrido experiencias cercanas a la muerte. Con seriedad, huyendo del sentimentalismo y construyendo un mensaje de esperanza, la cinta conecta con ese universo de miedos y dudas en el que, en ocasiones, todos nos vemos inmersos.

Exigimos respuestas. Necesitamos consuelo. Muchos recurrimos a la fe. Otros, los más fieles defensores de la máxima “ojos que no ven, corazón que no siente”, abogan por la negación total. Nada de hospitales, nada de tanatorios, nada de cementerios, intentando en vano protegerse del dolor con esa actitud. Algunos, los menos, acuden a gabinetes de videncia movidos por la imperiosa necesidad de contactar con sus muertos, de darles un último beso, de zanjar conversaciones interrumpidas bruscamente cuando baja el telón. Así que la suma de todas estas circunstancias me lleva a considerar que nuestra fragilidad ante el tránsito desconocido por excelencia, seamos mujeres u hombres, jóvenes o viejos, creyentes o ateos, nos convierte en alumnos más que cualificados para recibir clases de la más trascendental asignatura pendiente: aprender a afrontar la muerte.




lunes, 6 de enero de 2014

NOCHE DE REYES


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 6 de enero de 2014




La fecha mágica se repite invariablemente, año tras año, con idéntica carga de ilusión.

Cuando era una niña, acudía a la Cabalgata de la mano de mis padres. ¡Cuánto les recuerdo todos los días de mi vida! Las calles de mi preciosa ciudad de Pamplona presentaban un aspecto extraordinario, iluminadas de noche por sus altas farolas. A veces, la nieve se amontonaba en las aceras, provocándonos un frío intenso. Los pequeños íbamos enfundados en largas prendas de abrigo, a las que acompañaban gorros, guantes y botas, mientras aguardábamos nerviosos el momento más esperado. De pronto, como por arte de magia, el inicio de la comitiva doblaba la esquina del Paseo de Sarasate y los aplausos estruendosos, sumados a los gritos de emoción colectiva, se convertían en la mejor banda sonora posible. Melchor, Gaspar (mi rey) y Baltasar, montados en brillantes carrozas, se hacían acompañar de unos pajes muy dispuestos, que se encargaban de escoltar los cargamentos de regalos. Después, regresábamos corriendo a casa porque había que cenar y acostarse más pronto que nunca. Según nos decían los adultos, los Magos de Oriente sólo dejaban los encargos de sus cartas a los chiquillos que ya se habían dormido. Pero yo no podía conciliar el sueño de ninguna manera y apretaba los ojos con fuerza, como si así el objetivo resultara más sencillo. Por fin, a la mañana siguiente, en pijama y descalza, abría la puerta del salón y allí estaban mis ilusiones envueltas en papeles de mil colores.

Hoy, cuando nos toca a nosotros ejercer de padres, también estará todo preparado. Los paquetes, envueltos y escondidos. La jarra, llena de agua, casi hasta el borde. A su alrededor, tres vasos de cristal. Enfrente, una bandeja con turrones y mazapanes. Y a los pies del Árbol de Navidad, con las figuras del Belén como testigos, los zapatos lustrosos colocados en fila india. Como maravilloso preludio, y esta vez de la mano de nuestros hijos, deberemos escoger un buen sitio para disfrutar de la Cabalgata, que discurrirá entre flores tropicales por las cálidas avenidas de Santa Cruz de Tenerife. Aquí no necesitaremos gorros ni bufandas, ni tampoco largos abrigos para protegernos de la nieve, pero viviremos la noche de Reyes con la misma felicidad de siempre. Porque un sentimiento tan universal no entiende de lugares ni de épocas. Porque, como decía Rilke con su alma de poeta, “la verdadera patria del hombre es la infancia”.