martes, 23 de diciembre de 2014

FELIZ NAVIDAD DE TODO CORAZÓN





La Navidad suele ser una fiesta ruidosa. Nos vendría bien un poco de silencio para oír la voz del Amor.


Navidad eres tú, cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma.


El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida.


Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida.


La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir.


Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.


Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor.


La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor.


Eres también los Reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quién.


La música de Navidad eres tú, cuando conquistas la armonía dentro de ti.


El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano.


La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos.


La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y restableces la paz, aun cuando sufras.


La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado.


Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo, sin ruidos ni grandes celebraciones.


Tú eres sonrisa de confianza y de ternura en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti.


Una muy feliz Navidad para todos los que se parecen a la Navidad.



Yo quiero ser Navidad

PAPA FRANCISCO

viernes, 19 de diciembre de 2014

LA CORRECCIÓN POLÍTICA DE LOS MIEMBROS Y LAS MIEMBRAS



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de diciembre de 2014

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 22 de diciembre de 2014




No pasa un solo día de Dios en el que no tenga que padecer en los medios las declaraciones “políticamente correctas” de los dirigentes de turno, haciendo uso de los dos géneros, masculino y femenino, a la hora de exhibir su muy mejorable verborrea. Continúan reproduciendo aquellos mantras del ex lehendakari Ibarretxe (“vascos y vascas”), la diputada Carmen Romero (“jóvenes y jóvenas”) o la otrora ministra Bibiana Aído (“miembros y miembras”), bordeando el ridículo y alejándose años luz de la forma habitual de expresión de los ciudadanos de a pie.  

Recuerdo que hace algunos años se editaron unos manuales de lenguaje no sexista, elaborados por una serie de expertos presuntamente animados por la buena fe y por el afán de lucha en pro de la igualdad de la mujer. Y, en efecto, sus contenidos eran bienintencionados, pero chocaban frontalmente con la belleza y la economía del lenguaje. De hecho, la Gramática Española establece que, en las lenguas románicas, el masculino es el llamado género no marcado -es decir, el que el sistema activa por defecto- y abarca a los individuos de ambos sexos. Así, cuando decimos “el alumno debe acudir a clase”, nos referimos a todos los alumnos. En idéntico sentido, también el singular lo es frente al plural (“la mujer ha estado históricamente discriminada” se refiere a las mujeres como colectivo) y el presente frente al pasado y el futuro (si digo “mañana no hay reparto”, quiero decir que no lo habrá al día siguiente). Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido hasta la fecha romper una lanza en favor de la visibilidad de plurales, pretéritos o porvenires, aunque, visto el nivel de nuestros representantes populares, no descarto cualquier ocurrencia de este tenor.

Lo cierto es que, excepción hecha del ámbito de la política, no se ha producido a nivel social la pretendida consolidación de aquella iniciativa. Se ve que el común de los ciudadanos no está por la labor de retorcer el lenguaje hasta el infinito, repitiendo artículos, sustantivos y adjetivos en sus dos versiones como respuesta a un conflicto bastante artificial. Más les valdría a las Administraciones centrar sus esfuerzos en tomar medidas verdaderamente efectivas contra la discriminación femenina, porque las cifras asociadas a la violencia contra las mujeres son absolutamente inasumibles. No conozco a ninguna que no desee contribuir a la emancipación definitiva y a la auténtica igualdad con el hombre en todos los campos, pero, para ello, no parece muy necesario forzar las estructuras lingüísticas y abrir una brecha entre el lenguaje oficial y el real.

En mi infancia, cuando se aludía al término “niños” (sustantivo de género no marcado), las niñas nos dábamos por aludidas sin mayores traumas y así hemos ido creciendo hasta el día de hoy. Por eso, mi impresión es que las conquistas sociales poco tienen que ver con el idioma, por otra parte lo suficientemente deformado y prostituido ya. Es más, conceptos como médica, abogada, arquitecta o ingeniera, perfectamente correctos y admitidos por la Real Academia Española, presentan una considerable resistencia a su uso por parte de las propias licenciadas, que se decantan (en mi opinión, inexplicablemente) por su acepción masculina, al parecer dotada de un prestigio más acendrado. Se me ocurre que las propias Universidades harían bien en imprimir los títulos académicos también en femenino.

En conclusión, y aunque respeto a quienes defienden la idea contraria, esa medida de cambiar el lenguaje para ver si, de ese modo, cambia la sociedad que lo utiliza como herramienta de comunicación, es ingenua y de escasa utilidad. Lo auténticamente útil es recorrer el camino en sentido inverso: cambiar dicha sociedad para que, entonces, determinados aspectos de su lenguaje, dignos de ser revisados y mejorados, también cambien. Lo demás son brindis al sol y atentados al oído.


martes, 16 de diciembre de 2014

PUES A MÍ SÍ ME GUSTA (Y MUCHO) LA NAVIDAD



 
 

Me gusta la Navidad. Lo digo muy en serio. Los recuerdos y experiencias que voy atesorando a su paso me llenan de felicidad. Antes, como hija. Ahora, como madre. Sé de buena tinta que algunos me tachan de cursi, otros de anacrónica, varios de monjil y, a poco que me descuide,  hasta de carca, pero no me ofendo.
 
Soy una superviviente que venció hace años el vértigo a la no integración social. Me siento, en ésta y en tantas otras cuestiones, como ese piloto que conduce por la autopista en sentido contrario, mientras experimenta una inexplicable y malsana satisfacción. Y como, de momento, puedo sobrevivir a mi desafiante condición de perro verde sin lanzarme en brazos del Trankimazín, miel sobre hojuelas.
 
Sé sin ningún género de duda que ese día llegará pero, si mi destino piensa que voy facilitarle la labor, va listo. Y mira que persiste -insisto, sin éxito-  en que me una al numeroso ejército de detractores de una celebración que, muy a su pesar, resiste el paso del tiempo sin fisuras. Pero yo, invadida por la más terapéutica de las nostalgias, procedo a trasladarme mentalmente cada cincuenta y dos semanas a un espacio y un tiempo donde la Navidad no comenzaba, como por desgracia sucede actualmente, a mitades de octubre sino, como dicta la lógica, a primeros de diciembre.
 
Firmemente decidida a reproducir el formato navideño de una infancia ya lejana, mi pesadilla se inicia cuando la Virgen aún está de siete meses, momento en el me dirijo a llenar el carro de la compra y me topo por sorpresa con una nutrida selección de turrones, roscos de vino, polvorones y calendarios de Adviento de todos los tamaños y precios, estratégicamente colocados en las estanterías de los pasillos centrales del supermercado. No entiendo cómo la más humilde de las embarazadas no se pone de parto en ese preciso instante. Desde luego, por falta de argumentos no será.
 
Sin haberme repuesto aún del impacto y ataviada con camiseta de tirantes y sandalias (para neutralizar los veinticinco grados tinerfeños) comienzo a escuchar por los altavoces del establecimiento el espantoso villancico de Boney M. que -ahora sí- me obliga a tomar asiento, presa de una incontrolable sensación de falta de aire. Compruebo con horror que ya se ha abierto la veda y los participantes en esta carrera de despropósitos van tomando posiciones, dorsal en mano. Tienen dos meses por delante para diseñar los fastos de un magno evento cuya razón de ser, cuyo espíritu verdadero, es lo que menos importa.
 
Porque conviene tener claras las prioridades y lo primero es lo primero, o sea, lo material. La dedicación al alma tendrá que esperar a mejor ocasión. El estómago es su ídolo de barro y los menús de rigor,  esa espeluznante selección de viandas a precios estratosféricos que, una vez digeridas y transformadas en kilos excedentarios, servirán para hacer más llevadera la cuesta de enero a los endocrinólogos, se convierten en la principal preocupación de estas jornadas de homenaje a los excesos. Los índices de etilismo e hipercolesterolemia no pueden defraudar, dada la inversión realizada.
 
Tampoco es despreciable el grado de estrés asociado a la elección y posterior compra de los inevitables regalos de rigor. Tan neurótica etapa se desarrolla en dos fases consecutivas. La fase UNO está protagonizada por un orondo anciano de barba blanca que proviene de lejanas y gélidas tierras. Las grandes superficies, cegadas ante sus expectativas de negocio, se han encargado de introducirle con calzador en nuestra civilización. Con confianza, sin complejos, como si compartiéramos una historia en común. Por mor de tan influyentes madrinas, lleva lustros compitiendo con los protagonistas de la fase DOS, entrados igualmente en años y llegados de los desérticos confines del orbe. Este trío, al parecer con una capacidad económica sustancialmente inferior, no ha podido contratar a unos asesores de marketing mínimamente cualificados y su visita tardía -apenas dos días antes de la vuelta al cole- juega claramente en su contra, a pesar de que a ellos sí les avala un brillante currículo de historia y tradición. Una pena.
 
Superadas sendas pruebas de fuego -banquetes y obsequios- y con los bolsillos como dos agujeros negros de la galaxia, resta lo secundario. O sea, lo intangible. Lo espiritual, vamos. Y para triunfar en este proceloso terreno de los afectos, lo ideal, una vez zambullidos en los océanos de la informática y de la telefonía móvil, es perpetrar un texto de última generación que sustituya a las inolvidables cartas manuscritas de antaño. ¿Cabe acaso mayor muestra de cariño que un WhatsApp standard de contenido cuasidiabético? Sí. Cabe. Los empalagosos e impersonales Christmas que proliferan por Internet saturando las bandejas de entrada.  
 
Con permiso, procedo a regresar al pasado. Aunque sea mentalmente.


viernes, 12 de diciembre de 2014

LOS VILLANCICOS COMO VEHÍCULO DE ADOCTRINAMIENTO POLÍTICO



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 12 de diciembre de 2014

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de diciembre de 2014




No existe para mí mayor cruzada que aquella que se centra en respetar, defender y mejorar la vida de los más pequeños. Rechazo de un modo visceral la manipulación de la infancia y la utilización de los niños para fines que, no sólo no les competen, sino que, además, les perjudican. La visión de un chiquillo vociferando consignas ideológicas, agitando banderas o enarbolando símbolos me indigna, amén de considerarla denunciable. Por eso mismo, me repugna enterarme de noticias como la que protagonizan varios padres de alumnos de un colegio religioso concertado de Barcelona, a cuyos responsables acusan de instrumentalizar la tradicional representación navideña de “Els Pastorets” con el fin de adoctrinarles en favor de la secesión de Cataluña. 

El grupo de progenitores afectados ha decidido denunciar los hechos a través de las redes sociales, una medida que ha causado hondo malestar en el presidente de la AMPA y en el concejal de Educación de turno -partidarios de una queja más discreta y menos mediática-, quienes aseguran que el peculiar libreto ha sido fruto inocente de la inspiración literaria de los protagonistas de la función escolar (circunstancia, por otra parte, harto improbable). Y es que cuesta creer que unos tiernos pastorcillos de 5º de Primaria (entre 10 y 11 años) sean los autores de un villancico cuyas estrofas incluyen unos contenidos tan incompatibles con el espíritu navideño como los siguientes: "Estamos hartos de pagar impuestos / para dárselos a Madrid. / Queremos ya la independencia / se nos acaba la paciencia. / Que Rajoy se joda ya / queremos ser independientes. / Ea, pastores, vayamos contentos / que nos espera nuestro Dios".

Semejante canto doble a la pedagogía y al mensaje cristiano no ha hecho sino encender la mecha de la polémica más agria, por lo que supone de falta de respeto al alumnado en su conjunto, a los padres que se decantan por una postura contraria al independentismo y a los ciudadanos de las demás autonomías españolas que pueden sentirse aludidos por la más que discutible comparativa tributaria. No obstante, llueve sobre mojado, ya que el curso pasado fueron sus compañeros de Sexto los encargados de rodar un video para la asignatura de Inglés en el que, entre otras iniciativas sectarias, portaban esteladas, lo que provocó duras críticas provenientes de un sector de padres y, simultáneamente, la indiferencia más absoluta por parte de las autoridades académicas.

Desgraciadamente, la utilización de los menores con fines políticos no es infrecuente en determinados territorios españoles cuyos gobernantes condenan al ostracismo y al desprecio al resto de la ciudadanía que no comulga con su excluyente ideario partidista. Es una práctica que conocen a la perfección algunos mandatarios como el actual presidente de la Generalidad, Artur Mas, acostumbrado a hacer uso y abuso de la televisión pública catalana como instrumento de manipulación infantil, cuando difunde imágenes de criaturas a las que está privando, por culpa de sus directrices educativas, de un mínimo de capacidad crítica para llegar a ser futuros ciudadanos de una comunidad, mal que le pese, plural y diversa.

Y, visto lo visto, la obsesión de los nacionalistas se torna cada vez más insufrible. Ya no les basta con el incumplimiento de las sentencias judiciales, ni con la imposición del catalán como única lengua vehicular, ni con la propagación de su falsa versión de la Historia de España. También pretenden politizar el ocio de los niños, inculcándoles su férreo y unívoco modelo de convivencia y de pensamiento.  Personalmente, abogo por extremar el celo a la hora de educar a los niños en el respeto y la tolerancia, huyendo de esa tendencia tan humana al maniqueísmo y tratando de evitar que juzguen lo que no conocen o que alimenten la idea de un mundo dividido en función de las opciones políticas, religiosas, sexuales o lúdicas de quienes lo habitan. Sólo así les otorgaremos ese puesto de privilegio que merecen dentro de toda sociedad.