lunes, 30 de marzo de 2015

SEMANA SANTA: DESCANSO PARA EL CUERPO Y PARA EL ALMA






Ayer, Domingo de Ramos, dio comienzo la Semana Santa.

Dos días antes, Viernes de Dolores, coincidiendo exactamente con el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús (28 de marzo de 1515) tuve el honor de asistir a un recital poético-musical que, como homenaje a la insigne Doctora de la Iglesia y reformadora de la Orden del Carmelo, tuvo lugar en mi parroquia santacrucera de Santo Domingo de Guzmán (Carmelitas Descalzos).

Por espacio de una hora se fueron enlazando diversos textos de la magnífica escritora que fue la insigne religiosa abulense con composiciones musicales interpretadas por el Coro Parroquial.

La pasión y la razón, unidas a una honradez orientada hacia la verdad, son los puntales en que se apoyaron su personalidad, sus actos y sus escritos, dando como resultado una obra de vigencia permanente con la que transmite su fuerte carácter y, al mismo tiempo, el pulso de la época en la que le tocó vivir.

La ilustre poetisa canaria Elsa Hernández Baute fue la encargada de poner voz y sentimiento a unos versos llenos de belleza y hondura, que propiciaron en todos los asistentes una atmósfera de paz interior con la que afrontar estos días tan señalados en el calendario cristiano.

Me sirvo de esta conocida declaración teresiana para desear de corazón unas provechosas jornadas de descanso para el cuerpo y para el alma. 


Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia,
todo lo alcanza,
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.



viernes, 27 de marzo de 2015

DISTINTAS RESPUESTAS ANTE UNA MISMA TRAGEDIA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 27 de marzo de 2015






Tragedias tan espeluznantes como la sufrida por la tripulación y el pasaje de un avión de la compañía Germanwings nos sacuden las entrañas y nos colocan ante la máxima verdad de la vida, que no es otra que la absoluta certeza de la muerte, a veces cuando menos se la espera. Y es en situaciones como esta cuando las personas demostramos nuestra verdadera talla o, inconcebiblemente, la ausencia de ella. Baste como ejemplo la reacción incalificable de algunos energúmenos en las redes sociales, escombrera de insensateces por excelencia, quejándose del retraso en la emisión de su programa favorito -a saber, un engendro televisivo trufado de musculosos sin cerebro y de analfabetas siliconadas- a consecuencia de la cobertura informativa del luctuoso suceso. Igualmente rechazable es el tratamiento de dicha noticia en determinados medios de comunicación, que se decantan por el sensacionalismo carroñero en detrimento del respeto y la intimidad de las víctimas del drama. Me temo que, en este concreto aspecto, nos queda mucho que aprender de nuestros vecinos centroeuropeos.

Resulta desolador constatar que la insolidaridad tiñe a pasos agigantados nuestra moderna existencia, esa de cuyo progreso y desarrollo presumimos a voz en grito. El individualismo se abre paso con fuerza y siempre encontramos alguna excusa para no colaborar con los más necesitados, aludiendo a que sus problemas no nos competen y derivando la solución de los mismos a un Estado del Bienestar que hace aguas por doquier. Descargamos nuestra conciencia con una facilidad pasmosa y a velocidad de crucero. Sin embargo, el egoísmo no debería convertirse jamás en nuestro patrón de conducta, precisamente porque es la antítesis de la humanidad, lo contrario a la esencia que nos diferencia del mundo animal, por más que sean los propios animales quienes a menudo nos den grandes lecciones de buen comportamiento.

Por fortuna, también existen sobradas razones para la esperanza. Así, contrarrestando el fenómeno anterior y devolviéndonos la fe en el género humano, se alzan multitud de hombres y mujeres solidarios y acogedores que abren sus mentes y sus corazones sin exclusión, que detectan el tipo de atención que requieren las circunstancias extremas, que manifiestan su disponibilidad para la escucha y que hacen de la ayuda gratuita al prójimo su modo de vida. Suelen presentar un perfil creativo y proclive a la organización que les permite planificar sus actuaciones de auxilio al margen del paternalismo. Están acostumbrados a trabajar en equipo y capacitados para formar a otros compañeros en las tareas que acometen. Asimismo, conocen de primera mano la realidad que les rodea, ya sea social, política o económica, y su compromiso por construir una sociedad más generosa les moviliza con rapidez ante cualquier eventualidad inesperada, máxime si adopta la forma de una catástrofe. 

Destinan esa faceta de su personalidad a mitigar en la medida de sus posibilidades el dolor ajeno, compartiendo con los afectados unas penas tan intensas que apenas se pueden expresar con palabras. Pertenecientes a sectores profesionales de lo más diverso, desde bomberos a policías, pasando por miembros de ONGS como Cruz Roja, sanitarios o religiosos, dan lo mejor de sí mismos regalando a los demás parte de su tiempo y de sus conocimientos. Son, sin duda, esos conciudadanos que nos cruzamos a diario y de los que debemos sentirnos orgullosos y agradecidos. Yo tengo la suerte de conocer a más de uno y me quito el sombrero ante ellos. Nada me haría más feliz que poder estar a su altura en trances como el de este reciente siniestro aéreo. Y, siendo verdad que el destino juega sus cartas y no sabemos qué nos depara, no es menos cierto que la unión hace la fuerza y que ingredientes como la compasión, la empatía y la solidaridad nos sirven para elaborar la mejor medicina para el alma.  



martes, 24 de marzo de 2015

LA BUENA EDUCACIÓN, UNA RELIQUIA DEL PASADO






A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a las anteriores generaciones (entre ellas, la mía). Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida como consecuencia de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Y vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.

Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. 

Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar, porque lo más suave que le espetará el sujeto en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.

Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regentan. No seré yo la que les censure su discutible gusto eligiendo canciones pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista.  Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios.

Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos unos a otros a voz en grito. Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de entretenimiento, cuyos escotes y piernas entreabiertas son un auténtico dechado de ordinariez. 

No me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo, exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos del fin de semana. 

Para concluir, una breve referencia a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano, convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Por lo visto, debe de ser una actividad muy divertida que, encima, suele salirles gratis.

En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden. Las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Hay que educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas más aptas para vivir en sociedad, así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor.

viernes, 20 de marzo de 2015

OSASUNISTA EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 20 de marzo de 2015




Me gusta el fútbol. Desde siempre y, probablemente, para siempre. De pequeña, practicarlo. Antes y ahora, verlo en televisión y en los pabellones que visitan mis hijos cada sábado. Es una de esas atracciones fatales que no se pueden explicar con palabras. Como el cine. Como el flamenco. Cuestión de sentimiento.

Y para mí el deporte del balompié tiene un nombre, OSASUNA, que significa salud en euskera. Nunca he defendido otros colores que los del equipo rojillo ni he cantado otro himno (jota incluida) a voz en grito con más cariño. “De tu blusa y tu bandera, fuerte y rojo es el color de tu blusa y tu bandera, como el roble montañés y el vino de la ribera”.  He visitado el estadio de El Sadar muchas veces a lo largo de mi vida. De niña, adolescente, joven y adulta. Soltera primero. Después, casada y madre. Con el sol iluminando el cielo pamplonés y con la nieve amontonada en las bandas, padeciendo un frío del demonio. Hasta visitando otros campos si no quedaban muy lejos de casa, como la maña Romareda. En Primera, en Segunda e, incluso, en Segunda B, porque las alegrías deportivas casi nunca han sido “la marca de la casa”. De hecho, lo mejor de cada encuentro solía adoptar la forma de bocadillo de chistorra en el descanso. (Abro paréntesis. Ser hincha de un club que gane partidos a menudo, que no llegue a las últimas jornadas rezando por no descender y que a sus jugadores sea la cabeza y no el corazón (o el bajo vientre) la que inspire sus patadas debe ser toda una experiencia. En mi caso particular, no ha habido suerte. Demasiadas sombras para tan pocos gozos. En fin. Cierro paréntesis).

Asumida, pues, desde el principio de los tiempos, la condición de club de la eufemística "parte baja de la tabla", ello no me impedía sentir un inexplicable orgullo cuando me declaraba osasunista hasta la médula. En lo bueno, en lo malo, en la salud y en la enfermedad. Porque, bajo ese paraguas sentimental, se guarecía el amor por mi Pamplona natal y por mi "Navarra siempre p’alante", se cobijaba un estilo de gestión marcada por la honestidad y el buen nombre, se defendía a los chavales de la cantera (como los actuales Azpilicueta, Monreal o Raúl García) y se enarbolaban principios y valores que, desde hace un mes, han ido a parar a una escombrera, junto a la ingenuidad y la ilusión de miles de mis paisanos.

Los juzgados de la capital del Viejo Reyno han sido escenario del paseíllo de algunos directivos de la entidad a los que se les acusa de apropiación indebida, delito societario y falsedad documental. Supuestos PTV (Pamploneses de Toda la Vida) de rancia tradición y abolengo que, mientras los aficionados pasábamos por taquilla y rezábamos a San Fermín domingo sí, domingo también, se dedicaban a conspirar en los despachos, amañando los resultados en colaboración con más de un jugador y llevándoselo crudo. Una auténtica oda a la limpieza y a la deportividad. 

Abriendo los telediarios con sus andanzas presidiarias, nos han arrebatado lo único que nos quedaba: la reputación. Miedo me da pensar qué será lo próximo, porque cada novedad me produce el efecto de una puñalada trapera en mitad del corazón. Pero, hasta que salga a la luz la próxima ignominia de estos sinvergüenzas, me dispongo a acudir este 22 de marzo a las gradas del Heliodoro Rodríguez López para, con la mayor discreción posible, homenajear a un pasado que no volverá y tratar de convencerme a mí misma y a los míos de que no todo apesta, de que el fútbol no es así, de que vale la pena defender unos colores en nombre del deporte y de que la honradez no es una virtud en peligro de extinción.