viernes, 30 de octubre de 2015

"MARCAR LÍMITES TAMBIÉN LES AYUDA A CRECER"



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 30 de octubre de 2015

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 4 de noviembre de 2015

Colaboración para el Magazine del Colegio Hispano Inglés




El pasado día 27 acudí a la magnífica charla de mi admirado paisano Javier Urra en el Espacio Cultural CajaCanarias, bajo el lema “Marcar límites también les ayuda a crecer”. Esta actividad se inserta dentro de unas jornadas de reflexión para padres y madres que tendrán lugar durante los meses de octubre y noviembre en las islas de Tenerife, La Gomera y La Palma. Urra, doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud y primer Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, es todo un referente en temas educativos y ha compartido sus conocimientos con generosidad a través de numerosos libros cuya lectura recomiendo vivamente, entre ellos “Educar con sentido común”, “¿Qué ocultan nuestros hijos?”, “El pequeño dictador” o, recientemente, “El pequeño dictador crece”. 

Basta con darse una vuelta por hogares, colegios y calles para constatar que demasiados niños se han convertido en los dominadores de nuestra sociedad. No hay ámbito que escape a sus deseos. Deciden qué les apetece comer y qué no, cuándo quieren ir a dormir o cuánto tiempo pretenden estar enganchados a las máquinas. Cualquier conato de reprobación, freno o sanción por parte de progenitores, abuelos y profesores acarrea situaciones de tensión que dichos adultos, por distintas razones, habitualmente se resisten a afrontar. Se trata de niños egoístas y caprichosos, incapaces de aceptar una negativa y reacios a la imposición de los límites imprescindibles para su formación como personas. No toleran el fracaso ni aceptan la frustración, como tampoco reconocen sus errores o faltas. 

Según el conferenciante, existen chavales de menos de siete años que, incapaces de controlar sus impulsos, dan puntapiés a sus madres mientras éstas, entonando un débil «eso no se hace», sonríen por no llorar. O que estrellan contra el suelo un bocadillo que no resulta de su agrado para, posteriormente, verse premiados con la compra de un bollo. Conviene tener muy presente que la tiranía infantil degenera a menudo en violencia doméstica juvenil, que se traduce en estados recurrentes de agresividad, absentismo escolar, experiencias de alcoholismo y drogadicción y exigencias económicas desmesuradas. 

Además, en la franja de edad que se extiende entre los doce y los dieciocho años, ese desapego emocional hacia quienes les han dado la vida es ya palpable y difícil de reconducir con éxito. En este sentido, nuestro Código Civil recoge en su artículo 154 la figura del auxilio a la autoridad que, por si no lo saben, puede recabar todo padre que se sienta desbordado por la conducta de su hijo. Por lo tanto, la permisividad en la que a veces se educa a los más pequeños, la corriente de “dejarles hacer” y la prevalencia de sus derechos sobre sus deberes, dan como resultado un proceso de madurez maltrecho y viciado por la ausencia de transmisión de los valores básicos. 

Resulta asimismo incuestionable la enorme responsabilidad de algunos medios de comunicación audiovisual en esta involución social, al actuar como correa de transmisión de unos modelos de comportamiento nocivos, irrespetuosos y banales, a años luz de la urbanidad y de la promoción de la cultura pero, por desgracia, muy rentables desde el punto de vista publicitario y de las audiencias. La solución pasa, pues, por ejercer la autoridad moral paterna con buen criterio (sin olvidar el amor, el humor y el perdón) y por anclar el desarrollo del menor sobre los pilares de la actitud, el esfuerzo y la solidaridad.

lunes, 26 de octubre de 2015

SU ESTELA GUIARÁ MIS PASOS ETERNAMENTE







Comienza hoy la semana que concluirá con el Día de los Fieles Difuntos, cuya jornada posterior albergará la Festividad de Todos los Santos. 

Y, un año más, no recordaré a quienes me precedieron en el tránsito a la otra vida de forma distinta a como lo hago a diario. En mi mente y en mi corazón siguen estando junto a mí, siento su presencia y su aliento, guardo su ejemplo como el bien más preciado y trato de no defraudarles con mis actos allá donde estén. 

Este próximo domingo también rezaré por ellos, como lo hice ayer, como lo haré mañana y siempre. Y les pediré que no me dejen nunca sola, que me ayuden a acertar en mis decisiones, que me sigan enviando señales que sólo yo soy capaz de reconocer. 

Y no dejaré de darles las gracias infinitamente por haberme querido tanto y tan bien, y por haberme dejado como herencia una fe que me esfuerzo en conservar y en transmitir. 

De nuevo limpiaré sus lápidas y colocaré flores maravillosas sobre sus restos, pero tampoco lo haré de forma distinta a como lo hago quincena a quincena. 

Mientras sus nombres, que son mis nombres, adornen el negro y brillante mármol, acudiré a honrarles como se merecen, para que no haya duda de que su familia mantiene en condiciones dignas su última morada terrenal. 

No sé dónde están sus almas pero sí sé que lo que queda de sus cuerpos, que tantas veces besé y abracé, reposa bajo una tierra sagrada que, mientras no me fallen las fuerzas, exhibirá orgullosa, a salvo del barro y de las malas hierbas, los colores y los aromas de la naturaleza. 

Y su estela guiará mis pasos eternamente.

viernes, 23 de octubre de 2015

UN MALTRATADOR NUNCA PUEDE SER UN BUEN PADRE



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 23 de octubre de 2015

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de noviembre de 2015





El Tribunal Supremo acaba de resolver que las condenas por asesinato o intento de asesinato de la pareja podrán incluir directamente la retirada de la patria potestad en el propio proceso penal. Sin más trámites. Hasta ahora, aunque un hombre matara a su mujer y fuera condenado por ello, seguía siendo el responsable de los hijos a los que había dejado huérfanos hasta que se solventase el necesario proceso civil, lo que suponía un retraso muy considerable de tiempo. El atávico concepto de “buen padre de familia” esgrimido por la Jurisprudencia ha resultado siempre tan incuestionado que ni siquiera a causa del homicidio materno se perdía aquel poder omnímodo del “pater familias”. Sin embargo, quienes a partir de ahora decidan matar a las madres de sus vástagos, tendrán antes que valorar si prefieren ser asesinos o padres ya que, por fortuna, ejercer simultáneamente ambas condiciones no les va a ser posible. 

La patria potestad es una figura jurídica cuyo origen se remonta, pues, al Derecho Romano. A través de ella, se confiere a los progenitores la representación legal de los hijos desde un doble contenido personal y patrimonial. Como deberes inherentes a la misma se encuentran los de velar por ellos, tenerles en su compañía, alimentarles, educarles y procurarles una formación integral, así como representarles y administrar sus bienes. Imagino que esa evidente incompatibilidad de ejercerla tras cometer actos tan reprobables como el que da pie a esta pionera sentencia es la que ha debido llevar a los Magistrados del TS a manifestar textualmente que "repugna legal y moralmente mantener al padre en la titularidad de unas funciones respecto de las que se ha mostrado indigno, pues resulta difícil imaginar un más grave incumplimiento de los deberes inherentes a la patria potestad que el menor presencie el severo intento del padre de asesinar a su madre". 

Coincido plenamente con quienes consideran que la decisión adoptada por el Alto Tribunal es justa pero muy tardía, dado que el sentido común y las estadísticas venían demostrando reiteradamente las dramáticas consecuencias de estos crímenes sobre los hijos, así como las del ejercicio de la patria potestad por parte de los asesinos desde prisión. No en vano son numerosos los testimonios de niños que manifiestan temor a quedarse con sus padres en semejantes circunstancias, olvidando a veces los responsables judiciales de su destino que la Convención de los Derechos de los Niños, ratificada por España, señala que “se les debe escuchar conforme a su madurez y edad y tener en cuenta sus opiniones”. 

Asimismo, creo que no es preciso acabar salvajemente con una vida ni hacerlo a ojos vista de los pequeños para tomar una decisión tan acertada (en el caso concreto que ha dado lugar a esta resolución judicial, el acuchillamiento de la madre fue contemplado por la hija en común de ambos, que contaba por aquel entonces con tres años edad, dato que el Ministerio Fiscal ha considerado de extraordinaria relevancia para calificar la acción, además de delito contra la adulta, de ataque frontal contra la integridad moral de la niña y el armónico desarrollo de su personalidad). El clima de continua violencia, los constantes ataques físicos y verbales, el acoso moral, las amenazas recurrentes o el terror ante un nuevo episodio de agresividad ocasionan en el ámbito doméstico perjuicios e impactos equivalentes y que, sin embargo, no son susceptibles de la adopción de medidas similares. 

En otras palabras, si aguardamos al asesinato para retirar o limitar la patria potestad al criminal, la posibilidad de rehabilitación de los niños afectados correrá un grave riesgo y la violencia entendida como método de establecimiento de relaciones se hará hueco en su carácter, dejándoles una huella indeleble. De modo que ese estereotipo falaz de que un hombre puede ser un buen padre a pesar de ser un maltratador deber ser desmontado con urgencia y para siempre. De ellos dependerá elegir ser o lo uno o lo otro.

lunes, 19 de octubre de 2015

DÍA INTERNACIONAL CONTRA EL CÁNCER DE MAMA







En este día mantengo vivo el recuerdo de quienes se fueron y me dejaron su huella eterna.

En este día envío mi abrazo a quienes siguen adelante con su lucha y me brindan su ejemplo.

En este día felicito a quienes ya han ganado la batalla y afrontan el futuro sin mirar atrás.



viernes, 16 de octubre de 2015

PRESENCIAS, AUSENCIAS E INDECENCIAS


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de octubre de 2015 



Nunca hasta este 12 de octubre había presenciado el desfile del Día de la Hispanidad de principio a fin. En años anteriores, me había limitado a prestar atención a la pantalla unos breves minutos, sobre todo al inicio de la solemne ceremonia, que incluye la llegada de la Familia Real y los primeros acordes de la emocionante “La muerte no es el final”. Supongo que mi nula adhesión a la causa monárquica, incrementada por el rechazo que me ha ido provocando la penosa evolución de Juan Carlos I de Borbón en sus últimos tiempos como Jefe del Estado, había favorecido a ello. 

Sin embargo, el pasado lunes convine que dedicar noventa minutos de mi tiempo de ocio al Ejército y a la Guardia Civil de mi país era lo mínimo que podía hacer para darles las gracias por la impresionante, permanente y, a menudo, no reconocida labor que sus miembros desempeñan en favor de todos los españoles, incluidos aquellos que les desprecian los 365 días del año. 

Me emocionó hondamente la dignidad que exhibió una vez más el rey Felipe VI, acompañado por su esposa e hijas en el estrado, así como su ofrenda floral en memoria de los soldados que dieron su vida por España y el talante respetuoso y cordial con el que fue saludando a las autoridades civiles y militares y al numeroso público que, congregado en las inmediaciones, agitaba banderas de todos los tamaños. Me sentí muy orgullosa de ser representada por su impecable presencia, su perfecta educación y su admirable empeño de tender puentes entre quienes formamos una de las naciones más antiguas del mundo, incluidos aquellos que le desprecian los 365 días del año. 

En aquel momento, las ausencias al acto institucional y las indecencias de quienes decidieron hacer sus necesidades sobre la Virgen del Pilar y la Fiesta Nacional me parecieron chuscas e irrelevantes, propias de personas mediocres, maleducadas y rencorosas, incoherentes de palabra y de obra y, por encima de todo, ventajistas a la hora de aprovecharse de las atribuciones que les otorga ese mismo Estado de Derecho al que están dispuestos a torpedear sin remisión y que, paradójicamente, les habilita para ocupar los cargos que ostentan y para cobrar las nóminas y las subvenciones con las que llenan sus neveras a diario. 

En aquel momento, sólo tuve ojos para las presencias, las de los cientos de hombres y mujeres que desfilaban con sus mejores galas por el centro de Madrid, orgullosos de servir a su patria, valientes y dignos, sin alardes desmedidos ni estridencias fuera de lugar. Seres especiales, dispuestos a afrontar la mutilación y la muerte por un sueldo que a muchos de los delincuentes que abren los informativos a cuenta de sus desmanes financieros les parecerían de chiste, y con el que apenas abonarían el importe de una cena con final feliz. 

Conozco personalmente a varios militares y me une a ellos un afecto verdadero que dura ya décadas. Son padres de familia que han dado lo mejor de sí mismos en Bosnia, Afganistán o Mali, resignados a no ver a sus parejas ni a sus hijos en meses y acostumbrados a transitar por los grandes infiernos de este mundo para que sus compatriotas conservemos nuestros pequeños paraísos cotidianos. 

Profesionales de la paz que están listos para dejarse la piel en la defensa de los indefensos, para garantizar la seguridad nacional frente a todo tipo de terrorismo -incluidos el de Internet y el de la Yihad-, para preservar la libre circulación de personas y bienes por tierra, mar y aire, y para adiestrar en las misiones internacionales a las fuerzas locales de las zonas en conflicto. 

En definitiva, personas de carne y hueso que han decidido voluntariamente servir al prójimo en nombre de la mejor acepción del concepto de Patria, esa que debe quedar al margen de manipulaciones históricas y de rencillas políticas, y a salvo de ausentes e indecentes.



viernes, 9 de octubre de 2015

TIROS EN LA NUCA Y TIROS EN EL PIE



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 9 de octubre de 2015

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 14 de octubre de 2015





La parlamentaria irunesa Arantza Quiroga, máxima mandataria del actual PP vasco, se ha descolgado esta semana con una iniciativa que a muchos ciudadanos, entre quienes me incluyo, nos ha llenado de estupor e indignación. Cuando apenas faltan un par de meses para una nueva convocatoria a las urnas, la presidenta de los populares de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya ha vuelto a poner en duda la postura que mantiene su formación política respecto a ETA y a las diferentes siglas con las que la banda terrorista se ha hecho hueco en las distintas instituciones del País Vasco y Navarra. Y lo ha hecho, al parecer guiándose por cálculos electorales, presentando una inexplicable moción en el Parlamento de Vitoria, con el ánimo de acordar una serie de principios básicos de convivencia que incluya a todos los grupos con representación en la Cámara, a los que a partir de ahora ya no se exigirá la condena sino la deslegitimación del terrorismo. 

Ni que decir tiene que la salida de pata de banco de la bienintencionada lideresa ha tenido un recorrido horario inferior a un día y no es para menos. Aun así, Bildu ha rentabilizado a su favor tan escaso lapso de tiempo para apuntarse el tanto y manifestar que se trata de "un buen punto de partida, un texto sobre el que se puede trabajar para hablar de paz, convivencia, normalización política y libertad, y avanzar hacia nuevos escenarios". Por su parte, la mayoritaria Asociación de Víctimas del Terrorismo ha emitido un durísimo comunicado exigiendo la desautorización de la promotora de la medida quien, por supuesto evitando la autocrítica, ha procedido muy a su pesar a dar marcha atrás a su lamentable planteamiento, quejándose amargamente de que se han malinterpretado sus palabras. 

Personalmente, creo que los conceptos condena y deslegitimación no significan lo mismo ni por lo más remoto, y sospecho que a los casi mil muertos que descansan en los camposantos de toda España, así como a sus familiares y amigos, les sucederá lo mismo que a mí. En mi opinión, rebajar las exigencias semánticas y ampararse detrás de ese eufemismo indefinido que es el rechazo a la violencia me parece, a estas alturas de la Historia, un auténtico escándalo. Para este viaje, no hacían falta alforjas. Si se trataba de pasar por el aro, mejor lo hubieran hecho hace décadas, con el consiguiente ahorro de sangre vertida y dolor infligido. Y, de paso, yo no tendría almacenadas en mi disco duro determinadas imágenes que algunas noches pueblan mis pesadillas. 

Como las del jefe de la Policía Foral José Luis Prieto, asesinado cruelmente a la salida de misa, y con cuyo cadáver todavía caliente me topé cuando, con diecisiete años, iba al encuentro de mis amigas para dar una vuelta una tarde de sábado. O como las de dos guardias civiles cuyo vehículo saltó por los aires mientras yo dormía, con mi consiguiente sacudida sobre la cama, quedando esparcidos sus cuerpos entre las ramas de varios árboles que podían verse desde mi balcón, junto a los operarios que durante horas fueron depositando los restos mortales de ambos jóvenes en bolsas de plástico. 

Por lo tanto, no es sólo la violencia en general la que se debe rechazar sin ambages. Son cada uno de los crímenes atroces que se han ido encadenando a lo largo de medio siglo los que necesitan ser reconocidos y reparados. Sólo entonces habrá posibilidad de una auténtica reconciliación social en un territorio tan castigado por la violencia ciega. No se trata de venganza ni de inmovilismo. Tampoco de rencor. Se trata de justicia. Ni más ni menos. 

Después de semejante tiro en el pie, la señora Quiroga debe dimitir urgentemente. Un error tan grave no puede subsanarse ni con una excusa vacua ni con un perdón ausente de arrepentimiento. Esta penitencia sólo puede cumplirla entre las cuatro paredes de su domicilio.

martes, 6 de octubre de 2015

A PEOR LA MEJORÍA




Hace prácticamente cinco años que escribí por primera vez sobre el preocupante fenómeno de los abuelos esclavos. Un lustro después, el problema, lejos de menguar, aumenta con nuevas medidas como la que, calificándola de ¿moderna?, va a poner en práctica el actual gobierno conservador británico.

Según el ministro de Economía, George Osborne, los abuelos que trabajan en el Reino Unido podrán compartir los días de permiso de maternidad y paternidad para cuidar de sus nietos. El periodo de 50 semanas de baja que los padres y madres pueden repartirse durante el primer año de vida de su bebé no se extenderá, pero podrá compartirse con las generaciones anteriores. A través de esta vía, permitirán mantener en el mercado laboral a personas que, de otro modo, lo abandonarían casi seguro y de forma permanente. Por lo tanto, se mantendrá a miles de personas en sus puestos de trabajo, lo que (afirman) es bueno para la economía.  

No dudo que estos miembros de la familia juegan un papel esencial en el cuidado de sus nietos y ayudan a moderar los gastos que supone tener un hijo. Sin embargo, me pregunto hasta qué punto es beneficioso para ellos mismos y también si han podido asumir dicha opción desde la libertad u obligados por las circunstancias y por el amor a sus vástagos. No sé cómo será el escenario en Gran Bretaña, pero en España lo veo con nitidez, y así lo expuse en su momento:

“En numerosas ciudades españolas se ha detectado en los últimos años un considerable aumento de los denominados "abuelos esclavos". De todos los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio, ellos son quienes padecen con una mayor intensidad las consecuencias del nuevo modelo de sociedad en que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de convertirse en auténticos padres sustitutos.

Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante, siempre que no se recurra a ellos de forma ocasional y voluntaria sino permanente y obligatoria. En otras palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, en consecuencia, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. No cabe duda de que el contacto entre ambas generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional, pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudoempleo, con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad.

No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios vástagos, tal exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Es una patología que los psicólogos ya han bautizado como "síndrome del abuelo esclavo". Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora llevando a los menores al colegio y/o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños cuando se arrancan en veloz carrera. A última hora de la tarde, recalan en su domicilio para hacer la tarea y allí acuden al rescate unos padres habitualmente cansados, que limitan su diario contacto paternofilial a la hora del baño y de la cena y, así, hasta el ansiado fin de semana.

Reflexionar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque la máxima responsabilidad de que esta relación a tres bandas funcione correctamente recae sobre la segunda. El cuidado de los niños de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho a gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Es injusto que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les corresponde ni por obligación ni por devoción”.

Personalmente, es una opción que sigue sin convencerme pese al tiempo transcurrido, aunque entiendo que más de uno y de una se acojan a ella, incluso a su pesar.


viernes, 2 de octubre de 2015

NO TODAS LAS PALABRAS SE LAS LLEVA EL VIENTO



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 2 de octubre de 2015







Qué tiempos aquellos en los que los negocios se cerraban con un apretón de manos, en los que las promesas se cumplían y en los que coincidían pensamientos, palabras y obras. Está claro que la virtud de la coherencia no pasa por su mejor momento. Encontrar personas que piensen, digan y hagan lo mismo es más difícil que ver llover hacia arriba. Y, por lo que respecta a la escena política, pasamos directamente al ámbito de los milagros. Aún no ha transcurrido una semana desde la celebración de las elecciones autonómicas catalanas y ardo en deseos de comprobar si los representantes de la CUP van a cumplir su doble promesa de no apoyar a Artur Mas como candidato a la Presidencia y de no seguir adelante con la declaración unilateral de independencia, al no haber obtenido la requerida mayoría de los votos de su imaginario plebiscito. Ojalá me equivoque, pero intuyo un repentino cambio de criterio por parte de los miembros de la formación antisistema. Tiempo al tiempo. 

Lo que parece evidente es que el valor de la palabra dada cotiza claramente a la baja y ello es aplicable a todos los órdenes de la vida, desde el más trascendental al más irrelevante. Ya nada es lo que era. A menudo recuerdo con nostalgia sana aquellas películas del Oeste de las sobremesas de los sábados de mi infancia, en las que el compromiso verbal de los protagonistas era más que suficiente para formalizar un acto. Claro que yo ya tenía en casa a mi particular Gary Cooper, un padre honesto hasta el extremo y que jamás en su vida quebró un juramento. Por lo visto, se trata de vestigios del pasado, que van desapareciendo al mismo tiempo que quienes las ponían en práctica sin fisuras. Descansen en paz. 

Yo misma, en el ámbito profesional, insisto muy a mi pesar en la importancia de trasladar al papel cuantos datos conciernan a una relación, bien sea contractual o de otra índole, amparándome en la famosa (y, por desgracia, certera) máxima de que “las palabras se las lleva el viento”. Porque en este mundo nuestro que gira alrededor del poder y el dinero, sólo los contratos por escrito evitan complicaciones ulteriores no deseables y son los documentos los que consolidan los vínculos entre las partes de un negocio. Reconozcamos, pues, que la suspicacia y el recelo han ganado la batalla a la confianza y a la buena fe. 

Pero no es preciso recurrir a las esferas jurídicas, políticas o financieras para constatar esta realidad tan poco edificante. Lo que algunos maleducados consideran una trivialidad, como llegar tarde a las citas, es una muestra habitual del poco o nulo valor que otorgan a la palabra dada y constituye una falta de respeto hacia el otro, que viene a importar al impuntual aproximadamente el cero absoluto y que, como tarjeta de presentación del sujeto en cuestión, no tiene desperdicio. Luego tratará de justificarse, acusando a la pobre víctima de su retraso de ser demasiado estricta. Relájate, le dirá, que la vida son dos días. Sin sonrojos. Con un par. 

El propio entorno doméstico también es testigo de esta costumbre tan rechazable, aunque no tan rechazada. Así, sucede lo mismo con el trato que dispensamos a niños, adolescentes y jóvenes a nuestro cargo. Con frecuencia les generamos falsas expectativas o les ilusionamos con propuestas irrealizables, con la correspondiente decepción posterior. Si están acostumbrados a que sus mayores incumplan lo acordado, pretender que después se conviertan en adultos abonados a la sinceridad y al cumplimiento de los compromisos adquiridos no deja de ser una ingenuidad, cuando no una osadía. 

Respetar la palabra dada es respetarnos a nosotros mismos, es revelar nuestro grado de integridad y seriedad, es demostrar al prójimo que nos importa. Y, por encima de todo, es el único patrimonio que nos queda cuando ya no nos queda nada.