viernes, 29 de enero de 2016

LA LACRA DENIGRANTE DEL ACOSO ESCOLAR



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de enero de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de febrero de 2016

Colaboración para el Magazine del Colegio Hispano Inglés





Esta pasada semana numerosos medios de comunicación han dado cuenta de una de esas noticias que hielan la sangre. Diego, un niño de 11 años, decidió poner fin a su corta existencia por estar padeciendo día a día un infierno entre los muros de su colegio. A él le han precedido muchos otros niños cuyos dramas no siempre han salido a los focos, pero que han atravesado idénticos calvarios con un denominador común: la sinrazón. Multitud de víctimas inocentes de estas prácticas aberrantes afrontan cada lunes su cruel destino con una mezcla de miedo, llanto y soledad. Cuando cruzan el umbral de su centro educativo, un selecto grupo de matones abre la veda de su demoledor “via crucis”, transformando lo que debería ser un lugar para el aprendizaje y la convivencia en una prisión de máxima seguridad en la que no pocos chavales maldicen su infancia mientras cumplen cadena perpetua. 

Cualquier excusa es válida a la hora de escoger a la diana de turno. Ser gordo o flaco, feo o guapo, listo o tonto, callado o hablador, se torna en motivo más que suficiente para resultar agraciado en tan siniestra lotería. La única característica ineludible que se le exige al ganador del sorteo es su incapacidad para defenderse y el terror ante la perspectiva de ser acusado de chivato si osa relatar los escarnios que le infligen los gallitos del corral. La sarta de abusos es tan heterogénea como los colores de la paleta de un pintor, desde clavar lapiceros a rasgar ropa, desde pedir dinero a exigir juguetes, desde la patada al escupitajo, desde el insulto al ninguneo. Todo vale para saciar momentáneamente la sed del verdugo. Poco o nada le importará convertir al blanco de sus ataques en asiduo visitante a la consulta de un psicólogo y en firme candidato a arrastrar inseguridades en la edad adulta. 

Ha transcurrido más de una década desde el suicidio del joven vasco Jokin Ceberio, que obró sobre la conciencia colectiva el efecto de un aldabonazo seco en mitad del corazón. Uno de sus familiares se preguntaba entonces dónde miraban sus profesores mientras el adolescente sufría delante de sus ojos. Y qué hacía el Estado con nuestros hijos en las escuelas mientras se los confiábamos. Y qué clase de mundo estábamos construyendo, que hacía de chiquillos de catorce años torturadores sistemáticos y sin escrúpulos. Por desgracia, idénticos dramas siguen reproduciéndose a diario en esta sociedad contagiada por el mal uso de las redes sociales y de los teléfonos móviles, donde algunos de sus miembros más indefensos son objeto de denigración moral y de exclusión y optan por poner punto final a un muestrario de vejaciones continuadas. 

Como las que sufrió Diego, que después de escribir una conmovedora carta a sus padres, decidió saltar al vacío desde la ventana de su habitación. O como las que sufrió Jokin, que alcanzaron lo más profundo de su ser y debieron de producirle tal efecto devastador en su subjetividad de adolescente que prefirió lanzarse por la muralla de Fuenterrabía antes que retornar a las negras aulas de su instituto. 

Es de todo punto imprescindible que los responsables del cuidado de nuestros pequeños no pequen de pasividad e inacción y extremen la vigilancia para que hechos tan deleznables como estos no vuelvan a producirse jamás. El fenómeno está llegando a tal extremo que el Gobierno, dentro del Plan de Convivencia Escolar, acaba de anunciar la puesta en marcha para el próximo curso de un teléfono 900 totalmente gratuito de atención a las víctimas de acoso escolar. Desde el Ministerio se pretende igualmente convocar un Congreso Estatal de Convivencia, así como mejorar la formación del profesorado en dicha materia y crear un manual para los afectados por una lacra que, lejos de reducirse, cotiza al alza. 

Urge, pues, tomar medidas inmediatas destinadas a sensibilizar a los sectores sociales. Esta batalla la tenemos que ganar entre todos.

martes, 26 de enero de 2016

SIEMPRE UNIDOS



Hijo mío: 

Mañana es el gran día. Otro 27 de enero. Así, hasta veintiuno que han pasado desde que, por vez primera, te tuve entre mis brazos, una tarde soleada de invierno pamplonés. 

Nunca podré olvidar aquel momento mágico. Me pareciste el niño más precioso que había visto jamás. Tenías los ojos abiertos y mirabas mi rostro fijamente, como si ansiaras por fin ponerle cara a aquella mujer que llevaba nueve meses contándote sus cosas, esperándote con ansiedad, convencida de que lo mejor de su existencia estaba por llegar. Y no me equivoqué lo más mínimo. 

Hoy, a través de estas breves líneas, no voy darte ninguna primicia. Tampoco voy a decirte nada que no sepas o que no te haya dicho ya un millón de veces. 

Que te quiero más que a mi vida. 

Que has sido mi brújula en tiempos difíciles, mi norte, mi guía, mi razón de vivir cuando todo estaba oscuro. 

Que estoy profundamente orgullosa de ti. 

Que me llenas de una felicidad imposible de ser expresada con palabras. 

Este 2016 es el primer año que no celebraremos juntos tu cumpleaños y, aunque he tratado de prepararme para tal circunstancia, sé que me va a costar un mundo. 

Por eso, a modo de extraña terapia, deseo dar testimonio escrito del inmenso amor que siento por ti y del agradecimiento que va unido a él. 

Gracias por darme tantas satisfacciones. 

Gracias por acompañarme en el camino.

Gracias por dejar que te abrace.

Gracias por recordarme a tu abuelo cuando caminas. 


Feliz cumpleaños, Miguel. 

Feliz futuro. 

Feliz vida.

viernes, 22 de enero de 2016

EL FEMINISMO COMO ANOMALÍA


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de enero de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 22 de enero de 2016





La tan tristemente traída y llevada Real Academia Española de la Lengua define el término Feminismo en su primera acepción como “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres”, mientras que existe una segunda definición que alude al “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Por lo tanto, nada que objetar a tan nobles y elevados ideales. Sin embargo, yo nunca me he sentido especialmente identificada con una corriente cuyos errores de planteamiento han obrado en su contra, soslayando así algunas innegables virtudes que, siquiera desde una perspectiva histórica, se le deben atribuir. 

Conste que, por mi condición femenina, defiendo plenamente el principio de igualdad de género pero, desgraciadamente, los posicionamientos que, desde la radicalidad y la incoherencia, defiende esta doctrina, provocan en mí más rechazo que adhesión. El lenguaje utilizado para difundir su credo me resulta repetitivo, falso y desesperanzador, ya que se nutre invariablemente de sentimientos como la venganza y el revanchismo, a todas luces incompatibles con una adecuada reconstrucción social en pro de un género de cuya bandera se apropian de forma exclusiva y excluyente. Y repito que no estoy en contra del movimiento reivindicador en sí, sino de las ultrafeministas que, empecinadas en rememorar sus eternas cuentas pendientes con el macho, formulan sobre esa base, no sólo un modo de vida, sino una teoría general con olor y sabor añejos. 

Seguir respirando por la herida no me parece la mejor vía para encarar un futuro que, por fortuna, siempre compartiremos con la mitad masculina de la sociedad. Resulta paradójico comprobar cómo el feminismo a ultranza nada tiene que envidiar al machismo, que cualquier ser humano racional -hombre o mujer- repudia desde las entrañas. Lo mismo podría afirmarse del fanatismo político, sea de izquierdas o de derechas, porque el hecho cierto de que los extremos se tocan admite poca discusión. Siempre he defendido el inmenso valor de la palabra para construir discursos coherentes y equilibrados, alejados lo más posible del sectarismo. Por ello, me decepciona profundamente asistir a los penosos argumentos de quienes, amparados en una ideología otrora respetable y necesaria, pretenden dinamitar los pilares de la lengua española con infundados argumentos sobre su eventual sexismo. 

Al parecer, a este muestrario de compañeros y compañeras les resulta harto difícil de asimilar que nuestra gramática común establece el uso de los sustantivos en masculino plural cuando se refiere a los dos géneros, convirtiéndolos en palabras neutras no discriminatorias y mucho menos misóginas. Ni las reglas gramaticales tienen sexo ni los conceptos que integran nuestros diccionarios poseen capacidad de obrar. Más bien somos los individuos quienes les damos su significado y quienes les atribuimos nuestros odios, antipatías, manías y fobias. 

Pero aún hay más. La estrategia femenina más reciente para alcanzar esa justa y ansiada igualdad se centra en imitar las peores actitudes de sus supuestos adversarios, desde la utilización de un lenguaje cada vez más soez a la reproducción de conductas ligadas al exceso de alcohol y tabaco, o a la formación de grupos de acosadoras que se gestan en los patios de los centros educativos. Para rematar la faena, algunas medidas políticas y legislativas relativas a la discriminación positiva, la violencia de género y la igualdad de trato, han incurrido a menudo en los mismos errores inadmisibles que pretendían subsanar. 

Pues bien, pese a tanta insensatez, somos legión las mujeres que, sin gritos, pancartas ni exhibiciones de nuestros bebés a cuestas con fines espurios, llevamos décadas luchando personal y profesionalmente por este objetivo y que creemos que a este feminismo anacrónico le ha llegado la hora de hacer examen de conciencia de una vez por todas, de adaptarse al devenir histórico y de alejarse de unos procederes tanto o más intolerantes que los de su eterno rival.

martes, 19 de enero de 2016

21 DE ENERO - DÍA INTERNACIONAL DE LA MEDIACIÓN



Artículo para LA OPINIÓN DE TENERIFE y LA PROVINCIA (Diario de Las Palmas)

Guión para las entrevistas radiofónicas en INTERRADIO TENERIFE y ES RADIO CANARIAS



El jueves 21 de enero se celebra el Día Internacional de la Mediación. Por este motivo, se han programado una serie de actos en toda España, con el fin de difundir e impulsar esta vía alternativa de resolución de conflictos. Para ello, diversos colectivos profesionales han previsto la realización de charlas y conferencias, seminarios en colegios y asociaciones, colocación de carteles y pancartas e intervenciones en diversos medios de comunicación. 

En el caso concreto de la Comunidad Autónoma Canaria, se han organizado una serie de actividades, auspiciadas desde el Punto Neutro pro Mediación en Canarias (PNPM) y con la participación de miembros del Grupo Europeo de Magistrados por la Mediación (GEMME). La primera de ellas, a la que asistí como miembro de MEDIASCAN (Mediadoras de Canarias) tuvo lugar el pasado fin de semana en las sedes de los Ilustres Colegios de Abogados de Las Palmas y Tenerife, consistiendo en unas jornadas teórico-prácticas bajo el título “El papel del Abogado en el proceso de Mediación”, a cargo de prestigiosos expertos de la Mediación en España. Ya el propio día 21 se procederá a la colocación de mesas informativas sobre Mediación y entrega de trípticos a quienes que acudan a los Juzgados de Las Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife. Asimismo, a lo largo de la mañana y en horas de audiencia, se llevarán a cabo derivaciones judiciales a sesiones informativas inmediatas de mediación civil por parte de Juzgados de Primera Instancia de Las Palmas de Gran Canaria, en la Ciudad de la Justicia. 

Con ello se pretende dar a conocer de primera mano en qué consiste la Mediación y descubrir la posibilidad de alcanzar soluciones negociadas con la ayuda de la figura del mediador, sin tener que acudir inevitablemente a la vía judicial. Se trata de un procedimiento eficiente y susceptible de realizarse en poco tiempo de forma positiva, distinguiéndose además por su vocación de perdurabilidad, ya que los pactos alcanzados se mantienen a lo largo del tiempo. Supone la apuesta por la unión frente a la confrontación, con miras a evitar la judicialización de las disputas. Y abre un nuevo horizonte a la Justicia puesto que promueve la cultura de la paz, constituyendo un método complementario sumamente idóneo para obtener la mejor tutela efectiva. De ahí la creciente inquietud de muchas personas por acercarse a ella y formarse en su disciplina. 

Su espectro de aplicación es prácticamente ilimitado, extendiéndose a los ámbitos mercantil, laboral, comunitario, penal, médico, educativo y, por supuesto, familiar, entre otros. En este último caso, siempre está orientada a la prevalencia del interés de los menores y a la preservación de su bienestar psicológico y emocional. Características tales como la rapidez, la economía, la confidencialidad y la flexibilidad convierten a la Mediación en una recomendable apuesta de futuro. Es un hecho contrastado que un elevado porcentaje de ciudadanos prefiere resolver sus conflictos a través de un acuerdo, aunque éste les suponga alguna concesión, y que sólo dos de cada diez son partidarios de trasladar sus discrepancias a los Tribunales. Además, sustituir la filosofía del litigio por la del acuerdo supone un notable ahorro de tiempo y de dinero. Según un informe del Banco Mundial, en Europa la Mediación resulta un 76% más barata que la justicia ordinaria, así como cinco veces más rápida. Incluso desde un punto de vista psicológico, el grado de estrés que lleva aparejado es sustancialmente inferior al de cualquier proceso en sede judicial. 

El reto más inmediato, pues, es entender y abordar esta vía como un proyecto común, superando algunos recelos entre los distintos sectores profesionales a quienes concierne -abogados, psicólogos, pedagogos, trabajadores sociales y otros-, ya que aquí el trabajo en equipo es fundamental. Por eso mismo, el Consejo General del Poder Judicial, máximo órgano de gobierno de los jueces, manifiesta también una decidida vocación pro mediadora y aboga por incorporar la Mediación a la carta de servicios de la Administración de Justicia. Ojalá esta empresa tan anhelada por muchos comience a dar sus frutos lo antes posible. Porque todos queremos lograr una justicia más humana, más cercana y más pacífica. 

viernes, 15 de enero de 2016

CASQUERÍA FINA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de enero de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de enero de 2016 





Si nos remontamos al nacimiento de las principales cadenas privadas de televisión de nuestro país, a principios de la década de los noventa, la evolución en el tratamiento de determinadas noticias ha experimentado un curso descendente hasta alcanzar su actual nivel, que cualquier persona con dos dedos de frente y un corazón capaz de latir calificaría, como mínimo, de subterráneo. Aunque no pocos ingenuos estaban persuadidos de que los espectáculos del circo romano no eran más que vestigios de épocas pasadas o, en todo caso, manifestaciones propias de una antigua civilización cuyos seres albergaban una idea de la compasión más bien discutible, siguen comprobando con horror cada fin de semana que un programa autodenominado “del corazón” asume como principal objetivo sacarles de su error. 

La sensación de que, en el fondo, los gustos del común de los mortales no han variado tanto con el paso de los siglos y la constatación de que cientos, miles, millones de espectadores, se reúnen viernes tras viernes para recibir su dosis semanal de morbo y curiosidad malsana, aterra. Son ya demasiados años en caída libre hacia ese abismo en el que la ordinariez, la falta de educación y el regusto por la desgracia ajena se dan la mano. Determinados periodistas, muchos de ellos meros colaboradores con una formación intelectual más que mediocre, pretenden convencernos de que ejercen una valiosa labor en pro del interés general cuando, en honor a la verdad, no son más que mercenarios que engordan sus cuentas corrientes comerciando con las peripecias vaginales de cuatro impresentables que dejan al género femenino a la altura del barro o con las tribulaciones financieras de algunos hijos de papá venidos a menos. Todavía tendremos que agradecer a tan esforzados profesionales de la información su pedagógico afán por abrirnos los ojos y ponernos en bandeja semejantes primicias, como si estar al tanto de las infidelidades ajenas o de las dificultades económicas de un holgazán fueran magnas aportaciones a los avances de la sociedad del bienestar. 

Estos supuestos expertos en casquería fina aspiran día a día a la gran victoria final, que no es otra que obtener un índice de audiencia superior al de sus competidores catódicos. Con el talonario como fiel aliado, compran voluntades, manipulan declaraciones y exigen un comportamiento previamente pactado a quienes, decididos a salir del anonimato, se convierten, polígrafos mediante, en los nuevos bufones del siglo XXI. Las entrevistas que perpetran estos Torquemadas de nueva generación son igualmente un vehículo ideal para calibrar el perfil de cada inquisidor. Comparten algunas características comunes, como la manía de hablar a voz en grito o la deplorable costumbre de intervenir al mismo tiempo que el resto de sus compañeros, cual gallinero en el momento de la puesta. Pero, además, presentan particularidades que les definen y les proporcionan un toque de singularidad. 

Así, los hay más o menos viscerales, más o menos inmorales o más o menos hirientes, en atención al sexo, la edad o la mala uva. Y, como sucede con cualquier tropa que se precie, ocupa una posición privilegiada la figura del capitán (a veces, capitana) que, consecuencia derivada de su cargo, no sólo obtiene una mayor retribución económica y despliega una superior influencia mediática sino que disfruta de la máxima satisfacción de la velada, ésa que consiste, entre anuncio y anuncio y entre bazofia y bazofia, en repartir sensacionales premios en metálico destinados a mantener amarrado al sillón hasta altas horas de la madrugada a este contemporáneo populus romanus

La intuición me dicta que el futuro no es muy esperanzador, máxime cuando ni juristas ni políticos están por la labor de definir con claridad esa finísima línea que separa el derecho a la información de los derechos de opinión, intimidad, imagen y libertad de expresión. Menos mal que siempre se puede recurrir a la opción de cambiar de canal o, mejor aún, de refugiarse en los brazos de la literatura.






martes, 12 de enero de 2016

RECORDAR ES VOLVER A VIVIR (Dedicado a mis compañeras del grupo URSULINAS´82)




Vivimos tiempos en los que conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino a la inversa tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule tan sólo aquéllos que nos torturan insistentemente. Esta idea asociada a la ciencia ficción no es nueva y ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. 

Sin ir más lejos, las víctimas de un trastorno de estrés postraumático protagonizan a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de proyección. Son individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a través de pesadillas, flashbacks o remembranzas intrusas que escapan a cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas de los especialistas que, a través de terapias o medicación, luchan por rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan, pero cuya carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo. 

El prestigioso psiquiatra, investigador y profesor Luis Rojas Marcos afirma en su libro “Somos nuestra memoria” que los seres humanos nacemos con una especial capacidad de almacenar en nuestra mente aquello que consideramos relevante para, en el momento oportuno, rememorarlo. Por ello, nos resulta tremendamente difícil imaginar una vida despojada de recuerdos, en la que nada tenga significado, sin sentido del tiempo ni del espacio, sin recorrido de pasado ni conciencia de futuro. 

Manifiesta, desde su dilatada experiencia profesional, que la lección más fascinante que ha aprendido sobre esta materia ha sido comprender que la memoria no es un archivo perfecto ni un disco duro de ordenador. Por el contrario, posee el don de renovar los datos que atesora a fin de adaptarlos a los cambios que experimentamos en nuestra trayectoria vital. Así, con el transcurso del tiempo sumamos y restamos detalles a las experiencias pasadas, de tal manera que reconstruimos nuestra historia con unas evocaciones modeladas y enmarcadas en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista actuales. Somos la suma de lo que hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Y, por extraño que pueda parecer, un proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el que los malos recuerdos no estorben. 

¿Qué es la vida sino una mezcla de aciertos y de errores, de fracasos y de superación? Lo que nos hace verdaderamente personas es esa combinación singular de episodios dichosos y desoladores y la hipotética posibilidad de manipularlos nos condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad “contra natura”. 

A título particular, siempre me ha preocupado esta moderna tendencia de querer solucionarlo todo con pastillas. También me resulta muy inquietante pensar que algún día sea factible tirar de goma de borrar para suprimir los recuerdos que nos causaron, nos causan y nos causarán dolor. Ese eventual olvido de los desamores, las muertes, los fracasos laborales o las amistades perdidas nos dejaría indefensos, sin armas con las que poder combatir los embates venideros del destino y expuestos a cometer los mismos errores de antaño, diseñados como estamos para tropezar una y otra vez en la misma piedra. 

Sin memoria no somos. Dicho de otra manera, somos lo que recordamos de nosotros mismos. Por esa razón, yo no quiero olvidar mi pasado. Porque me ayuda a enfrentar mi presente. Porque recordar es volver a vivir.

viernes, 8 de enero de 2016

QUE LA FUERZA NOS ACOMPAÑE


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 8 de enero de 2016





El mes de diciembre acaba de exhalar su último aliento, no sin antes ceder el testigo a su eterno sucesor. Enero se inicia más que nunca sin piedad y la famosa cuesta a la que da nombre será este año, para no variar, más alpina que pirenaica, sobre todo en lo relativo al espectro político. Los adultos que todavía conservan el puesto de trabajo retornarán a una tan denostada como bendita rutina y los niños volverán a llenar las aulas para enfrentarse al descafeinado segundo trimestre. E, imbuidos todavía por un postrero espíritu navideño, aprovecharemos el cambio de calendario para formular con nuestra mejor intención el enésimo listado de propósitos. Ahora queda lo más difícil: cumplirlos. 

Idénticos objetivos se repiten año tras año avalando lo recurrente de nuestras aspiraciones, auténticas odas a la ausencia de originalidad: adelgazar y dejar de fumar. Tampoco falta quien pretende elevar de una vez por todas su nivel de inglés. Otro clásico. No obstante, y en un alarde de rupturismo digno de todo elogio, aparece ocasionalmente alguna rara avis decidida a invertir su tiempo y su dinero, no en culturismo, sino en cultura, y se traza como meta la lectura de, por lo menos, cuatro libros en los siguientes doce meses. Tremendo reto. Que la fuerza le acompañe. 

Y es que, si para perder peso se recomienda adoptar una serie de medidas fruto del más puro sentido común (básicamente, comer menos y hacer más ejercicio), no parece descabellado que, para poner en forma el cerebro, se deba cumplir también un protocolo cuya primera medida consista en prescindir de la televisión y de los aparatos electrónicos -incompatibles a todas luces con una adecuada higiene mental- o, al menos, en reducir notablemente su uso y consumo. Pura utopía. Llegada a este punto, he de confesar que nunca le he dedicado demasiada atención a la pequeña pantalla, entre otras cosas porque lo mío siempre ha sido el cine. 

Informativos aparte, me cuesta lo indecible hallar una emisión que merezca la pena, a pesar de que en la actualidad las cadenas privadas y públicas que pugnan por atraer la atención de los millones de telespectadores se cuentan por docenas. Pero, por si no gozaba de suficientes argumentos para repudiar la caja tonta, durante estas jornadas de ocio he vuelto a constatar la reincidencia de espacios dedicados a la televenta y a los gabinetes de videncia. Con razón los sociólogos aseguran que se trata de un síntoma estrechamente ligado a los periodos de recesión económica, como si la lectura del tarot o los milagrosos efectos de la baba de caracol fueran antídotos perfectos contra las crisis. 

El caso es que, a deshoras y con la inestimable colaboración del mando a distancia, he vuelto a explorar mundos desconocidos habitados por plantillas que hacen crecer cinco centímetros, audífonos que permiten distinguir el sonido de un alfiler cuando choca contra el suelo, fajas vibradoras que, con apenas cinco minutos diarios de uso, ayudan a reducir dos tallas el perímetro corporal, y ungüentos pegajosos susceptibles de esclerosar las varices a domicilio. 

También he transitado universos inquietantes frecuentados por seres de dudoso género, vestuario alternativo y peinado irreproducible que, agraciados con el rentable don de la adivinación, acarician bolas de cristal entornando los ojos mientras vislumbran, si no el futuro del incauto de turno, sí los ingresos estratosféricos que les está reportando su conmovedora ingenuidad. Entre tallas de vírgenes y estampas de santos diseminadas sobre tapetes astrales, proceden a mostrar a cámara las cartas de La Muerte, El Ermitaño o La Emperatriz para, cientos de euros más tarde, facilitar a su lloroso interlocutor el supuesto remedio a sus males. Y así, entre fraudes y estafas, estos traficantes de esperanzas van engordando sus cuentas corrientes a costa de la desgracia ajena. 

Desde luego, ante tamaña perspectiva, lanzarse en brazos de la literatura se erige como la alternativa ideal, aunque sea con el exiguo saldo de una humilde novela al trimestre. Lo dicho. Que la fuerza nos acompañe.