viernes, 29 de julio de 2016

LOS PELIGROS REALES DE LOS MUNDOS VIRTUALES



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 29 de julio de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de agosto de 2016





Acaba de ver la luz un nuevo juego de los denominados “de realidad aumentada” que está causando furor entre sus usuarios. Ahora mismo es la app más descargada del año. Su finalidad estriba en cazar Pokémones (200 extraños seres que integraban una popular saga japonesa en los años 90) y algunos escenarios tan emblemáticos como el Parque Central de Nueva York o el Museo del Holocausto de Berlín se han llegado a colapsar ante las mareas humanas de jugadores en sus inmediaciones. Y es que lo que en él marca la diferencia es que obliga al individuo a salir de su casa, caminar y hasta correr para conseguir el objetivo, que no es otro que capturar todas las peculiares criaturas de la citada colección, combinando para ello el mundo físico real con GPS y videocámaras. 

Esta clase de entretenimiento está suponiendo una auténtica revolución tecnológica no exenta de riesgos y de cuyo evidente éxito muchas personas, desde la estupefacción, nos preguntamos el motivo. Pues bien, para empezar, el invento en cuestión no precisa de ningún programa específico ni concreta consola para su funcionamiento. La plataforma escogida por sus creadores para difundirlo planetariamente es el vulgar teléfono móvil. Pero lo fundamental es que no se trata tan sólo de capturar la mayor cantidad de personajes virtuales en espacios reales. Se añade además la posibilidad de interactuar con otros internautas, competir entre sí y, lo más importante, compartir las hazañas a diario en las todopoderosas redes sociales. 

Las consecuencias negativas no se han hecho esperar y van desde accidentes de circulación (hay quien se dedica a atrapar bichos volante en mano) a atropellos y aparatosas caídas, tanto en desnivel como a pie de calle. Se habla incluso de que ya se ha cobrado la vida de, al menos, dos adolescentes. No obstante, siendo muy alarmante que se ponga en riesgo la integridad física de los consumidores, lo es mucho más la obsesión que generan esta clase de videojuegos. Aumenta a cada paso el número de personas, sobre todo niños y adolescentes, que muestran algún grado de dependencia a los juegos on line y estas innovadoras alternativas pueden agudizar, si cabe, la adicción de un sector poblacional para el que la integración y la aceptación social viene determinada por la tecnología. 

Para colmo, los datos personales requeridos para descargar dicha aplicación (claves, contraseñas, cuentas de correo…) ponen en riesgo la intimidad de quienes los introducen, revelándose su ubicación y quedando a expensas de la empresa propietaria, con el consiguiente peligro de ser compartidos con terceros en virtud del protocolo empresarial de información y completamente vulnerables cuando navegan por la red. Aunque está previsto modificar estos sistemas de acceso para garantizar la seguridad de los consumidores, de momento esa asignatura pendiente no pasa de ser un deseo. 

Sin duda, urge estar atentos sobre todo a las conductas de los más pequeños y pedir ayuda si se detectan comportamientos agresivos o actitudes que evidencien síntomas de ansiedad, irritabilidad, competitividad desmedida o dependencia emocional hacia las máquinas. El control sobre las aplicaciones que se descargan, las informaciones que facilitan y los accesos que permiten es, hoy más que nunca, imprescindible, así como la limitación de horarios de la actividad y la supervisión de la misma, que han de llevarse a cabo con continuidad y máximo rigor. Sólo así se evitará que la lista de jóvenes que cada curso reciben terapia para poner fin a estas patologías se incremente. 

Por último, alertar también de los beneficios que no pocos delincuentes están obteniendo gracias a esta descerebrada búsqueda de monstruos digitales. La sobrevenida obcecación popular por perseguir Pikachus les está suponiendo un lucrativo negocio. Su operativa consiste en citar a los “cazadores” en un determinado lugar para, con el señuelo del Pocket Monster, robarles hasta la entretela. A ver si así se enteran de que, en el mundo real, las heridas duelen. Y las estafas, también..


martes, 26 de julio de 2016

VIVIR EN PRECARIO







Cada vez con más frecuencia me descubro echando la vista atrás y recordando mis inicios profesionales. Parece mentira que haya transcurrido más de un cuarto de siglo. Y es que formar parte de aquella generación del “baby- boom” solía implicar tener unos padres trabajadores y honrados a carta cabal, cuyo mayor anhelo estribaba en que sus hijos estudiaran todo lo que a ellos les había arrebatado la posguerra. 

Así lo hicimos muchos, conscientes de su sacrificio y de la responsabilidad de aquel legado. Primero, en el colegio y después, si era viable -todavía recuerdo el día que me concedieron una beca-en la Universidad. Pusimos el broche a nuestro currículum académico con idiomas y estudios complementarios y nos lanzamos a la búsqueda del primer empleo a una edad razonable. Algunos hasta lo conseguimos con cierta rapidez -yo tenía veintitrés años-, lo que nos permitió disponer de unos ingresos con los que empezar a planificar un futuro que pasaba inevitablemente por abandonar la casa paterna, bien para fundar nuestra propia familia, bien para diseñar otro modelo de vida alternativo. 

Hacer planes no era una quimera, como tampoco lo era tener hijos en vez de nietos. El hecho es que, con nuestras luces y nuestras sombras -que de todo ha habido-, hemos conseguido llegar al medio siglo con la sensación de haber disfrutado de experiencias vitales relevantes a su debido tiempo. Abundando en esta cuestión, me horroriza la espeluznante realidad que azota hoy en día a muchos jóvenes españoles. La crisis que ha doblegado a nuestra sociedad sin piedad ha ido dejando tantos cadáveres a su paso que nos paseamos a diario por calles y avenidas que más parecen camposantos de sueños y cementerios de ilusiones. 

Ocho de cada diez muchachos asumen que, con suerte, van a tener que depender económicamente de su familia sin fecha de caducidad. Es la vida en precario, consistente en trabajar en lo que sea, al precio que sea y renunciando a la más mínima exigencia sobre sus condiciones laborales. La esclavitud ha vuelto para mostrarnos una de sus múltiples caras, se ha instalado en el ámbito del empleo y su hipotética abolición ni siquiera se vislumbra en el horizonte. 

Merece una mención especial la amarga alternativa de la emigración no deseada, contemplada ya por más de la mitad de los encuestados. Un perverso “déjà vu” de la España de los sesenta, aunque con la terrorífica particularidad de que, por aquel entonces, las víctimas eran mano de obra sin cualificar, pero amparadas al menos en una contratación previa, mientras que a día de hoy adoptan la forma de licenciados bilingües o trilingües que se lanzan sin red sobre tierras extrañas, con grandes posibilidades de iniciar su personal “via crucis” sirviendo mesas en un restaurante de comida rápida. 

Me recuerdan a esos diminutos roedores domésticos que, sobre una rueda diabólica (sin trabajo no hay salario, sin salario no hay vivienda, sin vivienda no hay independencia y sin independencia no hay pareja ni hijos), giran y giran hasta el límite de sus fuerzas. La inmensa mayoría de los afectados culpabiliza a los sucesivos gobiernos de la nación, a los partidos políticos que los sustentan y a unos dirigentes económicos que son los responsables máximos de una catástrofe que, paradójicamente, ni les roza. 

Razón no les falta y desde estas líneas me uno a su indignación. A mí ya no pueden robarme el pasado, pero a ellos les están arrebatando el porvenir sin tener culpa de nada. Urge realizar cambios estructurales, como prioridad y en profundidad, porque los actuales modelos no sirven y tan sólo generan precariedad y desesperación.

viernes, 22 de julio de 2016

EL LLAMATIVO INFLUJO DEL VERANO SOBRE LOS FRACASOS FAMILIARES



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 22 de julio de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 28 de julio de 2016





El amor es una asignatura que hay que aprobar a diario, pero su prueba de fuego por excelencia llega con el verano, estación en la que la convivencia entre los miembros de las familias se prolonga en el tiempo. La posibilidad de relajarse junto a la persona amada puede degenerar en este momento tan propicio para que afloren todos los reproches que han sido silenciados durante los ajetreados periodos de invierno y primavera. Ahora, los componentes de la pareja no pueden recurrir a ninguna excusa para evitar el tan temido enfrentamiento y, al compartir más minutos al día, las diferencias que apenas se perciben durante el resto de los meses (y que también incluyen a los hijos, a veces unos auténticos desconocidos para sus padres) emergen ahora a la superficie. 

La constatación de que la mayor parte de las demandas de divorcio se plantean al finalizar las vacaciones estivales es incuestionable y puede demostrarse estadísticamente. No obstante, la tan traída y llevada crisis económica también se deja sentir en los despachos de abogados y no es infrecuente encontrar personas que atraviesan dificultades financieras y que, ante la esclavitud de la hipoteca y la imposibilidad de afrontar por individual los gastos comunes, se resignan a seguir compartiendo el domicilio conyugal, aunque se vean abocadas a echar mano de un biombo para dividir el espacio en dos. Lógicamente, esta medida sólo es viable cuando se trata de seres capaces de evitar confrontaciones y no llegar a las manos en caso de discusión. De lo contrario, emprender el camino de vuelta a casa de los padres también suele ser otra opción, y bastante más frecuente de lo que pudiera parecer. 

El hecho de que uno de cada tres divorcios se produzca en el mes de septiembre no es, pues, ninguna casualidad. Algunos expertos en la materia, fundamentalmente juristas, atribuyen esta circunstancia al hecho de que los juzgados permanecen cerrados en agosto, pero otros profesionales -en concreto, psiquiatras y psicólogos- no comparten dicha explicación y defienden su propia teoría. La experiencia les dicta que la rutina diaria marcada por el trabajo, la casa y la atención de los hijos empuja a muchos matrimonios y parejas de hecho a ir arrastrando los problemas surgidos en la convivencia y que, por desistimiento, no estallan durante el resto del año. La obligación sobrevenida de permanecer juntos durante varias semanas y sin posibilidad de escapatoria saca a la luz las tensiones ocultas y ese falso equilibrio en el que se sustenta su vida familiar termina por hacerse añicos. 

Por regla general, las rupturas surgen cuando los problemas de comunicación vienen de antiguo, de modo que no debe sorprender que los desencuentros aumenten cuando más tiempo comparten, en esa etapa de ocio que justamente tendría que servir para realizar actividades en común y profundizar en los afectos. Tanto mujeres como hombres culpan de su enorme dificultad para interrelacionarse al yugo de los horarios cotidianos, ya sean domésticos, laborales o escolares. Sin embargo, resulta chocante que sea precisamente en los períodos de descanso cuando, pudiendo hacerlo, no quieran o no sepan. 

Es obvio que, si cada miembro de la unidad familiar se limita a pensar exclusivamente en su propio interés o en su particular modelo de ocio, está incumpliendo su cuota de responsabilidad para alcanzar la felicidad colectiva y es entonces cuando aparecen nuevas fricciones o aumentan las ya existentes. Reconocer la raíz del problema es el primer paso para encontrar la solución. En infinidad de casos ni siquiera es necesario coincidir en todos y cada uno de los planteamientos vitales. Basta con saber comunicar las diferencias de opinión para, desde el respeto, tratar de llegar a acuerdos. Ahora bien, si son incapaces de realizar esta imprescindible tarea a lo largo de once meses, difícilmente la llevarán a cabo con éxito en el que completa el calendario.

martes, 19 de julio de 2016

COMPROMETIDA POR LA PAZ Y LA LIBERTAD







Cumpliendo un deseo largamente anhelado, conocí la fascinante ciudad de Marrakech en mayo de 2007 y, lejos de defraudar mis expectativas, todo en ella me resultó apasionante: la peculiar arquitectura árabe, la sugerente gastronomía, el zoco lleno de vida, la imponente mezquita, el palmeral infinito, la famosísima plaza central -su auténtico corazón- y las montañas nevadas del Atlas como bello telón de fondo. 

Hasta entonces, sólo había tenido la inmensa fortuna de conocer Túnez, el más occidentalizado de los países del norte de África, pudiendo disfrutar intensamente de sus maravillosas playas, sus vestigios romanos, sus casas blancas y azules, su luz cegadora y su inolvidable música. Aquella experiencia tunecina la guardo en el cofre de mis más preciados tesoros y confieso abiertamente que caí rendida a unos encantos que me revelaron un mundo desconocido que nada tenía en común con aquel otro que me vio nacer y en el que, en plena etapa universitaria, aún vivía. 

Quienes afirman que la reencarnación existe, quizá justifiquen así la extraña sensación de pertenencia a esa milenaria cultura que me invadió por completo cuando, en 1992, visité por vez primera la Alhambra de Granada. Recorriendo cada uno de los edificios, escuchando el murmullo de las fuentes y paseando por los jardines entre fragancias de azahar, me sentí como en mi propia casa. 

Admito que mi visión puede resultar en exceso idílica, por más que no me impide reconocer en esta civilización un lado oscuro que se extiende por ámbitos políticos, religiosos y culturales. Pero lo cierto es que las terribles noticias que en los últimos días provienen de países cercanos (como Francia) y más alejados (como Turquía) me llenan de inquietud y profunda tristeza. Confío en que sus compatriotas y el resto de ciudadanos del mundo afectados por estas tragedias se libren de la lacra del terrorismo y gocen en paz de un futuro mejor. 

SALAAM 

PAZ

viernes, 15 de julio de 2016

LA DIFERENCIA ENTRE ESTAR DE VACACIONES Y NO DAR PALO AL AGUA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 15 de julio de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de julio de 2016





A finales del pasado mes concluyeron las clases en colegios e institutos y numerosos padres volvimos a casa, además de con nuestros hijos, con un Libro de Vacaciones debajo del brazo. Unos, siguiendo las recomendaciones de los profesores para reforzar los conocimientos adquiridos por los niños a lo largo del curso. Y otros, a pesar de las buenas calificaciones de los vástagos, convencidos de que un repaso veraniego es beneficioso para encarar los retos venideros. No obstante, también algunos rechazaron la oferta, por considerar que verano y deberes son conceptos contradictorios y hasta excluyentes.

La conveniencia de dedicarle un mínimo de atención extra a la Lengua y a las Matemáticas se ha convertido en el enésimo debate de este país nuestro, tan proclive a enfrentar posturas que, en honor a la verdad, no son opuestas. Parece que en España estamos condenados al blanco o al negro. No hay matices. O los chiquillos tienen que estar acostándose y levantándose tarde, viendo atardeceres en la playa, jugando al fútbol con sus amigos y leyendo todos los tebeos del mundo o, por el contrario, deben estar la totalidad de la jornada haciendo deberes, repasando asignaturas, enfrentándose a lecturas nada apetecibles o practicando cálculo sin parar.

Personalmente, no puedo compartir la primera apreciación, convencida como estoy de que 24 horas dan para mucho, siempre y cuando se distribuyan con cabeza. Defiendo que, aunque su intensidad varíe, los hábitos y las rutinas no tienen por qué desaparecer de un plumazo durante los períodos vacacionales. La responsabilidad, la disciplina y el esfuerzo no distinguen un mes de otro y, por el bien de los menores, tendrían que seguir aplicándose en julio y agosto. Eso sí, distribuir adecuadamente el tiempo resulta imprescindible para abordar las actividades estivales, ya estén centradas en el ocio y la diversión o en la realización de tareas académicas y domésticas. De hecho, se trata de una oportunidad de oro para que los más pequeños de la casa se involucren en trabajos tales como ordenar, limpiar, hacer la compra y cocinar. De ese modo, valorarán en su justa medida el permanente esfuerzo que llevan a cabo sus madres y padres en este terreno.

Abundando en la cuestión, varios estudios científicos han demostrado que en dos meses y medio al margen del estudio se desaprende, se llega a septiembre en baja forma intelectual y se tarda más de lo deseable en recuperar el ritmo de aprendizaje. Quienes consideramos que los chavales deben dedicar un rato diario a fijar conocimientos y a adquirir cultura,  pensamos asimismo que dicha circunstancia no les impedirá construir castillos de arena, ver películas, practicar deportes o jugar con las videoconsolas. Esas siete horas en las que ahora no están en el colegio son demasiadas para desperdiciarlas saltando de la cama al sofá y del sofá a la cama.

Además, los adultos no disponemos de las mismas vacaciones y, por lo tanto, hemos de aguzar el ingenio para cubrir esos largos ratos de separación familiar. A modo de orientación, existen propuestas lúdicas para todas las edades, muchas de ellas gratuitas, que se difunden a través de los medios de comunicación. Desde luego, la solución ideal no estriba en dejar que los chicos, sobre todo si van camino de la adolescencia, hagan de su capa un sayo y opten por no dar palo al agua o, peor aún, por pasarse las horas muertas con un mando en la mano, abonados a una realidad tan virtual como perjudicial. Vale la pena, pues, ofrecerles también en vacaciones una alternativa educativa perfectamente compatible con la diversión, tratar de que se entusiasmen con la adquisición de nuevos conocimientos, aspirar a que asocien el concepto de “estudio” al de una mejora en todos los sentidos y apostar por la preparación continua, con la mirada puesta en un futuro que va a llegar mucho antes de lo que ellos se esperan.

martes, 12 de julio de 2016

VIOLACIONES SEXUALES: UN INFIERNO SIN FECHA DE CADUCIDAD





Quien más, quien menos, habrá escuchado una reflexión pretendidamente jocosa en virtud de la cual, cuando una mujer dice “no”, en realidad quiere decir “sí”, todo ello en el ámbito de una discutible seducción femenina. Es otra de las innumerables ignominias a las que se ha visto expuesto el mal llamado sexo débil desde el principio de los tiempos. Lástima que, en algunas ocasiones, la gravedad de los efectos que acarrea sea capaz de trocar una existencia hasta entonces apacible en un infierno sin fecha de caducidad. 

Es lo que acaba de ocurrir (sigue ocurriendo) en Pamplona con ocasión de las fiestas de San Fermín, cuando la pasada semana una joven fue violada por cinco individuos en un portal del Segundo Ensanche de la ciudad. Desgraciadamente, no ha sido la única. Tres lustros después del comienzo del siglo XXI, al mundo en que vivimos le queda un largo trecho que recorrer para erradicar el incalificable fenómeno de la violencia de género y de las agresiones sexistas. Se está apelando con firmeza desde las instituciones a que los propios hombres sean parte de la solución y cambien la forma en que se afronta esta lacra tan denigrante que, por otra parte, no conoce fronteras ni entiende de razas, religiones o clases sociales. 

Las proclamas que se están transmitiendo son sumamente claras y van destinadas a alentar a la población a comunicar de palabra y de obra las circunstancias de cualquier persona en peligro de ser atacada sexualmente. Sirva como ejemplo la efectiva campaña emprendida por las autoridades de la Comunidad Foral de Navarra, con multitudinaria manifestación ciudadana en la capitalina Plaza Consistorial. Dado que las cifras hablan por sí mismas y son demoledoras, contundentes mensajes circulan ya a través de Internet y encuentran reflejo en los diversos medios de comunicación. 

Aplaudo con entusiasmo cualquier iniciativa tendente a la erradicación de esta tragedia, que nos denigra socialmente, y creo firmemente que la clave de un hipotético triunfo ante esta realidad perversa estriba en la educación escolar y familiar y en el cambio de actitudes generadoras de sometimiento y humillación. Hemos de trasladar a los niños y a los adolescentes un modelo de relaciones sanas, basadas en el respeto y la igualdad. También debemos ser muy conscientes de la importancia del lenguaje utilizado, a menudo degradante y ofensivo, que promueve el sexismo y reduce a la mujer a la mera animalidad. Es preciso evitar el silencio cómplice y, asimismo, denunciar a los agresores para que sean duramente castigados por sus actos. 

No caben excepciones. No hay excusas. Millones de mujeres de los cinco continentes continúan siendo violentadas cada día, sometidas a las mayores aberraciones y vejaciones dentro y fuera de sus hogares y tanto por conocidos como por desconocidos. Esas mismas mujeres que, cuando quieren decir “no”, dicen “no”.

viernes, 8 de julio de 2016

A VUELTAS CON EL SEXISMO



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 8 de julio de 2016

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de julio de 2016






En los últimos años, el lenguaje de los políticos españoles se ha visto inundado de precisiones relativas al género. En la mayor parte de los discursos se dirigen a “ciudadanos y ciudadanas”, “vecinos y vecinas” o “trabajadores y trabajadoras”. Todavía recuerdo al lehendakari Juan José Ibarretxe convocando a los "vascos y vascas". O a la diputada Carmen Romero arengando a los "jóvenes y jóvenas". O a la ministra Bibiana Aído inventando el inolvidable término de “miembras”. Pues bien, detrás de lo que pueden parecer simples anécdotas, se esconde la obsesión de muchos cargos públicos por ser políticamente correctos, aun a riesgo de rebasar la línea del ridículo y situarse en las antípodas del modo de expresión del común de los mortales (y mortalas). 

Esta tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en sus formas masculina y femenina se fundamenta, sin duda, en argumentos extralingüísticos y va en contra del principio de economía del lenguaje. Por esa razón, la Real Academia Española -institución encargada de la regularización lingüística del idioma español, el segundo más hablado en el mundo- recomienda explícitamente que se eviten estas repeticiones, dado que generan dificultades sintácticas y de concordancia, amén de complicar sin necesidad tanto la redacción como la lectura de los textos. El lenguaje es una creación cultural que, como tal, refleja contextos sociales, prejuicios antiguos y visiones dominantes de la Historia. No obstante, y aunque es una obra forjada durante siglos, por fortuna no es inmutable y todos sus usuarios la hacemos evolucionar un poco cada día, de tal manera que existen expresiones que, por ofensivas, caen en desuso. Ya no decimos minusválidos sino discapacitados, puesto que nadie es menos válido como persona por el hecho de faltarle un brazo o una pierna. Tampoco aludimos a crímenes pasionales, despojándolos así de esa aura romántica que adornaba lo que, simple y llanamente, es un asesinato machista. Ni nos referimos a los homosexuales como invertidos, ni a los estafadores como gitanos. 

Sin embargo, dichos conceptos figuran en el Diccionario de la RAE porque forman parte de nuestro acervo y ocupan un hueco en nuestro legado literario. No es de extrañar, pues, que los expertos en la materia se alarmen ante la posibilidad de que sean los titulares de un Ministerio, una Consejería o una Concejalía quienes pretendan dictar las normas o indicar las pautas sobre la utilización del idioma. En la lengua española no coinciden sexo y género y, nos guste o no, el plural genérico es el masculino. ¿Cabe rebelarse contra ello? Semejante realidad desencadena ahora no pocos conflictos a aquellos que desempeñan el oficio de la escritura o se dirigen verbalmente a nutridos auditorios. Yo, como ferviente enamorada de las palabras y por muy loable que sea el objetivo de fondo, opino que enfrentarse a una de las reglas principales del idioma español haciéndolo más complicado en vez de más sencillo no es razonable, máxime cuando dicha medida no cuenta con un amplio consenso entre los hablantes. En este sentido, los manuales antisexistas que han proliferado por toda la geografía nacional de un tiempo a esta parte, aun siendo bienintencionados, han pecado de maniqueísmo y de politización. 

Probablemente no deban ser los señores académicos los únicos llamados a innovar el lenguaje, sino sus propios usuarios. Ya se encargará la magna institución de admitir “a posteriori” tales cambios, cuando se hayan asentado en el habla popular. Dicho lo cual, dudo mucho que se consolide este artificioso lenguaje no sexista tal y como está planteado, es decir, mediante la obligatoriedad de repetir los artículos, los nombres y los adjetivos en ambos géneros. O, todavía peor, retorciéndolo sin piedad para evitar los plurales. En vez de condenarnos a ser ciudadanía en vez de ciudadanos o a ser vecindario en vez de vecinos, más le valdría a esta mediocre clase política emplear sus energías en acciones realmente efectivas contra la discriminación de los sexos y contra la violencia de género.