lunes, 31 de diciembre de 2018

POR UN NUEVO "AÑO NUEVO"




Por un Nuevo Año 
en el que la luz venza a la oscuridad, 
el conocimiento a la ignorancia, 
la serenidad a la crispación 
y la solidaridad al egoísmo. 
🌹✨FELIZ  2019✨🌹

martes, 25 de diciembre de 2018

viernes, 21 de diciembre de 2018

CLASES DE URBANIDAD COMO REGALO DE REYES



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 21 de diciembre de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 22 de diciembre de 2018




A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a anteriores generaciones -entre ellas, la mía-. Su drástico deterioro certifica que han pasado a mejor vida por culpa de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.

Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la anciana el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar, porque lo más suave que le espetará el sujeto en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.

Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regentan. No seré yo quien les censure su discutible gusto eligiendo canciones, pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista.  Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios. Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos a voz en grito. Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de entretenimiento, cuyos escotes y modos de sentarse son un auténtico dechado de ordinariez. 

Tampoco me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que, en lo tocante al gargajo, exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos semanales. Ya para concluir, una breve alusión a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano, convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Al parecer, se trata de una actividad altamente divertida que, encima, suele salirles gratis.

En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden pero las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Es preciso educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas aptas para vivir en sociedad. Así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor. Podría ser para ellos un hermoso y, sobre todo, original regalo de Reyes.


martes, 18 de diciembre de 2018

SENTIDAS ACTUACIONES QUE ALEGRAN LA VIDA




Me encanta la Navidad desde siempre y para siempre, por más que, en ocasiones, las circunstancias no acompañen o se sucedan las ausencias a causa del inexorable paso del tiempo. Cada 8 de diciembre, coincidiendo con la festividad de la Inmaculada Concepción, montamos en familia el Belén y el Árbol que iluminará nuestro hogar a lo largo de estas fiestas tan entrañables. 

Este 2018, además, ha sido una suerte que la fecha haya caído en fin de semana para tener como broche de oro la primera actuación navideña del Coro Carmen Rosa Zamora interpretando cuatro preciosos villancicos en los elegantes salones del santacrucero Hotel Mencey (foto). 

Mañana miércoles, día 19, nos esperan de nuevo las tablas del emblemático Teatro Guimerá, acompañando al resto de grupos de la Escuela Municipal de Música de Santa Cruz de Tenerife. Sobre ellas cantaremos dos temas: VILLANCICO YAUCANO y LO DIVINO (la más bella muestra del cantar canario en estas fechas tan entrañables). 

Hermosas vivencias que se conservan en el corazón. Sentidas actuaciones que alegran la vida.

viernes, 14 de diciembre de 2018

ACONFESIONALIDAD Y LAICISMO EN TIEMPO DE NAVIDAD



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 14 de diciembre de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de diciembre de 2018





A mí me parecía imposible diseñar una celebración laica de la Navidad, esto es, sin Belenes ni villancicos y destinada únicamente a ensalzar las virtudes del inminente solsticio de invierno. Sin embargo, salta a la vista que está llamada a convertirse en el enésimo logro de la modernidad, en dura pugna con los bautizos y las Primeras Comuniones civiles, fenómenos también de reciente creación y que, en boca de sus inventores, consisten en unas fiestas de glorificación de la infancia y de la adolescencia. 

Sin embargo, da la impresión de que en el fondo de estas novedosas alternativas subyace una intensa presión por parte de algunos representantes políticos y sociales cuyo objetivo prioritario consiste en eliminar de la vida pública toda referencia religiosa y construir otra sociedad en la que no exista tiempo ni lugar para dioses, en particular para el Dios de los cristianos (a todas luces, el que más incomoda). Afirman que es “lo propio” en un Estado laico, la “condictio sine qua non” para poder vivir en paz dentro de una comunidad plural en la que cada uno mostrará o no su fe de puertas para adentro, en la intimidad del hogar, cual catacumba romana de nuevo cuño. 

Paradójicamente, el artículo 16.3 de nuestra vigente Constitución desactiva tal argumento al establecer que el Estado español es aconfesional, concepto que, tal y como aprendí años ha en la Facultad de Derecho, no es sinónimo de laico. La aconfesionalidad de un Estado alude a la no profesión por parte del mismo de una religión propia, para así poder proteger y fomentar las religiones que libremente quieran profesar sus ciudadanos. Ello se explica porque ninguna sociedad es aconfesional, de suerte que sus miembros pueden ejercer, entre otras, la libertad religiosa -que incluye poder manifestarse y actuar públicamente según las propias convicciones, siempre con el debido respeto y bajo el estricto cumplimiento de la legalidad-. 

De otra parte, la laicidad se fundamenta en la distinción entre el plano secular y el plano religioso, y promueve la autonomía de la esfera civil y política respecto de la religiosa y eclesiástica. Por lo tanto, no quiere decir en absoluto que el Estado deba desentenderse por completo del fenómeno religioso. Más bien, si pretende ser verdaderamente democrático, deberá reconocer y garantizar a la ciudadanía un sistema de libertades públicas que incluyan la ideológica y la de la formación moral, de acuerdo con las propias convicciones. Cuestión distinta es que ciertos gobernantes asuman la opción del laicismo (que nada tiene que ver con la laicidad y que sacrifica por el camino una deseable neutralidad) y traten de imponerla a través de algunas decisiones, como mínimo, discutibles. 

Porque el laicismo es un ideología cuya componente de hostilidad o, en el mejor de los casos, de indiferencia, choca frontalmente con la idea de libertad religiosa. Según sus defensores, lo religioso, en el caso de no extirparse de raíz, debe quedar confinado a ese ámbito de privacidad (a este paso, casi de clandestinidad) al que aludía anteriormente. Pero eso sería tanto como aceptar que lo público se agota en lo estatal y, por fortuna, no es verdad. Existen múltiples realidades públicas que exceden a las estatales. Negarlo es no admitir la distinción misma entre sociedad y Estado y abrazar una concepción totalitaria de éste. 

Es obvio que se puede garantizar a toda persona el ejercicio de su religión a través de las correspondientes manifestaciones asociadas, sin poner por ello en riesgo la independencia del Estado. Lo que no parece de recibo es esta actual cruzada en contra de algunos actos tan tradicionales como la colocación de un Belén municipal o el ensayo de villancicos en una escuela con el argumento de que alguien pueda sentirse ofendido o marginado. Tal vez deberíamos dar una tregua a tanta susceptibilidad, siquiera en tiempo de Navidad.


martes, 11 de diciembre de 2018

EVENTOS QUE LLEGAN AL CORAZÓN






Me siento profundamente honrada de participar esta semana en dos eventos en los que la emotividad va a ser la gran protagonista. 

El primero de ellos, atendiendo a la amable invitación de mi admirada compañera de Charter 100 Tenerife, Reyes de Miguel, tendrá lugar mañana miércoles en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de La Laguna.

Y el segundo un día después, el jueves 13 de diciembre en LA CASA VERDE de Nuevo Futuro Tenerife, gracias a las gestiones de mi amiga y mediadora Esther Navarro.

Para mí es un auténtico privilegio poder conocer e intercambiar impresiones con públicos tan diversos e interesantes. 


Les espero.


viernes, 7 de diciembre de 2018

LARGA VIDA A UNA CONSTITUCIÓN QUE DEBE SER REFORMADA



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 7 de diciembre de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 8 de diciembre de 2018



Nuestra vigente Carta Magna, votada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, acaba de cumplir cuarenta años y en esta efemérides me vuelvo a declarar ferviente partidaria de su necesidad de reforma. Desde hace no poco tiempo existe un debate social sobre la conveniencia de modificar determinados contenidos de nuestra Norma Suprema. Sin embargo, la maduración de esta opción es inversamente proporcional a los deseos de gran parte de la clase política contemporánea para ponerse manos a la obra. 

Por lo visto, algunos de nuestros dirigentes se encuentran muy cómodos sobre este tablero de ajedrez que conforman los ciento sesenta y nueve artículos del texto. De hecho, tan sólo se han introducido dos exiguas modificaciones al mismo. La primera, la adaptación del originario artículo 13.2, por resultar incompatible con el posterior Tratado de Maastricht. La última, por cierto muy controvertida, la inclusión del principio de estabilidad presupuestaria en el artículo 135, sospechoso apaño de los dos partidos mayoritarios de la nación que se ampararon en la “gravedad de la situación económica”. Más allá de estas dos actuaciones puntuales, no acaba de plantearse todavía una reforma constitucional de auténtico calado. 

Ciertamente, la Constitución ha de constituir la garantía de nuestros derechos y libertades, y del progreso social al que todos aspiramos. Sin embargo, es más que evidente que aquel respeto reverencial que suscitaba el vértice de nuestro ordenamiento jurídico ha pasado a mejor vida y la culpa de ese desprestigio hunde sus raíces en el pésimo comportamiento de nuestra actual clase política. La exigencia de cambios por parte de un cada vez más amplio sector de la sociedad despierta numerosos recelos y varios dirigentes tratan de convencer a la ciudadanía de que, con la revisión de aquellos acuerdos posfranquistas, se pondría en riesgo el legado de toda una generación. 

Yo no comparto en absoluto tales posicionamientos, a caballo entre el acobardamiento y la mediocridad. Considero que, cuatro décadas después, los españoles hemos variado la percepción de aquel consenso de antaño, siendo capaces de comprobar sus luces pero, también, sus sombras. Sus virtudes pero, también, sus defectos. Teniendo, pues, en cuenta que ya nos cuestionamos determinados dogmas, parece que por fin ha llegado la hora de estimular un debate sereno y razonado sobre cómo deseamos articular nuestra futura convivencia. Y por ello no debería suponer ningún drama que varios de sus aspectos básicos se reformaran y que algunas temidas Cajas de Pandora, como la alternativa a la Monarquía o la revisión del modelo autonómico, fueran abiertas. 

En todo caso, lo deseable es que esta conmemoración tan redonda nos permita valorar el significado de aquel pacto entre compatriotas y sirva para renovar nuestro compromiso con los valores y principios democráticos en aras de una convivencia basada en el respeto a las personas, a la ley y a las instituciones. Hoy, por desgracia, no se percibe la buena fe ni la voluntad de acercarse al otro que caracterizó a la Transición, ni tampoco abundan perfiles tan carismáticos, preparados y dignos como los de quienes la llevaron a cabo con generosidad y pese a su extraordinaria distancia ideológica. 

A 6 de diciembre de 2018, con un país herido aún por la crisis económica, una separación de poderes más teórica que práctica, un sistema electoral que no respeta la voluntad popular y una serie de cargos públicos con la credibilidad bajo mínimos, la sensación de pertenencia a una patria común corre serio peligro, circunstancia que no debería pasar desapercibida tras los brindis oficiales de este cumpleaños un tanto infeliz. Aun así, a poco que reflexionemos, es fácil concluir que vivimos en un gran país que no podemos arriesgarnos a perder, si quiera por no defraudar a unos antepasados que con tanto esfuerzo y sacrificio supieron dar la talla y actuar con altura de miras. Larga vida a una Constitución que deber ser reformada.