Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 18 de enero de 2019
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 19 de enero de 2019
Artículo publicado en Faro de Vigo el 21 de enero de 2019
Colaboración para el Magazine del Colegio Hispano Inglés
Me entristece profundamente constatar que en España
cada vez se lee menos, se escribe peor y se habla de un modo más deplorable
-prensa, radio, televisión y redes sociales incluidas-. Soy una absoluta
convencida de que hablar y escribir bien constituyen signos incuestionables que
definen nuestra identidad más profunda. Cuanto mayor sea la perfección en el
uso de las palabras, así será de efectiva nuestra capacidad de relacionarnos
socialmente. Saber comunicar adecuadamente resulta una cualidad fundamental en
los ámbitos personal y profesional y, por lo tanto, convendría que nos
esforzáramos con afán en dominarla. Además, aprender a expresar las ideas de un
modo claro y preciso es una capacidad al alcance de todo aquel que esté
dispuesto a dedicar un mínimo de tiempo y
esfuerzo a dicha labor.
No en vano somos seres sociales que necesitamos relacionarnos
entre sí para transmitir conocimientos, experiencias, sentimientos y opiniones.
Y, teniendo en cuenta que el arte de hablar es el arte de persuadir, quienes se
expresen con claridad y precisión se abrirán camino en la vida con mayor
rapidez y probabilidad de éxito. Lo mismo ocurre con la expresión escrita. Escribir
correctamente es una de las mejores inversiones que cualquier persona puede
realizar, pues evidencia una educación que incluye la necesaria y asidua
dedicación a la lectura, a la par que le abre las puertas para entender y ser
comprendido.
Sin embargo, al contrario de lo que sucede en otros
países de nuestro entorno -muy especialmente los de la esfera anglosajona- el
sistema educativo español apenas contempla el aprendizaje de técnicas de Oratoria.
Allí, los alumnos pugnan por salir a la pizarra para exponer un tema delante de
sus compañeros. Desde el tono de voz a la postura empleada, desde el contenido a
desarrollar al tiempo dedicado para ello, todo es decisivo. La timidez se
trabaja para transformarla en autoestima. Han de desinhibirse, enfrentar el miedo, no acobardarse ante los demás y
creer en ellos mismos. Aquí, sin embargo, es patente nuestra carencia formativa
en esta área. A los españoles no nos gusta hablar en público (incluida la clase
política) y no acaba de calar la idea de que el talento por sí solo ya no es
suficiente y de que una persona preparada que, además, sepa hablar, atesora
unas posibilidades de futuro muy superiores a las de otra con espectaculares
conocimientos pero nulas dotes comunicadoras.
Los expertos en la materia afirman con rotundidad que transmitir con eficacia es una habilidad
básica y prioritaria, de tal manera que, mejorando la virtud de la
oratoria en niños y jóvenes (se puede aprender a hablar en público a cualquier
edad pero, cuanto antes se empiece, mejor) se conseguiría un efecto muy
positivo en su rendimiento escolar y en su desarrollo profesional, aumentando
los niveles de asertividad, liderazgo y empatía. Es verdad que, cuando se
trabaja desde edades tempranas, es más fácil dominar su técnica pero, como no
tiene fecha de caducidad, basta con la voluntad intemporal de aprender para
completar lagunas y paliar vicios.
Me llama la atención muy favorablemente que en países como
Gran Bretaña o Estados Unidos la dinámica parlamentaria se organice en torno a
discusiones abiertas y espontáneas, en clara contraposición a las preguntas
redactadas de antemano y a los pesados turnos de intervención propios de
nuestros Congreso, Senado y Parlamentos Autonómicos. De hecho, también los
procesos judiciales los basan en duelos verbales, a diferencia del lento y
burocrático modelo hispano. Por suerte para sus ciudadanos, la retórica está en
el corazón del debate político, preservando el cordón umbilical que une la
oratoria con la práctica democrática.
Creo firmemente que enseñar a leer con asiduidad, a escribir
con corrección y a hablar en público con destreza deberían ser tres objetivos
ineludibles de nuestro sistema educativo. Sin ellos, el resto de conocimientos
adquiridos quedarán huérfanos. Porque una sociedad que lee poco, escribe mal y
habla peor está abocada al fracaso más absoluto.