viernes, 28 de febrero de 2020

NÁUFRAGOS EN UNA ISLA DE ZAFIEDAD



Artículo publicado en El Día el 28 de febrero de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 29 de febrero de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 3 de marzo de 2020



Pretender mantenerse al margen de los innumerables reality shows que invaden nuestras cadenas privadas de televisión es misión imposible, salvo que seas un ermitaño y vivas en una cueva. Hago esta afirmación con rotundidad porque yo misma he intentado, no ya una sino varias veces, aislarme de cualquier influencia proveniente de la telebasura y he fracasado estrepitosamente. Si no es por la mañana, será por la tarde o, a más tardar, por la noche, pero basta con sentarse frente al televisor y, mando a distancia en mano, hacer un barrido, para toparse inevitablemente con las imágenes que ilustran las aventuras y desventuras de las víctimas voluntarias de estos patéticos experimentos. 

Para no aburrir al respetable con la relación de concursos que se emiten a través de la pequeña pantalla, me centraré tan sólo en uno de ellos que, como en ediciones anteriores, se perpetra en una isla tropical supuestamente desierta. Los artífices del deplorable invento, al parecer profundos conocedores de los gustos del telespectador tipo, hallaron hace algunos años la piedra filosofal y procedieron a explotar el filón de las audiencias a base de técnicas de entretenimiento basadas en la ordinariez y la agresividad. Para ello, y como primera medida, procedieron a reclutar en torno a una quincena de joyas cuyas discutibles virtudes les hacían acreedoras de tan alto honor. Desde aquel estreno, muchos han sido los agraciados que han desfilado por esas ínsulas azotadas por el calor, los mosquitos y el hambre. 

Los que están mostrando sus aptitudes en la presente edición tampoco tienen desperdicio. No en vano han superado el exhaustivo casting al que les someten las mentes enfermas responsables de semejante bodrio. En todo caso, y teniendo en cuenta que lo único que se les exige es montar el numerito, cabría concluir que para ese viaje no hacían falta alforjas. A fin de preparar este intragable potaje, los cocineros mediáticos recurren una y otra vez a idénticos ingredientes. Encabezando el menú, se suelen situar un par de aspirantes a actrices o a modelos que, ataviadas con un exiguo tanga, exhiben sus prótesis de silicona mientras se rebozan en el barro o recogen caracolas marinas en la playa. 

Conviene que estén acompañadas por algún participante fracasado de otro reality o, en su defecto, por un playboy que presuma de entrepierna cuya misión consistirá en reírles las gracias a las neumáticas y sobarles el lomo si han podido optar a un lingotazo tras ganar alguna prueba de supervivencia. Resulta igualmente imprescindible el personaje del frikie de escasa estatura (física, moral o ambas) que presume de azarosas experiencias sexuales. Tampoco conviene olvidar a los satélites de toreros o folklóricas de tronío que, aprovechando su relación familiar o laboral con aquellos, no saben a qué despropósito apuntarse para eludir el anonimato. Provoca especial tristeza, por lo que supone de asalto a la intimidad, la inclusión de concursantes cuasianónimos cuyos ases en la manga se reducen a descubrir sus preferencias amatorias o, peor aún, las de personas antaño de su confianza, aunque es justo reconocer que sus lacrimógenas confesiones suelen alcanzar las más altas cotas del share. 

Pero, sin duda, la que más me aturde es la figura de esa madre de mediana edad que, liándose la manta a la cabeza, se lanza desde un helicóptero a los brazos de una nueva vida que comenzará en tan particular zoológico. Ni San Pablo cayendo del caballo a las puertas de Damasco vio una luz tan cegadora como la de este tipo de mujeres en permanente batalla contra sus contradicciones. Reconozco que sus sesudas reflexiones me producen cierta fascinación. Durmiendo al raso y comiendo cocos terminan por darse cuenta de que aún no han vivido. Quién les iba a decir a estas alturas de la película que rodearse de strippers y ligones de medio pelo era el remedio más indicado para llenar su vacío existencial…



viernes, 21 de febrero de 2020

SIGAN BAILANDO (PERO NO SIGAN BEBIENDO)




Artículo publicado en El Día el 21 de febrero de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de las Palmas) el 22 de febrero de 2020





Es tiempo de Carnaval y, por ende, de fiestas populares y demás celebraciones festivas. En este tipo de escenarios la utilización de las bebidas alcohólicas y de otra clase de drogas es tan antigua como el mundo. Resulta difícil imaginar un evento de estas características cuyo desarrollo no se vea afectado en mayor o menor medida por el consumo de alcohol y de otras sustancias, conformando un estilo de vida ampliamente extendido y hasta aceptado de buen grado en la mayoría de los países de nuestro entorno. Por tanto, trasciende a la consideración de comportamiento meramente individual para convertirse en un hábito de enraizado componente colectivo. 

En honor a la verdad, es preciso reconocer que de unos años a esta parte se ha instalado en nuestra sociedad un modelo de ingesta alcohólica asociada al ocio que nada tiene que ver con el formato tradicional al que antaño estábamos acostumbrados. La incorporación generalizada y cada vez más temprana de los adolescentes a este modo de diversión ha marcado un antes y un después en comparación con el de generaciones precedentes. Se ha ido consolidando progresivamente un patrón juvenil de consumo caracterizado por llevarse a cabo, sobre todo, durante los fines de semana y las vacaciones, y cuya particularidad estriba, no tanto en el hecho de que se beba –quien más, quien menos, ha bebido o bebe, antes y ahora-, sino en la forma compulsiva de beber -que contempla la borrachera como punto de partida ineludible para disfrutar-. 

Pocas experiencias resultan más descorazonadoras que la de presenciar los comas etílicos de niños de apenas catorce años o asistir al momento en el que sus padres acuden a recogerles tras la llamada de aviso de los servicios de urgencia. Ya va siendo hora de preguntarse qué está fallando en nuestra colectividad para que los menores que forman parte de su estructura se expongan a perder el conocimiento con una litrona en la mano sobre un charco de vómitos y orín. Porque, aunque en un primer momento, la desinhibición que provoca la bebida facilite a los chavales la apertura de canales de comunicación, el peaje que tienen que pagar para perder sus miedos es altísimo, puesto que les enfrenta al abuso de determinadas drogas (legales e ilegales) que les crean dependencia física y psíquica. Es obvio que una aspiración fundamental para cualquier joven es desarrollar sus actividades de ocio fuera del control paterno, máxime en esas horas que se reserva para sí y que considera ajenas a la supervisión adulta. Pero no es menos cierto que, si antes, lo habitual para un quinceañero era salir de casa a las cinco de la tarde y regresar a las once de la noche, ahora se intercambian ambos dígitos de las agujas del reloj, para desesperación de unos progenitores sometidos al tradicional “a todos mis amigos les dejan” e incapaces de poner límite a unos horarios que no tienen ni pies ni cabeza. 

La noche brinda a sus hijos el ambiente perfecto para identificarse con sus iguales, para ejercer de rebeldes, para imaginarse dueños de sus actos. En el lenguaje juvenil, beber es sinónimo de disidencia, de emancipación, de afirmación de la identidad, pero cuesta admitir que, si se hace incontroladamente, acarrea gravísimas consecuencias que van desde la alteración de la vida familiar al bajo rendimiento escolar, pasando por el riesgo de embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual o accidentes de tráfico. Esta vertiente del ocio asociado inevitablemente al alcohol y las drogas es uno de los principales fracasos a los que la ciudadanía se ve abocada a diario y requiere ser abordado seriamente y con la máxima prioridad por parte de todos los agentes sociales implicados, empezando por las propias familias y siguiendo por los centros educativos, los medios de comunicación y las Administraciones Públicas. Como en tantos otros asuntos, también en este la unión hace la fuerza pero, mientras tanto, sigan bailando y disfruten de unos felices Carnavales.

viernes, 14 de febrero de 2020

MÁS CINE, POR FAVOR



Artículo publicado en El Día el 14 de febrero de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 15 de febrero de 2020




Desde que tengo memoria siento una enorme pasión por el Séptimo Arte. Mis recuerdos y experiencias vitales se mezclan indisolublemente con esta desmesurada afición al cine. De hecho, mantengo la costumbre de acudir todos los domingos por la tarde a una sala oscura para dejarme atrapar por las historias que se proyectan en pantalla grande, entre ellas, las recientemente galardonadas en la ceremonia de entrega de los Oscar de Hollywood. El hecho es que, hace algún tiempo, cayó en mis manos una peculiar novela titulada “CINECLUB” cuyo autor, David Gilmour, es un prestigioso crítico cinematográfico canadiense. En ella, el escritor confiesa sin reparos cómo recurrió a determinados filmes en busca de ayuda, anhelando reconducir la trayectoria de un hijo adolescente que llevaba meses manifestando unos comportamientos negativos que le perjudicaban seriamente. 

El joven se negaba a estudiar, tampoco quería trabajar y consumía los días y las semanas dedicado a actividades poco recomendables, de modo que su padre llegó a un pacto con él. Podría dejar de ir al instituto, eludir cualquier empleo y dormir a deshoras pero, a cambio, tendría que mantenerse alejado de las drogas y ver tres películas a la semana en compañía de su progenitor. El muchacho cayó en la trampa aceptando de inmediato y, contra todo pronóstico, inició tras aquella decisión el camino hacia su salvación personal. Gracias a títulos tan dispares como “El ladrón de bicicletas”, “Desayuno con diamantes”, “El padrino” o “¡Qué bello es vivir!”, aquel hombre angustiado consiguió recuperar una relación paterno filial que estaba perdida e impartió a su hijo una trascendental lección de vida, asistido por una cuidada selección de obras maestras. 

No se trata de sustituir el sistema educativo tradicional ni de utilizar esta alternativa exclusivamente en los denominados “casos perdidos” pero, como cinéfila empedernida, defiendo las bondades de los fotogramas como instrumento pedagógico complementario, particularmente para quienes cursan sus estudios en Primaria y Secundaria. Aunque han transcurrido ya varias décadas, guardo el grato recuerdo de que en mi colegio se organizaba con gran éxito una actividad extraescolar la tarde de los viernes que consistía en proyectar un largometraje y celebrar un posterior cinefórum. Con más razón ahora, que vivimos en una época marcada por las nuevas tecnologías, se podrían reproducir iniciativas similares en beneficio de los niños y los adolescentes, habida cuenta que utilizan a diario todo tipo de pantallas, desde la televisión al ordenador pasando por las consolas o los móviles. Así, en vez lamentarnos en vano por la mala influencia que ejercen determinadas cadenas de televisión sobre nuestros menores, podríamos contrarrestarla con una adecuada utilización de otras imágenes en aras de su mejor formación como seres humanos, tanto en los propios centros educativos como en nuestros domicilios. Por suerte, existe un elevado número de cintas con las que conseguir esta meta. 

En este sentido, también recuerdo con satisfacción una actividad complementaria impulsada hace algunos años desde el Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad de La Laguna que consistía en la proyección de una serie de largometrajes relacionados con dicha asignatura, cuyas materias se imparten en los dos primeros años de la carrera. Los alumnos tuvieron la oportunidad de visionar, por ejemplo, la película “Leones por corderos” (2007), dirigida e interpretada por Robert Redford. Sé también de primera mano que el debate que se suscitó a continuación resultó particularmente enriquecedor para todos los asistentes y reveló que los jóvenes del campus lagunero estaban (y, por supuesto, continúan estando) llenos de inquietudes y dispuestos a aportar sus puntos de vista para solucionar los graves problemas sociopolíticos que nos afectan actualmente. Me parece una extraordinaria noticia que las nuevas generaciones no se resignen a vivir en un mundo marcado por las desigualdades y contaminado por la idea de un futuro de perspectivas más que sombrías, y el hecho de que renieguen del ambiente de pesimismo en el que a veces nos desenvolvemos los adultos me llena de esperanza.

martes, 11 de febrero de 2020

INCORPORACIÓN DE CHARTER 100 TENERIFE A BPW INTERNATIONAL







Después del importante esfuerzo desarrollado durante dos años y que culminó el pasado viernes con la incorporación de Charter 100 Tenerife a Business Profesional Women (BPW), tocaba canalizar emociones y reponer energías. 

Y qué mejor modo de hacerlo que caminando junto a algunas de mis compañeras charterianas bajo la atenta mirada de un siempre inspirador e imponente Teide. A partir de ahora toca continuar avanzando con el entusiasmo y la convicción que nos caracterizan. 

Próximo objetivo: la visibilización del Equal Pay Day, que tendrá lugar el 22 de febrero y cuyo símbolo representamos con nuestras manos.





viernes, 7 de febrero de 2020

DEPARTAMENTO DE RECURSOS INHUMANOS



Artículo publicado en El Día el 7 de febrero de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 8 de febrero de 2020

Artículo publicado en Diario de Levante el 8 de febrero de 2020

Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 8 de febrero de 2020




Recuerdo aún con claridad el impacto que me produjo la lectura de “Peligro de derrumbe”, del escritor y periodista Pedro Simón, un aguafuerte descarnado sobre la brutal crisis económica con el trasfondo de una infame oferta de empleo. Nueve personas reunidas en una desquiciante sala de espera buscaban desesperadamente un trabajo que les permitiera vivir y, simultáneamente, recuperar su dignidad. Su destino estaba en manos de un director de Recursos Humanos entregado al sadismo y carente del nivel mínimo de humanidad. Y es que hoy quiero poner el dedo en la llaga sobre lo que supone la necesidad perentoria de un puesto de trabajo para millones de ciudadanos de nuestro país, que ven pasar los días, los meses y los años en una agonía tan fácil de explicar como, si no se padece en carne propia, difícil de calibrar. 

Por eso, lanzo al aire algunas preguntas que me generan enormes dudas y recelos como, por ejemplo, cuántas empresas reconocen públicamente sus criterios de selección, o a cuántos de los candidatos no elegidos se les dice el motivo real de su exclusión, o hasta qué punto los tests de personalidad y las entrevistas personales son una puerta abierta a la discriminación e, incluso, a la ilegalidad, por albergar zonas rojas difíciles de controlar. Que siempre subyace un aspecto subjetivo en los sistemas de contratación es una realidad indiscutible, como lo es también que, si los contenidos de los formularios se centran en capacidades como la empatía, la habilidad de reflexión, la cualidad de trabajar en equipo o la calidad del currículum aportado, resultan perfectamente defendibles. 

Lo que no es admisible de ningún modo es la recurrente tendencia a inmiscuirse en cuestiones tales como el estado civil, las creencias, la ideología o los planes de tener hijos en el futuro. En lo tocante a este último aspecto, las mujeres en edad fértil continúan teniendo todas las de perder. Todavía retumban en mis oídos aquellas declaraciones de la antaño presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, abogando por contratar a féminas mayores de cuarenta y cinco años o menores de veinticinco, para evitar de ese modo bajas maternales inconvenientes y poco rentables. Pero, llegados a este punto tan desgraciadamente habitual, ¿cómo poder denunciar estas prácticas, a menudo sutiles y sibilinas, y, por ende, casi imposibles de probar? ¿quién se arriesga a grabar una conversación cuando la necesidad de conseguir unos ingresos es tan perentoria y si, además, el resto de candidatos están dispuestos a pasar por cuantos aros circenses se les presenten en el camino? 

Tampoco se debe olvidar que el contratador tiene siempre la facultad de esgrimir la superior preparación para el puesto de su escogido que de sus rechazados. Aun así, conviene no perder la perspectiva de que, si se utiliza como escala de puntuación su situación familiar o personal, se le está estigmatizando seriamente. Salvo excepciones justificadas por exigencias de la concreta función a desempeñar, ninguna entrevista de trabajo debería abordar las siguientes cuestiones: cuántos años tiene; cuándo se licenció; si padece alguna enfermedad o discapacidad; si está casado, soltero o divorciado; si está embarazada; si es homosexual o heterosexual; si tiene hijos o intención de formar una familia; si forma parte de un club; si está afiliado a algún partido político; o si es creyente o ateo, entre otras. 

Son preguntas que vulneran el derecho a la intimidad y ningún empleador debería formularlas. De lo contrario, podría enfrentarse a una denuncia civil y hasta penal, en función del daño sufrido por el aspirante, la publicidad que se le haya dado a dichas informaciones y las consecuencias generadas por la situación sufrida. Sin embargo, la triste realidad, ese peligro de derrumbe al que aludía Pedro Simón, es que, si alguien necesita imperiosamente una salida, contestará lo que sea porque, en caso contrario, perderá su pasaje en favor de otro náufrago. ¿Quién dijo que la esclavitud era una reliquia del pasado?