martes, 28 de abril de 2020

ENTREVISTA RADIOFÓNICA EN "MUELLE RADIO" (LA VOZ DE LOS PUERTOS)






Recientemente tuve el placer de ser entrevistada por Ezequiel González, Director Gerente de Muelle Radio, para dar mi visión sobre algunas situaciones derivadas de la actual pandemia de coronavirus. 

Juntos intercambiamos diversas impresiones en referencia a uno de mis últimos artículos de opinión, titulado NO SE PUEDEN CONFINAR LAS EMOCIONES, pudiendo expresar mis condolencias y manifestar mi luto por el fallecimiento diario de cientos de personas en nuestro país. 

Agradezco de corazón esta nueva oportunidad de asomarme a las ondas de la emisora que es “la voz de los puertos” y en la que me hacen sentir como en mi propia casa.

Adjunto a continuación el enlace de audio del programa: 

https://www.ivoox.com/puerto-se-mueve-entrevista-a-myriam-albeniz-audios-mp3_rf_50327263_1.html?fbclid=IwAR2bdTQHbC_o5K-6Iwvk7iXi7RgPAiLlgNYkZysxHiNo79NunJM1nVwe3rU

viernes, 24 de abril de 2020

COMO UN ALDABONAZO SOBRE MI CORAZÓN


Artículo publicado en El Día el 24 de abril de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 25 de abril de 2020




Hasta donde alcanza mi memoria, siempre he sentido una especial predilección por los niños y los ancianos. Tanto unos como otros me han transmitido enseñanzas impagables y de indiscutible utilidad para caminar por la vida con rumbo firme. Sin embargo, nuestra egoísta civilización occidental se caracteriza -a diferencia de lo que sucede en la oriental- por el maltrato sistemático que inflige a sus miembros más veteranos. Es bien sabido que en este “Primer Mundo” supuestamente desarrollado, la juventud y la belleza son unos ídolos de barro muy venerados, y que hacerse viejo constituye el pasaporte perfecto para la invisibilidad. De nada sirven ni la experiencia acumulada, ni el tiempo libre aprovechable que conlleva la jubilación, ni el afán por colaborar en las causas más diversas, máxime cuando las personas de más de sesenta y cinco años en nada se parecen a sus coetáneas de hace apenas medio siglo. 

El hecho es que, a lo largo de todos estos años de precaria situación económica, hemos estado asistiendo a nuevas y cada vez peores estadísticas. Ni los presagios más funestos pudieron augurar las cifras reales de aquel descalabro que se inició en 2008 y que todavía sigue coleando, a punto (por desgracia) de ser sustituido por otra dramática coyuntura. A excepción de las grandes fortunas -que siempre aprovechan estos escenarios de recesión para continuar aumentando sus ya de por sí abultados patrimonios-, la maldita crisis nos ha estado engullendo durante una década en mayor o menor medida al conjunto de la ciudadanía, extendiendo su negra sombra sobre cada sector de la sociedad, desde los recién nacidos hasta quienes afrontaban su recta final. 

La cruda realidad es que, en épocas de bonanza, nos habíamos acostumbrado a prescindir de aquellos millones de conciudadanos que, amén de ser nuestros padres y abuelos, habían propiciado que sus descendientes viviéramos magníficamente gracias a su pasado de esfuerzo y privaciones. Mientras tanto, y como signo inequívoco de ingratitud colectiva, un porcentaje muy considerable de ellos desperdiciaba sus últimas primaveras dando de comer a las palomas y observando las evoluciones de los obreros en lo alto del andamio, ignorantes aún del pinchazo de la siniestra burbuja inmobiliaria que se avecinaba. Sin embargo la vida, a menudo con retraso pero siempre con intereses de demora, goza de la sana costumbre de cobrarse sus deudas y, cuando el denominado Estado del Bienestar comenzó a resquebrajarse, los afectados nos apresuramos a entornar los ojos en busca de ayuda. 

Paradójicamente, quienes antes nos resultaban improductivos y hasta molestos, aquellos que, a buen seguro, acabarían sus días en un geriátrico por no encajar en nuestro frenético ritmo de trabajo ni en nuestros planes de ocio vacacional, fueron los que nos lanzaron unos chalecos salvavidas en forma de cariño incondicional y pensión de jubilación. Muchos de ellos llevaban ya lustros haciéndose cargo de los nietos para que sus hijos pudieran aspirar a esa utópica conciliación familiar y laboral que, al menos para las mujeres, ha resultado ser una estafa de proporciones descomunales. Además, por obra y gracia de la corrupción financiera y política, también se vieron obligados a multiplicar el contenido del carro de la compra, amparados en el famoso refrán que reza “donde comen dos, comen tres”. 

Pues bien, esos mismos hombres y mujeres son los que llevan semanas muriendo en soledad a causa de esta cruel pandemia de coronavirus, ya sea en sus domicilios, en residencias de ancianos o en centros hospitalarios. Cada nueva cifra de fallecidos obra como un aldabonazo sobre mi corazón y me insta a expresarles a diario mi duelo, mi luto y mi reconocimiento sin medida. Creo que se impone un agradecimiento sincero y sin paliativos a tantas miles de víctimas inocentes cuya generosidad incuestionable debería ser nuestro espejo de cara al futuro. Su abnegada contribución social nos compele, ahora más que nunca, a no olvidarles jamás y a otorgarles el lugar de honor que en justicia les corresponde. Descansen en paz.

https://www.eldia.es/opinion/2020/04/24/aldabonazo-corazon/1072992.html

martes, 21 de abril de 2020

COMUNICAR EN POSITIVO





Hoy he vuelto a participar a través del teléfono en el programa “Buenos días, Canarias”, magníficamente conducido por el periodista Eugenio González. 

En esta ocasión hemos compartido unas interesantes reflexiones acerca del desconfinamiento con los doctores Jesús Sánchez Martos (Catedrático de Educación para la Salud de la Universidad Complutense de Madrid) y Jesús Morera (Director Gerente del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín). 

Deseo expresar una semana más mi enorme agradecimiento al equipo de RTVC por seguir contando conmigo para cumplir uno de mis mayores deseos: comunicar en positivo. Confío en verles de nuevo muy pronto en esos añorados estudios de RTVC (a partir del minuto 7 del enlace de audio adjunto).


viernes, 17 de abril de 2020

NO SE PUEDEN CONFINAR LAS EMOCIONES




Artículo publicado en El Día el 17 de abril de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 19 de abril de 2020




La profunda crisis sanitaria que atravesamos nos está haciendo vivir situaciones en las que determinados valores culturales de gran arraigo social se han de supeditar al objetivo prioritario de contener la expansión del coronavirus. La pandemia lo cierra todo. Hasta las emociones. Una de sus caras más amargas se refleja en la prohibición de acompañar a los enfermos de extrema gravedad en sus últimas horas de vida, lo que deriva en sus fallecimientos en absoluta soledad, sin la oportunidad de un adiós compartido, sin la opción de una noble despedida. Por ello, el reto al que se enfrentan las personas que están perdiendo a sus seres queridos durante este período de reclusión presenta unas dimensiones imposibles de calcular. Y es que en todas las culturas se formalizan ritos llamados a concluir de un modo sanador los vínculos sentimentales que unen a cada individuo con sus familiares y amigos. 

Es cierto que, desde un punto de vista jurídico, no se habla como tal de un “derecho a decir adiós”, por más que el conjunto de valores asociados al acompañamiento de quienes afrontan el final de su existencia y que, en condiciones ordinarias, gozan de reconocimiento y garantías, encaja a mi juicio dentro del derecho a la autonomía y la dignidad personal. Sin embargo, en la presente coyuntura han sido relegados a un segundo plano para no obstaculizar el objetivo prioritario: impedir que las proporciones de la pandemia alcancen cotas más catastróficas. Para paliar en alguna medida estas experiencias tan devastadoras desde el punto de vista humano, se están llevando a cabo en los establecimientos sanitarios varias iniciativas dirigidas a facilitar la comunicación entre los enfermos y sus allegados, fundamentalmente a través de videollamadas. 

Encerrados entre cuatro paredes y sin posibilidad de cerrar los círculos vitales, los ciudadanos ven partir a sus afectos engullidos por la ola de mortandad, convertidos en simples números. El duelo, pues, se torna más difícil que nunca (cuando no, imposible) y los riesgos de sufrir una depresión aumentan exponencialmente. Esta clase de emociones tan intensas asociadas al dolor, cuando apenas existe consuelo, necesitan ser expresadas además ante otros seres queridos, justamente lo que ahora se vuelve imposible. Abundando en el drama, tras la aprobación del estado de alarma por parte del Gobierno de la nación, las empresas funerarias únicamente prestan servicios mínimos de sepultura e incineración, con independencia de las causas de los fallecimientos. La cruda realidad es que no se están permitiendo sepelios ni actos de despedida de difuntos, con lo que el trance se vuelve todavía más helador. Si las muertes de una madre o un padre (incluso de ambos a la vez) suponen ya de por sí unas vivencias demoledoras, añadirles la extrema rapidez, la enorme incertidumbre y la nula accesibilidad a una red de apoyo las convierte en unas tragedias de consecuencias nunca vistas y que hallarán sin duda su reflejo en la salud física y mental de quienes las padecen, desde la citada depresión a episodios de ansiedad y estrés postraumático. 

Ante este complejo cuadro, se insiste en la conveniencia de acudir a especialistas en la materia, recabando la ayuda necesaria para tratar de no cerrar en falso el proceso de desahogo y, en la medida de lo posible, recuperar poco a poco el tono vital. Definitivamente, aplazar el duelo nunca debe ser una opción por lo que, dado el actual período de confinamiento, algunos psicólogos y psicoterapeutas están llevando a cabo sesiones profesionales de forma telemática. Por lo tanto, cuando la duración y la intensidad de las emociones resulten excesivas, lo más recomendable es recurrir a un servicio especializado donde brinden orientación y guía, si bien se dan casos que, aun sintiendo el lógico pesar que acarrea la pérdida de un ser querido, no requieren de atención específica para superarla. A todos ellos traslado desde aquí mi más sentido pésame. De corazón.

miércoles, 15 de abril de 2020

DÍA MUNDIAL DEL ARTE






Cada 15 de abril desde el año 2012 se viene celebrando el Día Mundial del Arte, una fecha que pretende dar a conocer la importancia del pensamiento creativo para la evolución del pensamiento humano y para la resolución de los problemas que nos aquejan. 

Se estableció dicha fecha al coincidir con el nacimiento del pintor, escultor, diseñador, arquitecto, poeta y biólogo Leonardo Da Vinci, figura del Renacimiento y uno de los mayores artistas de la Humanidad. 

El arte es una de las formas más evolucionadas de la expresión humana. A través de él, las personas pueden expresar su visión sobre aquello que les aqueja, les interesa o, simplemente, les parece bello, mediante recursos plásticos, sonoros o lingüísticos. 

Entre sus numerosas ventajas destacan las siguientes: 
 - Desarrolla la sensibilidad. 
 - Ayuda al aumento de la concentración. 
 - Fomenta la creatividad tanto individual como grupal. 
 - Promueve la tolerancia. 
 - Aumenta la confianza y el auto concepto del individuo. 

 Sin duda, una jornada para celebrar por todo lo alto.

viernes, 10 de abril de 2020

TRAFICANTES DE ESPERANZA



Artículo publicado en El Día el 10 de abril de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 10 de abril de 2020





Tal vez existan espíritus puros que utilicen sus facultades extrasensoriales sin ninguna finalidad recaudatoria, movidos por el único afán de hacer el bien. Si eso es así, no es a ellos a quienes van dedicadas estas líneas, sino a ese ejército de estafadores que se publicitan a través de dos vías de comunicación básicas: los anuncios por palabras y los canales televisivos de tercera división. Contra todo pronóstico, este tipo de negocios alternativos, lejos de sumarse al carro de las crisis económicas, no sólo se mantienen sino que, incluso, repuntan por mor de la imperiosa necesidad ciudadana de confiar en algo o alguien que les empuje a sobrevivir más allá de los sacrosantos mercados o de las caníbales agencias de calificación. 

Por lo que se refiere al sector de los periódicos de papel, en él encuentran acomodo videntes internacionales de “reconocido prestigio” que suelen proceder del África subsahariana y que afirman descender en línea recta de antiguos chamanes de algunas tribus alejadas de la civilización. Sus vastos conocimientos multidisciplinares, unidos a sus extraordinarios poderes sobrehumanos (nótese la ironía), son las armas perfectas de las que se sirven para estafar a sus potenciales víctimas. Para ello, se ayudan de recetas, pócimas y brebajes que, ora te quitan el mal de ojo, ora te suministran a la pareja de tus sueños, ora te facilitan un puesto de trabajo fijo. 

Las fotos de tan cualificados profesionales de la brujería al por menor, cuya expresión facial resulta ya lo suficientemente disuasoria como para no arriesgarse a marcar el ruinoso número de teléfono del que se hacen acompañar, no parecen, sin embargo, atemorizar a su incauta clientela, compuesta mayoritariamente por seres vulnerables cuya desesperación les lanza en brazos de tarots y bolas de cristal, en su denodado empeño por dar esquinazo a la desesperación, el miedo y la soledad. Para su desgracia, el escaso apoyo social con el que cuentan dificulta la posibilidad de que terceras personas con criterio les insten a solicitar la ayuda especializada que, sin ningún género de duda, precisan. 

En cuanto al segundo entorno, el de esos platós de televisión cuyos decorados son un auténtico atentado al buen gusto, lo frecuentan una cuidada selección de adivinos de pacotilla, normalmente de mediana edad, que presentan algunas peculiaridades comunes, entre ellas unos nombres de pila que asustan al miedo y una serie de atuendos, peinados y maquillajes grotescos, incompatibles con el más mínimo viso de elegancia y sencillez. Entre tallas de vírgenes y estampas de santos diseminados sobre tapetes astrales cuajados de planetas y meteoritos, proceden a mostrar a cámara con expresión intensa las cartas de La Muerte, El Ermitaño o La Emperatriz para, cien euros más tarde, comunicar a sus llorosos interlocutores el supuesto remedio a sus males. Y así, entre fraudes y estafas, estos traficantes de esperanzas van engordando sus cuentas corrientes a costa de la desgracia ajena. 

Es obvio que estas prácticas tan miserables no van a desaparecer de la noche a la mañana, puesto que siempre habrá individuos dispuestos a aprovecharse de los más débiles y tampoco faltarán damnificados que, por ignorancia o desesperación, acudan a aquellos en busca de ayuda. Pero constituiría un gran avance que, desde los estamentos correspondientes, se tomaran las medidas oportunas para evitar unas actividades que, sobre todo en épocas de recesión como la que se avecina, van en aumento. Tanto revisar los permisos y licencias de las cadenas que les dan cobijo como supervisar los ingresos de las líneas telefónicas asociadas a estos negocios podría ser un buen comienzo, sin olvidar la imprescindible interposición de denuncias por parte de los propios afectados. Más de uno de estos personajes ha sido condenado en sede judicial y obligado a indemnizar a los denunciantes de sus rentables vaticinios. De este modo, sería infinitamente más sencillo conseguir que numerosas personas que atraviesan por un mal momento vital dejaran de ser engañadas. Y no sólo económica, sino también emocionalmente.

viernes, 3 de abril de 2020

UNA INFORMACIÓN VERAZ ES LA MEJOR VACUNA CONTRA LOS BULOS



Artículo publicado en El Día el 3 de abril de 2020

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 4 de abril de 2020




De un tiempo a esta parte, el concepto “Información” ha variado sustancialmente. Las redes sociales (esa nueva ágora donde todas las opiniones tienen cabida) y, sobre todo, la inmediatez asociada a éstas, han dotado de un amplísimo eco dentro del universo digital a noticias cuyo alcance era antaño limitado. Hasta hace escasos años, la difusión de contenidos no veraces contaba con un reducido campo de acción, puesto que las barreras de entrada al sector de la Comunicación se situaban a considerable altura. Sin embargo, hoy en día la tecnología ha modificado esta realidad merced a la irrupción de plataformas como Facebook, Twitter y WhatsApp que, sin duda, han cambiado las reglas del juego. 

La posibilidad de divulgar mensajes crece de forma exponencial y, tristemente, una de sus categorías más celebradas es la centrada en catástrofes, desgracias o crisis como la que estamos padeciendo actualmente. A la par que las fuentes oficiales aún no han tenido tiempo de contrastar los datos, los impulsores de los bulos ya están aprovechándose del tirón que genera el caos, procediendo de un modo absolutamente repugnante y hasta delictivo. Parece como si, en el fondo, existiera un afán colectivo por recrearse en el escándalo y el dolor que, a menudo, acompaña a la falsedad, en vez de en un esfuerzo por buscar la verdad contrastada, aunque resulte más neutra. Asimismo, cada individuo tiende a dar por ciertas las afirmaciones acordes con su ideario y por falsas las demás, la mayoría de las veces sin acudir a la fuente ni haber leído siquiera el contenido que acompaña a los titulares. 

En esta coyuntura tan dramática que padecemos, cabe incidir también sobre una de las más célebres colisiones dentro del ámbito jurídico, que es la protagonizada por el derecho a la información y el derecho a la intimidad y a la propia imagen, recogidos respectivamente en los artículos 20 y 18 de la vigente Constitución Española. Siempre y cuando tenga el insoslayable carácter de interés general y a través de un ejercicio debidamente ponderado, el primero de ellos debe primar sobre el segundo, si bien han de contemplarse las circunstancias del caso concreto, a fin de tutelar mecanismos judiciales y extrajudiciales llamados a controlar los excesos que pudieran suscitarse. Resulta, pues, imprescindible tener conciencia de la necesidad de alcanzar ese deseable equilibrio entre ambos derechos constitucionales: el de comunicar y recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión, y el de salvaguardar el honor, la intimidad personal y familiar, y la propia imagen. 

Sea como fuere, y con independencia de que la libertad informativa sea un pilar incuestionable de un Estado democrático, no es menos cierto que debe ir acompañada de la responsabilidad y la ética periodísticas, todo ello en el marco del ejercicio digno de dicha profesión. Insisto en este matiz porque vivimos una etapa en la que, en demasiadas ocasiones, el morbo más primario está sustituyendo al rigor y a la seriedad, lo que se traduce en un debate público de bajísima calidad centrado en el sensacionalismo, alejado del sosiego e impropio de una sociedad madura y con criterio. 

Yo, como ciudadana, aspiro a estar informada de manera fidedigna y honesta, pero confieso que la oferta de este tipo de espectáculos desagradables y atentatorios contra la intimidad me produce un rechazo total y repruebo abiertamente a quienes se hacen eco de ellos, dado que han renunciado a las citadas responsabilidad y ética periodísticas en pos del negocio. El denominado Cuarto Poder ha de conservar más que nunca la moral y la cordura, y renegar de esa tendencia perversa al efectismo que con tanto entusiasmo adoptan otras incontrolables plataformas alejadas de la profesionalidad. A mi juicio, resulta del todo inaceptable que el hecho de disponer de un teléfono móvil convierta a cada usuario en un émulo de reportero, con el incalculable riesgo que ello comporta.