Ayer terminé de leer EL TIEMPO MIENTRAS TANTO, la novela finalista de la pasada edición del Premio Planeta. Sus páginas encierran un drama que trasciende al hecho puntual que desencadena la historia. Y ese drama no es otro que el reflejo del analfabetismo sentimental de algunos de sus personajes centrales, primorosamente retratados por la escritora valenciana Carmen Amoraga.
Individuos que han tirado una vida entera a la basura por no saber expresar sus sentimientos, por ser cobardes, por ser afectivamente mediocres. Seres incapaces de bajar la guardia, de rendirse a un abrazo desde el corazón, reacios a decir un “te amo” o mil “te quiero” para no dar la sensación de debilidad, remisos a besar con sinceridad sin que ese beso sea exclusivamente la puerta de entrada a un mecánico desahogo sexual. Infelices que se dan cuenta de todo lo que han perdido cuando ya es tarde, cuando no hay tiempo, cuando la enfermedad, el dolor y la muerte vienen para quedarse.
Al colocar el libro nuevamente en la estantería, al sustituir a Joaquín, a Pilar y a Fermín por otros personajes que, hoja tras hoja, me harán partícipe de sus risas y de sus llantos durante la próxima semana, he pensado que yo también conozco a más de un analfabeto sentimental, de esos que piensan que las manifestaciones de afecto están fuera de lugar, o que son innecesarias, o que se hacen de puertas para adentro (que, luego, tampoco las hacen de puertas para adentro), o que debilitan el ánimo. De esos que dan por supuesto que los suyos dan por supuesto que les quieren. Demasiados por supuestos…
Y no puedo por menos que compadecerles. Y doy gracias a quienes me dieron la vida por enseñarme desde la cuna a no dejar pasar la ocasión de abrazar, de besar y de querer a los míos y a los que, sin ser míos, yo los siento así en alguna medida, porque también ocupan un hueco en mi corazón. No quiero que lo supongan, ni que lo imaginen, sino que lo sepan. Y lo saben porque se lo digo abiertamente siempre que tengo ocasión, que les quiero, que sin ellos no sería como soy, que sería una pluma al viento, un barco sin timón.