Pese a asistir en los últimos días a una sucesión de noticias inasumibles desde todo punto de vista, incluido el moral, al menos los amantes de la Literatura estamos de celebración, con motivo del 125 aniversario del nacimiento del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, autor de la obra maestra "El Principito", convertida desde el primer momento en un auténtico fenómeno editorial.
Se trata de una de las obras literarias más reconocidas universalmente y, aunque se considera un libro infantil por la forma que adopta y la sencillez de la historia que narra, constituye en realidad una metáfora imprescindible que abarca temas tan profundos como el sentido de la existencia.
A lo largo de sus páginas se plasman las entrañables conversaciones entre un aviador que ha sufrido un accidente en pleno desierto del Sahara y un pequeño príncipe que habita en un lejano asteroide.
Durante dichas charlas, el autor pone de manifiesto su visión sobre la estupidez humana y, paralelamente, sobre la sabiduría de los niños que, tristemente, suele quedar por el camino cuando crecen y se convierten en adultos.
"El Principito" encierra un firme mensaje humanista que con el tiempo se ha convertido en una apología sobre la importancia de la aceptación del otro por ser quien es (no por aquello que representa), del rechazo a la injusticia y de los beneficios del contacto con la naturaleza.
El texto, además, se acompaña de unas encantadoras ilustraciones del mismo autor, plenas de inocencia y dulzura.
En definitiva, “El Principito” nos regala profundas enseñanzas para que aprendamos a Vivir con mayúsculas, entre ellas, pensar en los demás, cuestionarnos por qué y para qué obramos, alejarnos del consumismo y no caer en la rutina.
Como broche final, también escojo la más célebre frase de este muchachito viajero y curioso, que observa con perplejidad el mundo de los adultos y que no duda en afirmar que estos nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismos, por lo que resulta muy aburrido para los niños tener que darles explicaciones una y otra vez: "No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".
No existe mayor verdad.