Artículo publicado en la revista de habla hispana "La Ruptura" el 5 de julio de 2012
El Teléfono de la Esperanza es una ONG de acción social y cooperación que funciona como entidad de voluntariado pionera en la promoción de la salud emocional de personas en situación de crisis individual o familiar. Este servicio de apoyo telefónico que desarrolla tan loable labor en numerosas ciudades españolas ha detectado en los últimos años un considerable aumento de los denominados “abuelos esclavos”. De todos los miembros que integran la unidad familiar contemplada en sentido amplio, ellos son quienes padecen con una mayor intensidad las consecuencias del nuevo modelo de sociedad en que vivimos. Desde la incorporación de la mujer al mercado laboral, el rol de los abuelos ha variado sustancialmente y no pocos se han transformado en cuidadores habituales de sus nietos, hasta el extremo de convertirse en unos auténticos padres sustitutos.
Este fenómeno se manifiesta de modo preocupante siempre que no se recurra a ellos de forma ocasional y voluntaria sino permanente y obligatoria. En otras palabras, esa colaboración resulta imprescindible para que la economía de sus hijos no quiebre y, en consecuencia, su disponibilidad debe ser completa y, sobre todo, gratuita. Si a ello se añade el lógico desgaste tanto físico como psicológico de los afectados, es fácil de entender que, en un elevado porcentaje, utilicen esta vía de comunicación en busca de inicial desahogo y posterior consuelo. No cabe duda de que el contacto entre ambas generaciones es sumamente positivo desde el punto de vista emocional pero sería deseable que no degenerara en una especie de pseudo empleo con el consiguiente estrés adicional asociado a su obligatoriedad, aún más patente a causa de la actual crisis económica.
No es infrecuente encontrar hoy en día a personas de entre sesenta y cinco y setenta y cinco años completamente desbordadas por esta nueva ocupación. Obsesionadas por no defraudar las expectativas de sus propios hijos -algunos de ellos inmersos en procesos de divorcio- tal exceso de responsabilidad les supone un lastre que puede llegar a provocarles trastornos en la salud. Es una patología que los psicólogos ya han bautizado como “síndrome del abuelo esclavo”. Una jornada tipo suele iniciarse a muy temprana hora llevando a los menores al colegio o a la guardería. A veces les recogen al mediodía y, después de darles la comida que previamente han cocinado, les devuelven nuevamente a los centros escolares hasta que finalizan las clases. Después, vigilan sus juegos en calles y plazas y no es raro verles fracasar en el intento de alcanzar a los pequeños que se arrancan en veloz carrera. A última hora de la tarde, recalan en su domicilio para hacer la tarea y allí acuden al rescate unos padres (juntos o por separado) habitualmente cansados y que limitan su diario contacto paterno filial a la hora del baño y de la cena.
Reflexionar sobre esta compleja realidad debe constituir el punto de partida para la búsqueda de un equilibrio que beneficie a las tres generaciones, aunque la máxima responsabilidad de que esta relación a tres bandas funcione correctamente recae sobre la segunda. El cuidado de los niños de forma organizada y saludable puede ser una motivación para quienes afrontan las últimas etapas de la vida, pero siempre y cuando no descuiden sus propias necesidades. Con una jubilación más que merecida tras décadas de trabajo, están en su perfecto derecho a gozar de tiempo libre, frecuentar amistades, practicar deportes o, sencillamente, no hacer nada. Es injusto que a esas edades siga recayendo sobre sus espaldas la misión de una nueva crianza infantil que no les corresponde ni por obligación ni por devoción.
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