Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de octubre de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de octubre de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de octubre de 2018
Transcurrida la época estival y ya en pleno otoño caliente, nos sumergimos nuevamente en la vorágine de la actualidad patria sin haber saneado un ápice los principales problemas que asolan a nuestro país. Este recurrente “más de lo mismo”, este permanente “día de la marmota”, resulta desasosegante por demás. Nuestra ínclita clase política (sea nacional, autonómica o municipal) ha retornado a los despachos dispuesta a mantenerse en sus respectivos sillones llueva, nieve o truene. Deben pensar, y no sin razón, que el que resiste, gana. Mientras tanto las estructuras sistémicas de lo que ahora se denomina Estado español siguen con una galopante aluminosis que puede preceder a su demolición. Aun así, no voy a dedicarme todavía a hacerle la autopsia al cadáver en ciernes de España, pero sí a ofrecer como muestra un botón.
Con cada inicio del curso escolar se reproducen casos sangrantes de alumnos que pretenden sin éxito realizar sus estudios en la lengua oficial de todos los españoles, y de profesores que, tratando de responder a esta demanda, son hostigados y amenazados por los mandamases educativos de algunas Comunidades Autónomas. El último ejemplo acaba de tener lugar en Cataluña, donde algunos docentes han sido recibidos en sus aulas con esvásticas pintadas en las pizarras. Así está el patio, y nunca mejor dicho.
Este escenario me ha impactado casi tanto como el de aquel padre que, hace no demasiado tiempo, y ante una oferta laboral en Galicia, decidió negarse a aceptarla para evitarle a su hijo de ocho años la enésima inmersión lingüística.
El pequeño ya había pasado tres veces por otros tantos periodos de escolarización, primero en castellano, después en valenciano y finalmente en catalán, como consecuencia de los traslados laborales de su familia a Valencia y Mallorca, respectivamente. En tierras gallegas le esperaba la cuarta, porque ya les habían advertido a sus progenitores de que la posibilidad de que el niño estudiara en español era infinitesimal, entre otras cosas porque cientos de profesores de centros públicos se habían declarado insumisos a enseñar en castellano, el idioma que todos los ciudadanos de este país tiene el deber de conocer y el derecho a usar (artículo 3.1 de nuestra vigente Constitución).
Por lo visto, cada vez existe más gente decidida a incumplir con los preceptos constitucionales a discreción, pero aquí no pasa nada. Da lo mismo que el que gobierne sea popular o socialista (ya no digamos nacionalista). Poner negro sobre blanco estos despropósitos es una fijación de individuos demagógicos, desestabilizadores e incapaces de valorar la importancia del consenso, y denunciar que un chaval de Primaria haya tenido que cambiar tres veces de idioma vehicular en su educación sin haberse mudado de país es una osadía. A mi juicio, sin embargo, no es lógico, ni educativo, ni aumenta su acervo cultural. Más bien le lleva a él al fracaso escolar y a los suyos al paro. Así de simple. Lo demás son brindis al sol patrocinados por quienes tan sólo aspiran a seguir gobernando, pertenezcan a las siglas que pertenezcan.
Que no se pueda estudiar en castellano en determinadas zonas de España es una circunstancia que no sucede en ningún otro lugar del mundo y que nos coloca a la altura del barro. También en esto somos, por desgracia, diferentes.
No obstante, yo insisto en formular una y otra vez las mismas preguntas. ¿Cómo es posible que vivamos en un territorio donde los escolares no puedan estudiar con libertad en la única lengua común a todos ellos? ¿Decir esto equivale a no respetar el resto de las lenguas cooficiales? ¿Decir esto implica ser de izquierdas o de derechas? En absoluto. Decir esto significa, sencilla y llanamente, aborrecer la utilización de las lenguas al servicio de las ideologías y exigir, con la Carta Magna en la mano, el cumplimiento de los derechos constitucionales que tanto esfuerzo nos costó conseguir.
Fantástico artículo,estamos en derribo,caminamos en sentido contrario al mundo actual.
ResponderEliminarEn un mundo global,interconectado,es increíble que dejemos que unos indocumentados,oportunistas,gente acomodada en el sistema como verdaderas garrapatas,estos sean los que quieren dirigir nuestro destino,gente que por no perder su nómina son capaces de vender a los suyos.
Vivimos un momento donde la basura pretende inundarlo todo y acaba dejando oculta nuestra verdadera esencia,la paz,el amor,en definitiva, un mundo de todos y para todos.
Un saludo.
Bernardo Fernández.
Muchísimas gracias por su aportación, Bernardo. Coincido con su análisis. Vivimos en un mundo al revés pero, por lo que a mí respecta, seguiré denunciando situaciones como la presente, con independencia de que resulta una medida útil. Mi conciencia así me lo exige.
ResponderEliminarUn cariñoso saludo desde Tenerife.
MYRIAM