Artículo publicado en El Día el 19 de mayo de 2023
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de mayo de 2023
Coincidiendo con la celebración el 23 de mayo del Día Mundial del Melanoma, todos los años por estas fechas insisto en difundir mis reflexiones sobre los peligros de la excesiva exposición solar. Por circunstancias personales, durante una etapa de mi vida tuve la oportunidad de compartir la experiencia hospitalaria de varios afectados por dicha enfermedad y confieso que me marcó hasta el extremo de hacerme voluntaria de la Asociación Española contra el Cáncer. Recorrí por aquel entonces algunos centros escolares tinerfeños, impartiendo charlas sobre hábitos de vida saludable a adolescentes, una de las experiencias más gratificantes que he realizado jamás. Y puedo afirmar con rotundidad que, así como nadie desconfiaba acerca de los perjuicios del tabaco, casi todos ponían reparos a la hora de admitir los peligros del astro rey. La práctica totalidad de chicas y chicos rechazaba el uso de protectores y frecuentaba piscinas y playas en los tramos horarios más nocivos, desconocedores de que el clima del archipiélago canario explica los elevados índices de este mal sobre su población.
Partiré de dos premisas iniciales antes de abordar el fondo del asunto. La primera, que la historia de la humanidad es también la del afán de sus pueblos por seguir unos determinados arquetipos que han ido mudando con el transcurso de los siglos. Así, mientras antaño eran las señoras entradas en carnes y con la tez empolvada de talco las que se llevaban el gato al agua, en la actualidad el formato supuestamente en boga lo encarnan las jóvenes delgadas en extremo que lucen un tono marrónoscurocasinegro. Y la segunda, que cada ser humano es libre de desoír cuantos consejos beneficiosos para su salud se le intenten transmitir, amparado en el planteamiento de que, como de algo hay que morirse, al menos que sea disfrutando, opción que, obviamente, no comparto. Por ello, el fin de la citada jornada se centra en alertar sobre las gravísimas consecuencias que la exposición solar incontrolada acarrea a un cada vez mayor porcentaje de habitantes de nuestro planeta.
Dermatólogos de todo el mundo llevan lustros consagrados a la ardua tarea de concienciar a la sociedad acerca de los riesgos de esta grave enfermedad, responsable del ochenta por ciento de las muertes por cáncer de piel. La incidencia de esta severa patología, cuyas principales causas residen en la radiación ultravioleta y en la predisposición genética, se ha multiplicado por dos en los últimos años, inducida sin ningún género de duda por determinadas modas funestas ligadas al culto a la belleza, que se erigen como responsables de tan espectacular aumento. En estas fechas previas a la llegada del verano se abre la veda para conseguir a cualquier precio un cuerpo bronceado, objetivo absurdo donde los haya, pero que lleva a infinidad de individuos a abusar de esta práctica, desoyendo las sencillas y asequibles recomendaciones de los expertos en la materia e injuriando su epidermis con quemaduras, manchas y arrugas de todos los tamaños y colores.
Las continuadas campañas informativas centran sus esfuerzos en tres pilares fundamentales, siendo el primero de ellos el uso imprescindible de cremas protectoras adaptadas a cada tipo de piel. El segundo, no por ello menos importante, consiste en evitar la absorción de los rayos en las horas centrales de la jornada, que se extienden entre las once de la mañana y las cuatro de la tarde. Y, como tercer vértice de este triángulo, figura el veto sin paliativos a la utilización de cabinas bronceadoras. No obstante, debo concluir esta suerte de alegato con un mensaje altamente esperanzador: el índice de curación de un melanoma diagnosticado en sus primeras fases se eleva casi al cien por cien de los casos. Por el contrario, cuando ya se ha extendido, el pronóstico es sumamente negativo y de ahí que la observancia de las normas y el establecimiento de unas revisiones periódicas constituyan las medidas preventivas por excelencia. Vale la pena, pues, ser inteligentes y no dejarse arrastrar por modas que perjudican la salud y menoscaban la calidad de vida.
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