viernes, 12 de abril de 2019

LA POLÍTICA COMO DECEPCIÓN



Artículo publicado en El Día el 12 de abril de 2019

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 13 de abril de 2019




Rara vez escribo de Política. Por lo tanto, y sin que sirva de precedente, apelo a que se considere este artículo como mero desahogo personal coincidiendo con el pistoletazo de salida de la campaña electoral. Dadas las circunstancias, no he tenido más remedio que blindarme psicológicamente ante la que se avecina, aunque, visto lo visto, sospecho que no me va a servir de nada. Ni los ejercicios de respiración, ni los tapones para los oídos, ni el apagón informativo contribuirán al resultado deseado. La previsible y antiestética pegada de carteles, unida a los cansinos reportajes en prensa, los recurrentes anuncios radiofónicos y las insoportables tertulias televisivas me sumirán en la más profunda negritud. 

Enfrentarme a tal sobredosis de despropósitos me aboca cíclicamente a la búsqueda de algún paraíso perdido en el que nuestros actuales representantes tengan reservado el derecho de admisión, incluido su bochornoso idioma, el politiqués, que ni ellos mismos son capaces de descifrar. Encontrar a alguno que se exprese de modo inteligible y aporte ideas originales constituye una ardua labor no exenta de riesgo, dado que suelen abonarse a la ausencia de imaginación, al uso de obviedades y, últimamente, al enfrentamiento verbal más desolador. Mientras tanto, carentes al parecer de aptitudes para alcanzar acuerdos, nos bombardean sin piedad con desvaríos del tipo “desde el minuto uno vamos  a poner negro sobre blanco nuestras líneas rojas para establecer una hoja de ruta”. Y todo así.

A partir de ahora, pues, cambiaré mi itinerario habitual hacia el trabajo para no coincidir en el trayecto con ninguno de esos tipos sonrientes que se afanarán en llevarme a su huerto. Por fortuna ocupo una franja de edad intermedia, lo cual me libera de que, o bien me pellizquen en los mofletes, o bien me suelten uno de sus campanudos discursos mientras echo la partidita de cartas. Salvado el escollo inicial del encontronazo no deseado, llegaré al despacho y, en cuanto abra el buzón, colisionaré a buen seguro con una caterva de sobres de publicidad partidista. Más candidatos. Más promesas. Más hartazgo. 

En ese preciso instante, amparada en la afortunada tesitura de hallarme sola y, por ende, inmune a ser tachada de ordinaria, comenzaré a proferir una sarta de exabruptos irreproducibles a través de estas líneas. Sin embargo, más pronto que tarde, no me quedará más remedio que decidirme por unas concretas siglas, aunque sólo sea para continuar dando ejemplo de democracia a la carne de mi carne. Y, también para no variar, convendré que, aunque mi voto sea un gota de agua en medio del Atlántico, es mío y no estoy por la labor de desperdiciarlo. 

Lo más probable es que, fiel a mi estilo, ponga mis principios a salvo de esta mediocre oferta cuatrienal y prescinda de nuevo de todos aquellos que, a la diestra y a la siniestra, llevan varias legislaturas defraudándome, esos irrespetuosos aspirantes a cargos que nos toman por tontos a los votantes cuando afirman que no es viable saber de antemano con quién compartirán el lecho en cuanto acabe el recuento de voluntades y que defienden, pero siempre a balón pasado, las bondades de la tan discutible democrática aritmética.

Estoy saturada de ministros sin categoría, de diputados que perciben miles de euros mensuales sin siquiera acudir a un mínimo de sesiones parlamentarias, de listas cerradas a cal y canto salpimentadas de imputados por corrupción, de responsables del hundimiento financiero que nos siguen mirando a los ciudadanos por encima del hombro, de magistrados supuestamente prestigiosos que obedecen sin rechistar las consignas de quienes les nombraron y de periodistas insensatos que se dedican a apagar fuegos con gasolina para elevar los porcentajes de audiencia de sus programas. 

Llevo demasiados años soportando la falacia de que, en alguna medida, yo también fui culpable de la crisis, así que ya sólo aspiro a que, sea cual sea el próximo escenario gubernamental, no se le ocurra a nadie señalarme con el dedo y espetarme que tengo lo que me merezco. Porque por ahí no paso.

https://eldia.es/criterios/2019-04-12/2-politica-decepcion.htm    

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