Artículo publicado en El Día el 12 de abril de 2019
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 13 de abril de 2019
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 13 de abril de 2019
Rara vez escribo de Política. Por lo tanto, y sin que sirva de precedente,
apelo a que se considere este artículo como mero desahogo personal coincidiendo
con el pistoletazo de salida de la campaña electoral. Dadas las circunstancias,
no he tenido más remedio que blindarme psicológicamente ante la que se avecina,
aunque, visto lo visto, sospecho que no me va a servir de nada. Ni los
ejercicios de respiración, ni los tapones para los oídos, ni el apagón informativo
contribuirán al resultado deseado. La previsible y antiestética pegada de
carteles, unida a los cansinos reportajes en prensa, los recurrentes anuncios
radiofónicos y las insoportables tertulias televisivas me sumirán en la más
profunda negritud.
Enfrentarme a tal sobredosis de despropósitos me aboca
cíclicamente a la búsqueda de algún paraíso perdido en el que nuestros actuales
representantes tengan reservado el derecho de admisión, incluido su bochornoso
idioma, el politiqués, que ni ellos mismos son capaces
de descifrar. Encontrar a alguno que se exprese de modo inteligible y aporte
ideas originales constituye una ardua labor no exenta de riesgo, dado que
suelen abonarse a la ausencia de imaginación, al uso de obviedades y,
últimamente, al enfrentamiento verbal más desolador. Mientras tanto, carentes
al parecer de aptitudes para alcanzar acuerdos, nos bombardean sin piedad con
desvaríos del tipo “desde el minuto uno vamos a poner negro sobre blanco
nuestras líneas rojas para establecer una hoja de ruta”. Y todo así.
A partir de ahora, pues, cambiaré mi itinerario habitual hacia el trabajo
para no coincidir en el trayecto con ninguno de esos tipos sonrientes que se
afanarán en llevarme a su huerto. Por fortuna ocupo una franja de edad
intermedia, lo cual me libera de que, o bien me pellizquen en los mofletes, o
bien me suelten uno de sus campanudos discursos mientras echo la partidita de
cartas. Salvado el escollo inicial del encontronazo no deseado, llegaré al
despacho y, en cuanto abra el buzón, colisionaré a buen seguro con una caterva
de sobres de publicidad partidista. Más candidatos. Más promesas. Más hartazgo.
En ese preciso instante, amparada en la afortunada tesitura de hallarme sola y,
por ende, inmune a ser tachada de ordinaria, comenzaré a proferir una sarta de
exabruptos irreproducibles a través de estas líneas. Sin embargo, más pronto
que tarde, no me quedará más remedio que decidirme por unas concretas siglas,
aunque sólo sea para continuar dando ejemplo de democracia a la carne de mi
carne. Y, también para no variar, convendré que, aunque mi voto sea un gota de
agua en medio del Atlántico, es mío y no estoy por la labor de desperdiciarlo.
Lo
más probable es que, fiel a mi estilo, ponga mis principios a salvo de esta
mediocre oferta cuatrienal y prescinda de nuevo de todos aquellos que, a la
diestra y a la siniestra, llevan varias legislaturas defraudándome, esos irrespetuosos
aspirantes a cargos que nos toman por tontos a los votantes cuando afirman que
no es viable saber de antemano con quién compartirán el lecho en cuanto acabe
el recuento de voluntades y que defienden, pero siempre a balón pasado, las
bondades de la tan discutible democrática aritmética.
Estoy saturada de ministros sin categoría, de diputados que perciben miles
de euros mensuales sin siquiera acudir a un mínimo de sesiones parlamentarias,
de listas cerradas a cal y canto salpimentadas de imputados por corrupción, de
responsables del hundimiento financiero que nos siguen mirando a los ciudadanos
por encima del hombro, de magistrados supuestamente prestigiosos que obedecen
sin rechistar las consignas de quienes les nombraron y de periodistas
insensatos que se dedican a apagar fuegos con gasolina para elevar los
porcentajes de audiencia de sus programas.
Llevo demasiados años soportando la
falacia de que, en alguna medida, yo también fui culpable de la crisis, así que
ya sólo aspiro a que, sea cual sea el próximo escenario gubernamental, no se le
ocurra a nadie señalarme con el dedo y espetarme que tengo lo que me merezco.
Porque por ahí no paso.
https://eldia.es/criterios/2019-04-12/2-politica-decepcion.htm
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