Artículo publicado en El Día el 26 de abril de 2019
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 27 de abril de 2019
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 27 de abril de 2019
Aunque a los propios afectados les resulte difícil de asumir al principio, la tozuda realidad demuestra que la separación de una pareja no evita que el mundo siga girando ni que las actividades habituales continúen llevándose a cabo. Las estadísticas indican que, de la misma manera que cada persona es un mundo, cada fracaso sentimental presenta también unas características propias e intransferibles. Algunos acaban en un mero abandono de domicilio. Otros, con un procedimiento de divorcio de mutuo acuerdo. Otros, por el contrario, requieren la vía contenciosa, que a menudo conlleva un alto nivel de sufrimiento. En ocasiones, la custodia resultante es compartida. A veces, en cambio, se otorga en exclusiva a uno de los progenitores aunque, por fortuna y en justicia, los avances en este terreno están resultando muy notables en los últimos tiempos.
Sea como fuere, es innegable que a lo largo de la nueva etapa que las partes afrontan por separado tendrán que seguir compartiendo los momentos más especiales de la andadura vital de sus hijos, cuando los hubiere. Eventos tales como festivales de fin de curso, graduaciones universitarias, cumpleaños o competiciones deportivas se sucederán en el futuro y, según cómo estén dispuestos a abordar su asistencia o participación en los mismos, los efectos sobre los más pequeños de la casa resultarán beneficiosos o perjudiciales, quedando grabados a fuego y de por vida en la memoria de sus protagonistas. Debido a mi experiencia profesional, conozco por desgracia casos extremos en los que cualquier posibilidad de entendimiento entre los padres no pasa de ser una mera utopía. Sin embargo, por lo que se refiere al resto, mi forma de ser me impide resignarme y me obliga a insistir en la importancia de una actitud adulta y positiva de los progenitores durante el transcurso de estos acontecimientos tan entrañables e irrebatibles.
Todos hemos sido niños y hemos deseado compartir nuestras fechas más señaladas con ambas figuras y, por ende, tanto con la familia materna como con la paterna.
Puesto que en las próximas jornadas tendrán lugar numerosas ceremonias en sus correspondientes parroquias, quiero centrarme especialmente en el sacramento de la Primera Comunión. Coincidiendo con el inicio del curso escolar, sacerdotes y catequistas convocan a reuniones periódicas a los padres de los niños que comulgarán durante el mes de mayo y, a fin de concretar los detalles relativos al citado acto, tanto los párrocos como quienes imparten la preceptiva catequesis infantil comunican diversos contenidos de interés para los adultos cuya presencia se requiere. En la actualidad ya no es infrecuente coincidir con menores cuyos padres están separados o divorciados y, tristemente, no pocos de estos se amparan en sus respectivos regímenes de visitas como excusa para incrementar los desencuentros.
Los motivos para la discusión son infinitos y van desde la propia decisión de hacer o no la Primera Comunión a la asistencia conjunta o la inasistencia al acto, desde la consideración de los gastos como ordinarios o extraordinarios a la elección de la fecha o a la confección de la lista de invitados y de posibles obsequios.
En definitiva, se trata de una oportunidad perdida de modo irresponsable para que los chiquillos puedan disfrutar, lejos de la tensión y de la angustia, de un momento único en sus vidas. En este sentido, me gustaría transmitir la idea de que, en ocasiones especiales como las ya referidas, no es que se exija una relación cordial ni un despliegue de gestos de cariño por parte de los afectados por una ruptura sentimental. Basta con que, aunque les cueste un sobreesfuerzo, muestren una disposición desde el respeto y las buenas maneras para compartir la alegría de esos hijos en común o, cuando menos, para no arrebatársela. Trasladarles el mensaje de que la rabia y el rencor son sentimientos más poderosos que el amor es un riesgo que ningún adulto cabal debería estar dispuesto a correr.
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