Artículo publicado en El Día el 25 de septiembre de 2020
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 26 de septiembre de 2020
La Audiencia Provincial de Madrid acaba de condenar a los cuatro hinchas del PSV Eindhoven acusados de un comportamiento humillante hacia un grupo de mujeres de origen rumano que pedían limosna en la Plaza Mayor de la capital de España, y que tuvo lugar el 15 de marzo de 2016, con motivo del encuentro de la Champions League que el citado conjunto disputaba aquel día contra el equipo colchonero. Sin motivo ni justificación que no fueran el origen étnico y la condición social, los aficionados holandeses se dedicaron a arrojar monedas al suelo para que las mujeres se agacharan a recogerlas, instándoles a realizar flexiones a cambio del dinero, lanzándoles latas de cerveza y hasta quemando billetes en su presencia. Semejantes actos han resultado para la Fiscalía denigrantes, vejatorios y constitutivos de un ataque a la dignidad de las mencionadas indigentes. Tras llegar a un acuerdo de conformidad con el Ministerio Público y manifestar su arrepentimiento por los hechos, los procesados han sido considerados coautores del delito y se les ha impuesto una pena de tres meses de prisión y multa. Además, deberán indemnizar solidariamente con 1.500 euros a cada una de las víctimas.
Cada vez que contemplo imágenes de hordas de futboleros que, aprovechando la celebración de los partidos de sus respectivos colores, se dedican a vejar a cuantos mendigos se cruzan en su camino de etilismo y excesos, me inundan la repugnancia, la vergüenza, la desolación y el asco. Al parecer, humillar a indigentes en las distintas ciudades donde se disputan las eliminatorias del deporte rey se ha convertido en los últimos tiempos en otra disciplina de competición. La escena suele desarrollarse más o menos así. Los infelices se acercan a algunos grupos de individuos que beben a discreción en las terrazas más céntricas de las capitales. Les piden alguna moneda, como acostumbran a hacer con otros turistas y visitantes, pero aquellos optan por tirárselas al pavimento. Conforme se van agachando, los cánticos y las burlas arrecian. Incluso les ofrecen limosnas más jugosas si están dispuestos a bailar, hacer flexiones o prescindir de la autoestima en cualquiera de sus variantes, siempre y cuando les provoquen la carcajada. Hay quien hasta ha llegado a tirarles trozos de pan y orinarles encima.
Los comentaristas más indulgentes acostumbran a sugerir que el gran culpable de tales desmanes es el alcohol, pero a mí ese argumento tan elástico jamás me ha convencido. Por el contrario, me produce todavía mayor rechazo. Por si no fuera suficiente, los mandamases de la UEFA, agitando la bandera de su falaz lucha contra el racismo, suelen limitarse a proponer la asunción de medidas urgentes, pero todas ellas de carácter estrictamente económico. Claro que de ellos tampoco cabe esperar ninguna reacción más contundente y, menos aún, más efectiva. A mí se me ocurre que apartar a los clubes cuyas aficiones se comportan como bestias salvajes sería un buen comienzo, aunque inicialmente tuvieran que pagar justos por pecadores, pues sólo así se evitarían acciones tan impropias de la raza humana. Sin embargo, nadie parece estar por la labor.
Personalmente, no albergo dudas de que estas actuaciones de desprecio hacia los más necesitados deben acabar ante los Tribunales pero, visto lo visto, es obvio que la mera aplicación de las leyes se torna ineficaz para resolver este abyecto fenómeno. Porque, como sucede con tantas otras cuestiones del mismo tenor, no basta con legislar, sino que urge educar en valores. Hechos como los expuestos anteriormente resultan altamente preocupantes, ya que ni son aislados ni cotizan a la baja. Y si no que se lo digan a esos youtubers de nuevo cuño que basan su negocio en forrarse con las mofas y befas al prójimo. Creo que ha llegado la hora de que la ciudadanía se muestre por fin implacable frente a estas exhibiciones vomitivas de falta de humanidad. Tolerancia cero. Ya.
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