Artículo publicado en El Día el 10 de diciembre de 2021
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 11 de diciembre de 2021
A lo peor son cosas de la edad pero, de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma echando la vista atrás en busca de ciertos paraísos que se fueron para nunca más volver. Los buenos modales forman parte de esos recuerdos nostálgicos que marcaron para bien a anteriores generaciones -entre ellas, la mía-. Su drástico deterioro certifica que han sido arrinconados por culpa de un individualismo galopante que ha hecho de la mala educación su santo y seña. Vaya por delante que, en mi humilde opinión, la buena educación nada tiene que ver con la capacidad económica, como algunos erróneamente piensan. He conocido multitud de ejemplos de hombres y mujeres con escasos recursos económicos cuyo comportamiento exquisito daba cien mil vueltas al de otros individuos teóricamente más cultos y adinerados.
Actitudes tan habituales antaño, como dar las gracias, pedir las cosas por favor o tratar a los adultos de usted, son cada vez más infrecuentes y a quienes nos resistimos a prescindir de ellas se nos suele tachar de arcaicos. No hace tanto tiempo resultaba impensable coincidir con un vecino en el portal y que éste, en el mejor de los casos y sin mirarte a la cara, respondiera a tu saludo con un rebuzno. O subir a un transporte público y no ceder el asiento a las personas mayores. Sin embargo, ahora son los niños y los adolescentes quienes ocupan los sitios libres mientras los ancianos se juegan el tipo a ritmo de frenazo. Lo de ayudar a cruzar a la abuelita el paso de peatones lo dejo directamente para los libros de Historia. Contenta se puede ver la pobre si, para colmo, no besa el pavimento embestida por algún patinador incontrolado de los que frecuentan las aceras sorteando excrementos caninos. Y más le vale no protestar, porque lo más suave que le espetará el sujeto en cuestión oscilará entre “vieja” y “que te den”.
Otros personajes no menos asociales son los partidarios de poner la música a todo volumen, sea la de su vehículo, la de su habitación o la del local de copas que regenta. No seré yo quien les censure su discutible gusto eligiendo canciones, pero deberían entender que, cuando uno vive en sociedad, ha de respetar un nivel adecuado de decibelios para que su prójimo no acabe en el especialista. Por no hablar de esos nuevos esclavos tecnológicos, incapaces de poner el móvil en silencio cuando frecuentan lugares públicos de toda índole, llámense hospitales, bibliotecas, cines y hasta cementerios. Tampoco se quedan atrás la inmensa mayoría de los tertulianos que proliferan por las cadenas de radio y televisión y que no respetan en absoluto sus turnos de intervención, pisoteándose los discursos a voz en grito. Y qué decir de los atuendos y las poses de las colaboradoras de los programas de entretenimiento, un auténtico dechado de ordinariez.
Tampoco me quiero olvidar de otro sector de la población, habitualmente del género masculino, que se dedica a escupir a diestro y siniestro en la vía pública, idéntica habilidad que exhiben sus admirados astros del balompié en el transcurso de los partidos semanales. Ya para concluir, una breve alusión a esos energúmenos que se dedican a destrozar el mobiliario urbano, convencidos de que los bienes públicos no son de nadie. Al parecer, se trata de una actividad altamente divertida que, encima, suele salirles gratis.
En definitiva, los buenos modales se enseñan y se aprenden, pero las familias no deben esperar a que la escuela, a partir de los tres años, asuma esa responsabilidad con sus hijos. Es preciso educarles desde el principio en la idea de que todos esos detalles les ayudarán a convertirse en personas aptas para vivir en sociedad. Así que no perdamos el tiempo y pongámonos a la labor. Podría ser un hermoso y original regalo para estas Navidades. Tal vez el mejor de todos.
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