Artículo publicado en El Día el 3 de diciembre de 2021
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 4 de diciembre de 2021
Después de ver el último largometraje de Fernando León de Aranoa, “El buen patrón”, que acaba de batir la marca de nominaciones de los Premios Goya gracias a sus nada menos que veinte candidaturas, recordé con nitidez que hace ya un cuarto de siglo asistí al estreno de su ópera prima “Familia”, con la que el cineasta debutó en la dirección cinematográfica. Alabada tanto por la crítica como por el público, reflejaba a través de sus fotogramas una de las caras más amargas de la soledad, la que impulsaba al protagonista (un extraordinario Juan Luis Galiardo) a celebrar sus cincuenta y cinco años de vida en compañía de unos falsos parientes que había contratado a tal efecto.
Por aquel 1996 este gran aislamiento asociado a nuestro tiempo no se manifestaba de un modo tan patente como en la actualidad, y todavía los ejecutivos neoyorkinos no alquilaban amigos por cuarenta dólares a la hora ni los consultores de Los Ángeles se dejaban parte de sus sueldos en arrendar abrazos.
Después se ha sabido que también en Japón (que de soledad, por lo visto, saben un rato) se trata de una práctica habitual, a la par que bastante asequible, contratar a un acompañante con el que acudir a eventos de toda índole. Para poder optar al puesto basta con ser limpio, educado y contar con otro empleo regular. Y es que, al parecer, no son pocas las personas que se afanan en hacer creer a los demás que viven una vida muy distinta a la que les ha deparado el destino. Si a ello se añade la supuesta incomodidad de dar explicaciones de por qué asisten solos a según qué citas, el negocio está servido.
No obstante, estos individuos que se alquilan por tramos horarios afirman que no lo hacen por dinero. Es el caso de un simpático nipón que pertenece a una agencia del ramo. Se publicita a través de Internet y lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Sumamente profesional, jamás pierde la sonrisa, bien sea cenando en un restaurante, disfrutando de un partido de béisbol, cantando en un karaoke o escuchando atentamente las cuitas de sus pagadores. Porque, según manifiesta este trabajador alternativo, muchos de sus clientes, víctimas de la incomunicación de entornos hiperdesarrollados, sólo quieren que les preste sus oídos. De hecho, hasta él encuentra amigos con este método revolucionario. Pero no piensen que el contenido se circunscribe a gratas actividades gastronómicas, deportivas o musicales. Eventos tan luctuosos como un funeral o un entierro también se contemplan en la carta de servicios.
Como era de esperar, la globalización ha hecho el resto y existen empresas que, conscientes del filón, se han apresurado a reproducir e incluso a perfeccionar el invento. Por doscientos cincuenta euros es posible hacerse con un novio de mentira que tranquilice a esos padres temerosos de que las raras de sus hijas se queden más solas que la una cuando ellos fallezcan. O viceversa, que en lo tocante a rarezas el género es irrelevante.
La operativa es bien sencilla. Se escoge el candidato y se le otorga la misión de transfigurarse en primo, prometida del nieto, pareja perfecta o enésimo pretendiente ante un público que ignora el secreto que encierra.
La clave del éxito estriba en saber improvisar y, sobre todo, en hablar lo menos posible. De hecho, a esta alturas de la película (y nunca mejor dicho), algunos de esos figurantes han repetido su papel en diversas celebraciones y encuentros de los que, al menos antes de la pandemia, los pedidos aumentaban en los meses nupciales por excelencia de julio y agosto y, por supuesto, en la época navideña. Tal vez lo más inquietante de estas prácticas radique en constatar que algunos seres humanos prefieren ser considerados, no por lo que son, sino por lo que representan de cara a la galería, lo que, como mínimo, nos insta a una profunda reflexión.
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