viernes, 21 de octubre de 2022

EL FÚTBOL NO ES ASÍ


Artículo publicado en El Día el 21 de octubre de 2022

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 22 de octubre de 2022



Hace no demasiado tiempo leí una noticia que me llenó de tristeza. Dos hombres supuestamente adultos llegaron a las manos mientras asistían a un partido de fútbol en el que participaban sus respectivos hijos, con el consiguiente bochorno, no sólo para ambos vástagos, sino para el resto de sus compañeros de equipo y asistentes al encuentro. En aquel momento me vino de inmediato a la memoria un hecho muy entrañable que viví en primera persona hace casi una década, cuando mi hijo menor tenía apenas 11 años. Como casi todos los sábados de los últimos tres lustros, nos habíamos pegado el madrugón de rigor para ir a animar al equipo del colegio. Existen pocos espectáculos más apasionantes que el de ver a unos chavales de esa edad echar el resto con el balón en los pies sobre el parqué brillante, con las caras sudorosas, las medias caídas y el amor propio a prueba de bombas. 

En las gradas, sin embargo, un sector del público -madres, padres, abuelas, abuelos y demás parientes e interesados- se afanaba en mostrar su peor versión, como en una perversa ley de la compensación, de yin y yang, de Bella y Bestia, de Jekyll y Hyde, representando dos mundos tan cercanos y, a la vez, tan lejanos, sin apenas distancia física, pero a años luz de toda lógica. Por un lado, el de los mayores que descargan sus frustraciones ante el estupor de los menores, que asisten perplejos a la sarta de silbidos, exabruptos y salidas de tono de quienes están obligados a darles el mejor ejemplo posible de comportamiento. Y, por otro, el de los niños condenados a cubrir unas expectativas deportivas que, a menudo, les superan y que están ahí para hacer deporte pero, sobre todo, para disfrutar, no para defender el honor familiar ni para ser cazados por un ojeador de la Liga. 

Los entrenadores iban dando instrucciones que los progenitores cuestionaban, el árbitro (según ellos) se equivocaba más que acertaba, y los jugadores se volvían locos tratando de agradar a entrenadores, progenitores y árbitro, al tiempo que arreciaban las protestas y se sucedían las miradas de reojo a los aficionados del equipo rival. Y, de repente, se obró milagro. Tras marcar un gol, el autor del tanto se dirigió a sus seguidores y, colocando el dedo índice sobre la boca, les instó a guardar silencio para ahorrarle la habitual retahíla de chanzas al contrincante. Nunca había visto mayor demostración de deportividad y de madurez en un terreno de juego, máxime viniendo de un deportista tan joven. La triste realidad es que estos inadmisibles comportamientos familiares acarrean consecuencias negativas inmediatas en hijos e hijas, que van desde la ansiedad y el estrés más allá del deporte a la baja autoestima, pasando por la aparición de comportamientos antideportivos y violentos e, incluso, por la pérdida definitiva de interés por el deporte. 

Por esa razón me ha encantado un educativo video que acaba de ver la luz y en el que, durante poco más de un minuto, se transmite un mensaje, a mi entender, digno de ser visto y oído: cuando una niña o un niño practican un deporte deben hacerlo para disfrutar, para sonreír, para entablar nuevas amistades y como vía de aprendizaje de una serie de valores fundamentales para su vida adulta. Sin duda, vale la pena escuchar esa voz infantil en off cuando expresa: «Si piensas que tengo que ser el mejor, no vengas. Si para ti el resultado es lo más importante, no vengas. Si vas a gritar al árbitro cada vez que crees que se equivoca, no vengas. Si no puedes soportar que esté en el banquillo, no vengas. Y si te vas a enfadar cada vez que fallo, no vengas. Si vienes, ven a disfrutar, a animar y a descansar. Yo solo quiero jugar feliz y verte feliz». Así tendría que ser siempre.

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