Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 23 de septiembre de 2012
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de septiembre de 2012
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de septiembre de 2012
La
reciente sentencia de la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional que confirma
la excarcelación del etarra Josu Uribetxeberria Bolinaga en atención a su
inminente fallecimiento ha colocado en el punto de mira de la opinión pública a
los Magistrados que votaron a favor de esta medida. Es el enésimo espectáculo
protagonizado por algunos miembros de la carrera judicial que, amparándose en
la legalidad, abren entre ésta y la justicia una brecha difícilmente
comprensible por el ciudadano de a pie. Además, en el caso de las víctimas del
terrorismo -como José Antonio Ortega Lara, que pasó 532 días con sus noches custodiado
en un zulo por quien ahora, sin mostrar el menor arrepentimiento, se beneficia
de una vergonzante interpretación de la ley que parte del Gobierno de Mariano
Rajoy-, a la incomprensión se unen el espanto y la amargura.
La
primera reflexión que me asalta es si ese rechazo de los cuatro jueces en
cuestión (el quinto votó en contra) al recurso de apelación de la Fiscalía no se
sustenta en la innegable falta de separación de poderes que padece nuestro
Estado de Derecho por culpa de los partidos mayoritarios y su reparto de cuotas
de poder. Y es que, leyendo detenidamente el artículo 104.4 del Reglamento
Penitenciario, la sombra de la duda planea sobre la decisión final:
“Los penados enfermos muy graves con
padecimientos incurables, según informe médico, con independencia de las
variables intervinientes en el proceso de clasificación, PODRÁN ser
clasificados en tercer grado por razones humanitarias y de dignidad personal,
atendiendo a la dificultad para delinquir y a su escasa peligrosidad”.
Dicho
de otra manera, la concesión del tercer grado para los reclusos que sufren una
enfermedad es puramente facultativa –por lo tanto, no obligatoria-,
circunstancia que deja vacías de contenido las palabras del Ministro del Interior
cuando trata de hacer creer a la ciudadanía que no ha tenido otro remedio que
cumplir la ley. De hecho, año tras año se producen fallecimientos en las
enfermerías de los centros de reclusión sin que nuestro ordenamiento jurídico
sufra por ello quebranto alguno.
La
triste realidad es que, una vez más, algunos representantes de las castas
política y judicial se empeñan en hacernos comulgar a los ciudadanos de a pie
con ruedas de molino, como si no fuéramos capaces de atar cabos y de sacar
conclusiones acertadas sobre un proceso tan lamentable como éste. No hace falta ser ningún lince, ahora que se
cumple el primer aniversario del comunicado de alto el fuego de ETA, para
sospechar que detrás de medidas como la que nos ocupa se esconde el
cumplimiento de una hoja de ruta que incluye el acercamiento de presos de dicha
organización a cárceles del País Vasco y la excarcelación de los que padezcan
graves enfermedades.
No
estaría de más que los responsables de estos tejemanejes se enteraran de una
vez por todas de que legalidad, legitimidad y justicia -conceptos elementales
que a los estudiantes de Derecho nos enseñan en el primer curso de la carrera-
tendrían que ir íntimamente unidas. Pero, por desgracia, aunque la ley siempre
es legal, no siempre es moral, con lo que eso implica de injusticia. El
legislador no puede olvidar que la ley es un medio al servicio del fin de la
justicia y que, como decía Montesquieu, “una cosa no es justa por el hecho de
ser ley. Debe ser ley porque es justa.” Sin embargo, el devenir de los últimos acontecimientos
nos demuestra a las claras que la brecha entre legalidad y justicia, lejos de
disminuir, se acrecienta y que esa frase del ideólogo de la división de poderes
es una quimera igual o mayor que la división misma.
De quién se espera el control de la justicia si no es del poder que la detenta en "exclusiva". ¿Estaremos los ciudadanos ante la labor cíclica de poner coto a los tentáculos de nuestros ciudadanos más innobles? La moralidad, despreciada por cada nueva generación, se hace inevitablemente necesaria para que la convivencia sea posible.
ResponderEliminarEstimado Alejandro:
ResponderEliminarBienvenido una vez más a este blog y gracias por tu habitual implicación.
No puedo estar más de acuerdo con el contenido de tu frase final. Desgraciadamente, el concepto de moral cada vez está más desprestigiado y sin ese faro resulta del todo imposible que cualquier sociedad transite por los caminos de la justicia y de la verdad.
Por lo menos a algunos siempre nos quedará el consuelo de no ser cómplices de estos desmanes con nuestro silencio.
Un abrazo.
MYRIAM