Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 5 de mayo de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 5 de mayo de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 5 de mayo de 2017
Con motivo de la celebración del Día de la Mujer, se emitió hace algunos años a través de una cadena de televisión un docudrama basado en la insigne figura de Clara Campoamor, conocida por el sobrenombre de “la mujer olvidada”. Abogada ilustre, hija de un contable y una costurera, nació en Madrid en 1888 y muy pronto se interesó por la política. Transitó con desigual fortuna por diversas formaciones, pero nunca logró ver cumplido su ideal: la unión de todos los republicanos en un gran partido.
En 1931, con la proclamación de la Segunda República, fue elegida diputada y pasó a integrar junto a veinte hombres la Comisión Constituyente encargada de redactar la Carta Magna. Desde aquella mesa de trabajo luchó denodadamente en defensa de la no discriminación de los seres humanos por razón de sexo, a favor de la igualdad jurídica de los hijos e hijas habidos dentro y fuera del matrimonio, por la instauración de la figura del divorcio y, como base de dichas pretensiones, por la aprobación del sufragio universal.
En la citada Comisión ya consiguió todas, a excepción de la relativa al denominado “voto femenino”, que tuvo que debatirse en el Parlamento de la nación.
Campoamor, de viva voz, se dirigió al resto de sus compañeros de escaño diciéndoles: “Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad de género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque sólo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar. Las demás las hacemos todos en común y no podéis venir aquí vosotros a votar impuestos, a dictar deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”.
El debate fue extraordinario y, finalmente, Clara Campoamor vio premiados sus esfuerzos gracias a los apoyos de una derecha minoritaria, de la mayoría del Partido Socialista Obrero Español y de, curiosamente, un escaso número de republicanos.
De hecho, aquella segunda diputada que era su colega de profesión y con quien compartía ideas y anhelos, no se sumó a tan democrática aspiración, amparada en su supuesta superioridad intelectual.
Esa mujer, Victoria Kent, jurista malagueña nacida en las postrimerías del siglo XIX, también fue elegida a Cortes al estar incluida en las listas de Izquierda Republicana, parte integrante del llamado Frente Popular. Radical defensora de ese sistema de gobierno, llevó a tal extremo su postura que, durante las sesiones parlamentarias del debate sufragista, se posicionó en contra de otorgar el voto a sus congéneres de manera inmediata.
En su opinión, las mujeres españolas carecían en aquel momento de la suficiente preparación social y política para ejercer semejante derecho con responsabilidad. Según ella, la Iglesia les influiría en los confesionarios para apoyar el ideal conservador, perjudicando así en las urnas a los partidos de izquierda y poniendo en peligro el futuro del progresismo. Su encendida polémica con Campoamor le acarreó una impopularidad que le privó de ser reelegida en los comicios de 1933.
La lógica más aplastante me obliga a alinearme en el bando de la madrileña, que prefirió apostar por ofrecer a todas y cada una de las mujeres la posibilidad de votar, con independencia de que el sentido de dicho voto no le favoreciera políticamente. Desgraciadamente, a ocho décadas vista, compruebo con tristeza cómo algunos recién llegados a la escena política que acostumbran a lanzar sus consignas vía Twitter, no sólo han heredado ese indefendible radicalismo kentiano sino que, para colmo, manipulan el legado intelectual de insignes figuras como Clara Campoamor, haciéndola pasar por comunista con ocasión del cuarenta y cinco aniversario de su fallecimiento.
Tal vez si sus conocimientos sobre la Historia de España se ajustaran más a lo que fue y no a lo que les hubiera gustado que fuera, no tendrían que recurrir ni a la invención ni a la ficción para recabar votos.
Es imposible no estar de acuerdo con estos argumentos. Podríamos añadir, que algunos desalmados, siguen teniendo el vicio del populismo, instrumentalizando graves problemas sociales en provecho propio. Se tira del manual goebbelsianomaquiavelolampedusiano y ya tenemos el cóctel preparado. Las consecuencias las sabemos todos los que tenemos uso de razón; el problema es que, el ser humano, jamás escarmienta en carne ajena.
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ResponderEliminarMuchísimas gracias por su comentario, José Manuel, que comparto plenamente. Vivimos tiempos difíciles, no cabe duda. Pero, en cualquier caso, conformarse y resignarse no son opciones a las que yo tenga intención de recurrir. Ni con la voz ni con la pluma. Y ya veo que usted tampoco. La unión hace la fuerza.
ResponderEliminarUn abrazo cariñoso
MYRIAM