Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de febrero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de febrero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 17 de febrero de 2018
Un tema tan trascendental como el de la donación de órganos vuelve a
saltar a la palestra merced al visto bueno que acaba de otorgar el Senado
holandés a una polémica ley que convertirá automáticamente a todos los
ciudadanos del citado país en donantes, a menos que afirmen en vida y de manera
explícita que no desean serlo. En el caso de ausencia de respuesta tras del
envío de dos cartas de aviso para que aclaren su postura al respecto, quedarán
registrados bajo la etiqueta de “no objeción”.
Al hilo de esta
controvertida noticia, recuerdo un suceso que tuvo lugar hace más de un lustro
en una pedanía manchega, donde un individuo asesinó a dos personas, entre ellas
una niña de trece años con la que, supuestamente, mantenía una inexplicable
relación sentimental. El posterior suicidio del criminal lo convirtió
automáticamente en posible candidato para donar sus órganos vitales pero, al
final, dicha intervención no se llevó a cabo por razones insuficientemente aclaradas. Lo único que, por
desgracia, sí trascendió en relación al hecho fueron las impresentables
declaraciones de una popular presentadora de televisión, en las que trasladaba
a su audiencia matinal sus inquietudes acerca de la transustanciación del alma
de los malvados sobre sus vísceras (insensatez que, unida a otras como que el
zumo de limón cura el cáncer o la ingesta de papas fritas frena la alopecia,
encajaría como anillo al dedo en el espíritu de la reciente y plausible
plataforma Salud Sin Bulos, que apoyo sin fisuras). Pues bien, para que mi
posición no deje lugar a dudas, yo siempre prefiero salvar vidas, aunque para
ello haya que recurrir a los despojos de un asesino en serie o de un atracador
a mano armada.
Apenas unos días más tarde,
los luctuosos acontecimientos del Madrid Arena se saldaron con la muerte por
aplastamiento de tres jóvenes, a quienes se unió posteriormente una cuarta que
había quedado muy malherida. Esta última víctima ya había manifestado su deseo
de ser donante en caso de fallecimiento y, de hecho, el protocolo de extracción
se puso en marcha con celeridad (no hay que olvidar que en nuestro país la
demanda de órganos supera con creces a la oferta, y que las listas de espera
son interminables). Sin embargo, desde un juzgado madrileño aseguraron que no
existía autorización verbal ni de ningún otro tipo antes de que el Hospital
Universitario 12 de Octubre se pusiera en contacto con el juez titular. En
consecuencia, el proceso se paralizó de inmediato.
Aquella criticada prohibición,
además de frustrar los deseos de la menor fallecida, dejó en la estacada a
numerosos receptores que podrían haberse beneficiado de aquel gesto. Según la
versión de los facultativos, la difunta adolescente permaneció sometida durante
cuatro días a diversas pruebas que aportaron numerosas conclusiones clínicas,
pero todo apunta a que se podrían haber extraído las necesarias muestras
biológicas para una posterior investigación sin obviar el trasplante. Por
lo tanto, no parece descabellado concluir que aquella muestra de enorme solidaridad
fue obstaculizada por un criterio, quizá legítimo, pero no demasiado acertado y
en absoluto fundamentado ni motivado.
En todo caso, se impone
una reflexión a la hora de abordar este delicado asunto. España es un país
puntero en términos de solidaridad y, como sociedad, no debemos olvidar que la
supervivencia de muchos de nuestros conciudadanos depende de actuaciones tan
simples como la de manifestar abiertamente nuestra voluntad de ser donantes.
Sin ser concebido como un acto obligatorio, al menos tendría que invitarnos a a
reflexionar. Es preciso pararnos a pensar, llevar a cabo un ejercicio de
empatía y ponernos en la piel de aquellos que, cada día que amanece, aguardan
una llamada que les franquee la puerta de la supervivencia. Para esos posibles
receptores, una donación es un regalo de vida. Y para los donantes, en mi
humilde opinión, es un regalo de la vida.
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