Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 9 de febrero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 10 de febrero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 10 de febrero de 2018
Tal y como anunció hace
escasos días su Ministro Portavoz, el Gobierno de España va a proponer que el
Pacto Nacional por la Educación que se debate actualmente en el Congreso de los
Diputados incluya un nuevo modelo de acceso a la docencia que incorpore una
especie de MIR con una duración de dos años. A mí, dadas las circunstancias y
teniendo en cuenta que soy una gran defensora de la excelencia, se me plantea
de nuevo la misma duda que llevo arrastrando cuatro décadas. ¿Qué se exige en
nuestro país para dedicarse a la “profesión” de político? Y me lo pregunto
porque seguro que nadie pone en duda que, por ejemplo, para curar enfermos,
diseñar edificios e impartir justicia se requiera estudiar las carreras de
Medicina, Arquitectura y Derecho.
Paradójicamente, no sucede lo mismo en el caso de la Política, para cuyo desempeño no se
requiere titulación alguna. No resulta difícil imaginar la alegría de los
virtuales aspirantes al saber que, para ocupar un escaño en un Parlamento,
desempeñar el cargo de alcalde de una ciudad o asumir el puesto de Director
General no es necesario disponer de
formación específica. El propio artículo 11 de la Ley del Gobierno
establece que, para ser miembro del Ejecutivo, basta con «ser español, mayor de
edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar
inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme».
Llegada a este punto,
recuerdo cuantísimo me llamó la atención un estudio correspondiente a las
Elecciones Locales de 2007, donde se evidenciaba que el perfil del concejal
español adoptaba la figura de un varón
de entre 26 y 45 años con conocimientos elementales. Pues bien, a un año
vista de los próximos comicios municipales continúa siendo muy frecuente
acceder a los Ayuntamientos con una escasa preparación, sobre todo en los
pueblos pequeños. Incluso existen ejemplos de dirigentes situados al frente de
un Ministerio sin haber pisado jamás una facultad. Curiosamente, esta opción
cuenta con bastantes defensores, que denuncian el afán de algunos por la
“titulitis”, argumentando que en la “Universidad de la Vida” también se
licencian hombres y mujeres capaces de hacerse a sí mismos y aspirar a las más
altas cotas.
Ahora bien, planteada
directamente la cuestión de qué habría que estudiar para ser político en
nuestro país, es más que probable que la mayoría de los consultados se
decantaran por el Grado de Ciencias Políticas. Sin embargo, nada
apunta a que esa sea la más transitada vía de entrada al selecto grupo de los
representantes populares. Desde luego, no parece la más indicada para ostentar
carteras como las de Fomento, Sanidad o Agricultura, ni tampoco para asumir la
Presidencia de una Comunidad Autónoma. Por más que el dominio de determinadas materias
del citado Grado sea muy necesario, es preciso igualmente el conocimiento de otros
contenidos académicos que se van implementando con formaciones específicas y,
sobre todo, con la imprescindible práctica posterior. Mención aparte merece la
ética, en mi opinión la condición principal que, por cierto, no se adquiere en
ningún aula.
Por consiguiente, me sumo
a la coherente petición que formulaba una escritora y filósofa esta misma
semana en un periódico, tendente a instituir para la clase política los mismos
criterios que ésta solicita ahora a los docentes -a saber, poseer titulación
universitaria, Máster en Gestión, Inglés, oposiciones, prácticas y, además, ser
reevaluados en una segunda convocatoria antes de su inclusión definitiva en las
listas electorales-. Supongo que, a estas alturas del artículo, varios
futuribles candidatos se habrán echado las manos a la cabeza pero, en todo
caso, les invito a que realicen la siguiente reflexión: si, como dicen, la Educación
marcha tan mal por una carencia de profesores cualificados, ¿no le estará
sucediendo lo mismo a la Democracia por culpa de la escasa preparación de no
pocos políticos a quienes no se les
demanda ni por asomo este nivel sobrevenido para ejercer la docencia? Pues eso.
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