Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 6 de abril de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 11 de abril de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 7 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 11 de abril de 2018
Hace algunas semanas el Presidente del Gobierno de España se comprometió a
recibir en el Palacio de la Moncloa a una representación del colectivo de
camareras de piso, conocidas popularmente como “Kellys”, para conocer de
primera mano los problemas que sufren en el desempeño de su actividad
profesional. Se comenta que Mariano
Rajoy quedó bastante impresionado con el discurso de una senadora canaria en
defensa de estas mujeres que trabajan en condiciones más que precarias y
manifestó que conforman una parte esencial del sector turístico, dado que
contribuyen a la generación de riqueza y a la creación de empleo en nuestro
país.
Invisibles hasta hace bien poco tiempo, “Las Kellys” -una asociación que lucha
para visibilizar esta problemática- llevan más de un año movilizadas, en un
intento de mejorar sus condiciones de trabajo. Su última iniciativa ha
consistido en denunciar su situación ante el Parlamento Europeo y pedir el
amparo de las instituciones de la Unión. Por fortuna, sus reclamaciones han
sido escuchadas, básicamente la de que se cumpla la ley para disfrutar de un
trabajo digno que lleve aparejada una carga justa, no una sobrecarga inasumible.
Desde la Comisión de Peticiones se ha solicitado a las autoridades
españolas la correspondiente información sobre la aplicación de las normas
europeas en materia de seguridad y salud de estas empleadas, quienes han
expuesto ante los eurodiputados que sus derechos vienen siendo ninguneados
desde hace mucho tiempo. Desde Europa se aguarda a que España clarifique su
aplicación normativa porque, si bien el cumplimiento de las reglas europeas en
materia de empleo son competencia de los Estados miembros, la Comisión es la
responsable de supervisar su correcta aplicación.
No cabe duda de que “las
que limpian” son un ejemplo sangrante de esclavitud laboral pendiente de
abolición. Titulares de contratos de cuatro o seis horas, no trabajan por
jornada sino por producción. En otras palabras, que suelen limpiar más de
veinte habitaciones al día, lo que se traduce en unas cuatrocientas mensuales,
y todo ello por un sueldo de apenas ochocientos euros. Basta con hacer una
sencilla operación aritmética para saber cuánto cobran por hora. Increíble,
pero cierto.
Su habitual maratón suele presentar este aproximado: empujar por los
pasillos el carro con los productos de limpieza, barrer, fregar, quitar el
polvo, ordenar el cuarto, subir y bajar las sábanas, cambiar las camas y encargarse
de los baños. A menudo, desplazarse hasta la zona de la lavandería con la ropa
sucia, meterla en la lavadora y, después de ponerla a secar, plancharla y
doblarla para el siguiente uso.
Entre sus patologías laborales reconocidas se
encuentran las relacionadas con las extremidades superiores (manos y brazos).
Sin embargo, los daños en la espalda no se consideran enfermedad profesional,
por incomprensible que resulte. De hecho, siguen luchando por añadir a ese
catálogo afecciones tales como las lesiones musculares. Y, por lo que respecta
a la jubilación, se establece en los sesenta y siete años, edad a todas luces
excesiva a tenor de la dureza de las actividades que realizan.
Constituye, además, uno de los grupos más afectados por la presente reforma
laboral, que prioriza los convenios empresariales sobre los sectoriales. Ahí se
halla la razón por la que los hoteles reclutan a su personal a través de firmas
externalizadas de servicios que, en ocasiones, esquivan la ley. Numerosos
empleadores utilizan este subterfugio para pagar menores salarios, de tal
manera que, como sucede con las limpiadoras, pasan a convertirse en una suerte
de material desechable que, en puridad, no integra ninguna plantilla, con lo
que ello supone de pérdida de derechos. Otra consecuencia negativa tiene su
reflejo en el ámbito de la Seguridad Social, pues se cotizan menos horas de las
que realmente se trabajan y, por consiguiente, disminuyen las contrataciones.
En definitiva, tales abusos no son de recibo. Solo cabe esperar que las justas
reivindicaciones de este colectivo se van satisfechas lo antes posible.
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