Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 20 de abril de 2018
Artículo publicado en La Provincia(Diario de Las Palmas) el 20 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 25 de abril de 2018
Artículo publicado en La Provincia(Diario de Las Palmas) el 20 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 25 de abril de 2018
Con la llegada en 2010 del tan famoso como controvertido Plan Bolonia, las
Universidades de nuestro país contaron con un plazo de tres años para adaptarse
al nuevo escenario académico, en el que los estudios quedaron divididos en Grados
de cuatro años, Másteres y Doctorados. Simultáneamente, la brutal crisis
económica llenó las aulas de jóvenes universitarios que, al terminar su
carrera, no encontraban trabajo y decidían ampliar su formación mientras aguardaban
la llegada de tiempos mejores. Y así el fenómeno provocó un fuerte aumento en
las matriculaciones de unos títulos que, en demasiadas ocasiones, fueron
creados sin tener en cuenta ni su continuidad con los citados Grados ni la
subsiguiente inserción profesional, aunque en el imaginario popular suponían la
llave que abriría las puertas al ansiado puesto de trabajo.
Sin embargo, la cruda realidad es otra bien distinta. Miles de graduados
inician cada año uno de los incontables másteres que se ofertan en nuestro
país, por más que los actuales empleadores ya no se dejan impresionar por la
susodicha línea adicional en los currículos. En todo caso, la oferta es
amplísima: presenciales, semipresenciales, no presenciales, públicos, privados,
oficiales y no oficiales. Por desgracia, junto a los más respetables (cuesten o
no un ojo de la cara) se mezclan los que solo sirven para engordar CVs y, como
modalidad reciente, los que te “regalan” por amiguismo si eres un cargo público
o un individuo influyente.
Caso aparte constituyen los denominados másteres habilitantes, obligatorios
para poder realizar posteriormente el doctorado o trabajar en una profesión
regulada (abogados, psicólogos, arquitectos, ingenieros…) y que, aunque no garantizan
un empleo, es obvio que se traducen en un gran negocio para las Universidades. Por
contra, los que no son obligatorios conforman un cajón de sastre en el que
caben desde los mejores (duración de más de 500 horas, calidad contrastada, alto
nivel) hasta los peores (puro camuflaje y mero relleno). En definitiva,
acreditaciones y certificados que, para no ser tachado de falto de
cualificación o carente de motivación, a veces son simple humo que enmascara la
incompetencia de su poseedor, con lo que ello supone de flagrante injusticia
respecto a numerosos estudiantes cuyo talento, valía y dedicación están fuera
de toda duda.
Persiste la sensación de que estas enseñanzas complementarias van a
alimentar las más variadas expectativas después de décadas de formación. Sin
embargo, algunas son bastante difíciles de adquirirse, como un correcto
aprendizaje de idiomas sin necesidad de residir en el extranjero, una educación
financiera acorde con los tiempos y, por duro que resulte, la aceptación de que
no existe tanta demanda como oferta de graduados, doctores y expertos que cada
fin de curso salen a la arena de la vida. Hoy en día, la falta de experiencia equivale tristemente a precariedad y a bajos
salarios. Es la pescadilla que se muerde la cola.
Aun así, más lamentable si cabe es el testimonio de quienes consideran que
un diploma dentro de un marco les otorga, además, cierta superioridad social e,
incluso, moral. Lástima que tan reluciente impreso no vaya acompañado de la honestidad
y la humildad de las que, a todas luces, carecen. Considero intolerable esta
escandalosa práctica de distorsionar los datos académicos por parte de algunos
miembros de partidos políticos, convencidos hasta la fecha de que ningún
incauto ciudadano terminaría por darse cuenta.
Confío en que a partir de ahora
haya un antes y un después, y que triunfe la evidencia de que no es lo mismo
disponer de un título que acreditar una valía. Permitir que la incompetencia y
la mentira se abran paso, mientras el talento y la transparencia se quedan a
las puertas por falta de medios o de oportunidades, constituye un enorme
fracaso. Urge reconsiderar las vías para acceder al mercado laboral y, ya de
paso, al ejercicio del noble arte de la política
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