El 25 de junio de 1964 era un jueves de luna llena en el que Pamplona abría sus murallas al estío y mis paisanos comenzaban la cuenta atrás para cantar, bailar y correr delante de los toros con el capote de San Fermín como testigo de excepción. Me enteré de aquel dato muchísimo tiempo después y de inmediato comprendí por qué el número 4 y el cuarto día de la semana habían sido mis favoritos desde siempre, y por qué desde siempre había sido tan lunática. Sin duda ya estaba marcada desde la cuna. “Jueves, buen día para las mujeres”, recuerdo oírle decir a mi madre, refranera militante, junto a otras muchas sentencias fascinantes que poblaban su discurso de sabiduría interior.
Una mujer irrepetible mi madre, que nunca se ha ido de mi lado, ni viva ni muerta, porque los seres que recordamos no mueren jamás. De hecho, no transcurre un solo día de mi vida en el que no piense en ella, en el que no cierre los ojos y rememore su belleza sin igual, su innata elegancia y su inmensa capacidad de amar. En el que no aspire a reproducir en alguna medida su trayectoria vital. En el que me resigne a no dar la talla y a multiplicar los talentos de aquella parábola que escuchaba desde niña en imponentes catedrales y en diminutas ermitas. En el que no me afane en rentabilizar la ingente inversión de amor y esperanza que, junto a mi padre, depositaron en mi cuenta corriente virtual, jamás en números rojos.
Un hombre de una pieza mi padre, que nunca se ha ido de mi lado, ni vivo ni muerto, porque los seres que recordamos no mueren jamás. De hecho, no transcurre un solo día de mi vida en el que no piense también en él, en el que no cierre los ojos y rememore su sonrisa franca, su mirada azul dentro del marco de unas sienes doradas y su disponibilidad infinita para ayudar al género humano sin reservas. En el que no aspire a que sus nietos conserven su figura en la mente como un faro perpetuo. En el que me resigne a no obedecer su máxima de que primero es la obligación y después la devoción. En el que no me afane en disfrutar del impagable privilegio de estar viva y reivindicar el lado bueno de las cosas.
El 25 de junio de 2018, más de medio siglo después, el jueves se ha convertido en lunes, la luna en sol y Pamplona en Santa Cruz de Tenerife.
Cincuenta y cuatro veranos de luces y sombras, de penas y alegrías, de amores y desamores, de ilusiones y decepciones. Porque así es la vida, así la acepto y así le doy gracias por lo que me ha dado y me sigue dando, como hizo Violeta Parra en sus versos. Y una vez más le pido el mismo deseo al soplar las velas: continuar recorriendo mi camino con quienes son esenciales para mí, Gerardo, Miguel y David, sin cuya existencia mi existencia no sería como es. Y con el cariño de los que tengo cerca y de los que me acompañan en la distancia que, diga lo que diga el bolero, no es el olvido. Ese ha sido, es y será siempre mi mejor regalo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario