Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 27 de julio de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 27 de julio de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 27 de julio de 2018
Tal vez sea por haber nacido en Pamplona. O quizá porque mi madre vio la luz a pocos kilómetros de Puente la Reina y su familia es originaria de la hermosa y estrellada Tierra Estella. O porque heredé el credo firme de mis antepasados, que tanto me esmero en transmitir a mis descendientes. O, simplemente, por haber recorrido desde muy niña una Navarra pavimentada con conchas de vieira y regada por los sudores ancestrales de quienes la han atravesado desde que el mundo es mundo. Lo cierto es que siempre me llena de una enorme emoción la reciente fecha del 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, patrono de España. Tanta como que la Organización de las Naciones Unidas para el Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ya haya incluido cuatro rutas jacobeas del Norte de España en el listado de Patrimonio de la Humanidad.
Por su energía implícita, que trasciende al ámbito de la religión y de las creencias, el Camino de Santiago se erige como un fenómeno cultural y social en creciente escalada desde los pasados años noventa, aunque su origen data del año 812, cuando se encontraron varias reliquias del Santo que, según reza la leyenda, fue enterrado en el noroeste de la Península Ibérica, territorio que él mismo había evangelizado. Para miles y miles de caminantes, se trata de un viaje inolvidable hacia el interior de sí mismos, una ocasión de oro para intensificar el contacto con la naturaleza y una posibilidad sin igual de conocer las joyas artísticas y gastronómicas que adornan las comarcas por las que atraviesa.
He escuchado infinidad de testimonios de amigos y conocidos que se han visto transformados en alguna medida tras haber protagonizado una de las mayores aventuras de sus vidas. Gentes muy queridas por mí que, a pesar de su postura crítica hacia la jerarquía eclesial, me han reconocido un antes y un después en su manera de afrontar el futuro y de manifestar los sentimientos.
Por otra parte, al propio marco de la peregrinación, la Ruta Jacobea suma el incalculable valor histórico de las distintas vías por las que discurre, plenas de muestras arquitectónicas, pictóricas, escultóricas y paisajísticas que no admiten comparación. A día de hoy, constituye sin duda alguna uno de nuestros hitos más exportables desde el punto de vista internacional. De hecho, resulta muy revelador el dato de que siete de cada diez peregrinos sean de nacionalidad extranjera.
El afán de apaciguar el alma no es, pues, exclusivo de los creyentes, ni mucho menos. Muy al contrario, es percibido y experimentado por mujeres y hombres de toda edad y condición. Aun así, negar que esta intensa experiencia está estrechamente relacionada con la fe en Dios sería faltar a la verdad, por más que dicha virtud no sea el único impulso que arrastra a tantísimos seres a caminar sin descanso con los ojos puestos en la meta final de Compostela, donde reposan los restos del discípulo más viajero de Jesús. De hecho, antes incluso de que el Apóstol llegase a la capital de Galicia, ya se hablaba de un itinerario similar al actual, igualmente cargado de magia y espiritualidad.
Y es que el deseo de meditar, de sentir la soledad, de abrirse al prójimo o, sencillamente, de gozar de momentos irrepetibles, sobrevive al paso del tiempo, como ocurre con el objetivo de superación de los obstáculos o con la búsqueda de la verdad más íntima. Y si puede ser al aire libre y a un ritmo sosegado, mejor que mejor. A tenor de mi limitada experiencia, la grandeza del Camino está en las pequeñas cosas, pero también en el enorme respeto a sus más de mil años de Historia viva. Pocas inversiones resultan, pues, más rentables que la de hacerse con un bastón de madera y con el caparazón de un molusco para viajar al interior de uno mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario