Artículo publicado en El Día el 25 de marzo de 2022
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 26 de marzo de 2022
Acabo de leer en un curioso artículo que las nuevas modalidades de abordaje romántico (sic) hacen de la ortografía una de nuestras mejores cartas de presentación. La posibilidad de hacernos pasar por otra persona recurriendo a una foto falsa, a modificar nuestra edad (ambos aspectos, imposibles en un encuentro cara a cara) o a atribuirnos una profesión imaginaria, parece bastante habitual en las actuales tentativas de encontrar pareja. Sin embargo, en nuestro modo de escribir no cabe la falsificación. Según el texto al que me refería al principio, “los espantos ortográficos son como abrir la puerta de nuestra alcoba y enseñar una cama deshecha, mostrar unos dientes sin cepillar, ojos con legañas, arena en las alfombrillas del coche…”. Y es que, por fuerza, toda expresión que denote detallismo, afán y esmero resulta atractiva y atrayente. Y en este universo de corrección incluyo, cómo no, la utilización adecuada de los signos de puntuación y de los imperativos terminados en “d” (injustamente tachados de pedantes y, por desgracia, en claro riesgo de desaparición).
Resumiendo, que seducir a través de la palabra, lejos de ser un recurso de poetas decimonónicos, se halla de plena actualidad. Por ello, urge devolver a la expresión escrita (aunque sin olvidarnos tampoco de la oral) la relevancia que encierra y la posición que merece.
Ni que decir tiene que Internet y las omnipresentes redes sociales han hecho estragos en el conjunto de normas lingüísticas. El primer atropello llegó a través de los famosos SMS, donde la corrección escrita llevaba aparejado un coste superior del mensaje, por aquello de que abreviar era virtud, con lo que la penalización económica estaba servida. Desde aquel histórico momento se abrió la puerta a la “k” sustituta de “que”, exitoso preludio de posteriores dislates. Para colmo de males, los alfabetos de los móviles no reconocían algunas grafías.
Y en este punto llegó Twitter con su innegable contribución a un estilo telegráfico y poco exigente de comunicación. De hecho, resulta cada vez más constatable que en la red social no se concede apenas importancia a la buena ortografía de las publicaciones, y que nadie dejará de leer un texto plagado de erratas o de patadas al diccionario siempre y cuando el contenido sea del agrado del respetable. Juegan también a favor de estas prácticas aspectos no menores, como la limitación de caracteres, el uso de emoticonos y la impaciencia propia de las nuevas generaciones, por no aludir a esta modalidad de nuevo cuño consistente en escribir tal y como se habla, obviando así el recomendable hábito de releer lo escrito antes de su envío. ¡Qué menos!
Por supuesto, en este fenómeno tampoco cabe negar la responsabilidad asociada al deterioro progresivo de la Educación. Aún recuerdo con estupor cómo, en unas relativamente recientes oposiciones a docentes de Secundaria, el 10% de las plazas quedaron vacantes porque un número considerable de aspirantes fueron descartados a causa de sus faltas ortográficas. Pero centrándonos ya en el alumnado, todo parece indicar que la incidencia va en aumento. Esta vertiente tan fundamental del Lenguaje ha de comenzar a abordarse en la etapa infantil para, a continuación, tratarse en profundidad durante la Educación Primaria, fase vital en la que niños y niñas se inician en la expresión escrita.
Y, aunque la producción de faltas no dependa de una única causa, sabida es la relación intrínseca que existe entre el ejercicio de la lectura (bastante abandonado ante la preeminencia de la producción audiovisual) y la corrección ortográfica.
Para concluir, como persona enamorada de la Comunicación, defiendo sin fisuras la trascendencia de escribir correctamente, habida cuenta que un acto considerado a día de hoy tan insignificante como poner un acento donde no se debe, omitirlo o cambiar una letra puede provocar que el mensaje que queremos transmitir resulte confuso, erróneo o falto de coherencia. Y frente a esta deriva, pierde la sociedad en su conjunto.
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