miércoles, 12 de marzo de 2014

EL "SÍNDROME DEL NIDO VACÍO" CAMBIA DE ROSTRO


Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 14 de marzo de 2014

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 14 de marzo de 2014




La atroz crisis que nos está tocando vivir presenta multitud de rostros y el retorno al hogar paterno después de un divorcio o separación es uno de ellos. Es cada vez mayor el número de hombres y mujeres que vuelven a casa de sus padres tras una ruptura sentimental. El popular “Síndrome del nido vacío” se ha transformado, pues, en el “Síndrome del nido lleno”, si también le añadimos el retraso en la edad de emancipación de los hijos más jóvenes.

Centrándonos en el primer caso, el regreso a la casa familiar después de una relación fallida provoca un trastorno adaptativo en todos y cada uno de los miembros afectados. Esta situación, normalmente sobrevenida a causa de los problemas económicos, suele resultar muy complicada a causa del choque de modos de vida distintos y, a veces, hasta antagónicos de los protagonistas de la misma. Adaptarse a una serie de normas ya olvidadas, respetar unos horarios que no se comparten o ser objeto de preguntas incómodas no agrada a ninguna persona que, además, se halle inmersa en un doloroso proceso afectivo.

En el caso concreto de los hombres, la salida obligatoria del domicilio común, unida al correspondiente pago de pensiones de alimentos, en ocasiones deja sus ingresos tan reducidos que les es imposible afrontar una existencia independiente. Por lo que se refiere a las mujeres, si su ex compañero no cumple con los abonos pertinentes y su situación laboral es precaria o, incluso, inexistente, se ven obligadas igualmente a recurrir a la ayuda de padres y hermanos. Idéntica tesitura se produce si, por desgracia, son víctimas de malos tratos y, una vez atribuida la guarda y custodia de sus hijos, tienen que dejar atrás su casa junto a ellos.

En mi opinión, la opción de poder contar con el apoyo de los suyos cuando un recién separado atraviesa una profunda crisis personal es una verdadera suerte. Pero no es menos cierto que la realidad a la que va a enfrentarse en el presente nada tiene que ver con la que vivió en el pasado. Y lo mismo va a ocurrir con sus seres queridos. Los progenitores intentarán desempeñar otra vez dicho rol y es más que probable que pequen de sobreprotección, dolidos por ver sufrir a su hijo o hija y temerosos de que la historia se repita. Pero también su propia independencia –tan necesaria en la tercera edad- puede correr peligro, máxime si a aquél le acompañan unos nietos que deje habitualmente a su cuidado. El resto de hermanos que aún residen en la casa familiar tal vez encajen el cambio de escenario con reticencias. Y los menores que se trasladen a vivir definitivamente con sus abuelos quizá se vean negativamente afectados al alejarse de sus habituales espacios de referencia, aunque tal sensación de desarraigo no sea tan aguda para aquéllos que sólo acuden a la vivienda los fines de semana.

Mención aparte merecen quienes deciden afrontar esta nueva etapa vital con el afán de recuperar el tiempo perdido, ansiosos por reproducir las costumbres de la soltería y reacios a asumir la responsabilidad que conlleva volver a vivir bajo el techo paterno.

Creo firmemente que, como en tantos otros conflictos de diversa naturaleza, la solución más viable nace de una sabia mezcla entre tiempo, paciencia y respeto. Así, un plazo razonable de adaptación puede rondar los seis meses, período en el que ni padres ni madres deberían hacer reproches a sus hijos y en el que éstos tendrían que agradecerles sinceramente el apoyo que les brindan.

Ya para concluir, conviene no olvidar que estas fases son transitorias y que lo deseable es que, más pronto que tarde, los afectados puedan rehacer sus vidas de forma independiente y autónoma.




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