Las cuestiones relativas a la sexualidad humana son tantas y tan variadas que a buen seguro no hay enciclopedia ni tratado lo suficientemente extensos como para abordarlas en su totalidad. Si existiera un manual mágico del que poder echar mano cuando niños y adolescentes nos plantean sus dudas, a veces incómodas por su trasfondo y a veces entrañables por su ingenuidad, recurriríamos a él como los magos a sus pócimas. Pero, desgraciadamente, tal manual no existe y los padres tenemos que combinar a partes iguales la imaginación y el sentido común para inventar esa fórmula magistral destinada a obrar el milagro sobre los seres que más queremos: nuestros propios hijos. Esta voluntad paterna de acertar a la hora de transmitir una concepción del sexo que trascienda a la animalidad se ve contaminada cada vez con mayor frecuencia por esa otra realidad que amenaza a los menores a través de los medios de comunicación, fundamentalmente internet y la pequeña pantalla.
Es tal la influencia que sobre ellos ejercen las series infantiles y juveniles, los videoclips musicales o los meros anuncios de publicidad que inculcarles una visión menos superficial de las relaciones sexuales no resulta tarea fácil. Los adultos nos vemos obligados a realizar un sobreesfuerzo ineludible para explicar a los chavales que las circunstancias de la vida diaria en nada se asemejan a esos modelos con los que nos bombardean sin descanso realities vespertinos, magazines de sobremesa y demás escombros audiovisuales. Y no me refiero sólo al perfil de los participantes de determinados concursos, cuyo nivel intelectual y moral se sitúa entre el cero y la nada. Ni siquiera a la deplorable imagen de las féminas de escueto vestuario que acompañan a los cantantes de hip-hop o reggaeton en sus videos promocionales, paradigmas del machismo y la vulgaridad. El problema se extiende incluso a los telediarios de las cadenas privadas que, en su eterna guerra sin tregua por las audiencias, se apuntan a esta rentable tendencia, demostrando con una claridad meridiana que, en la práctica, la protección de los menores en horario infantil no pasa de ser una quimera.
Menos mal que mi optimismo neutraliza el peligro de resignarme a que mis hijos crezcan pensando que todo vale, que cualquier aberración es digna de respeto y que quienes creemos que el romanticismo jamás pasará de moda somos unos antiguos. No estoy dispuesta a consentir que, a edades tan tempranas, sean víctimas inocentes del sexo contemplado en su peor versión. ¿Acaso es defendible que en los quioscos de prensa se mezclen las chucherías con las revistas pornográficas? ¿No es perfectamente evitable que un crío de seis años tenga que toparse con una señora abierta de piernas mientras el dependiente le entrega su bolsa de golosinas? ¿O será que, de repente, me he convertido en una retrógrada prematura por calificar de degradantes a programas como Mujeres y hombres y viceversa? Sinceramente, no lo creo.
Puede que los tiempos hayan cambiado y que ahora, por fortuna, gocemos de mayores libertades, tengamos acceso a una educación sexual de la que antes se adolecía y se hayan visto reconocidos con toda justicia los derechos de determinados colectivos en estas materias. Pero ello no es incompatible con aspirar a que las generaciones que nos van a suceder se enfrenten a este aspecto de su desarrollo personal desde una perspectiva bien distinta y que les beneficie tanto en el plano físico como psíquico y afectivo.
Tanquila Myr, no eres una retrógrada prematura y tranquila porque, por encima de los mensajes que reciben los hijos en la calle, internet, TV etc, lo que va a calar en ellos como fina lluvia son los valores que con el ejemplo de vida les tramitimos los padres, y éstos, sé que, en tu caso, van a ser para ellos beneficiosos en los planos afectivo, psíquico y social.
ResponderEliminarBesotes forales
Rose
Así lo espero. Educar es un reto diario que dura TODA LA VIDA. ¡Cómo me acuerdo de mis padres! Su ejemplo me acompaña día y noche.
ResponderEliminarUn beso agradecido, querida amiga.
MYRIAM