He preferido esperar algunas fechas para hacer una valoración personal sobre los
terribles acontecimientos que tuvieron lugar en París el pasado día 7. En
ocasiones conviene tomarse un tiempo para digerir los dramas y para abordar su
trascendencia con justicia y mesura. Una vez realizado ese proceso, me uno a la
mayor parte de los comentarios que se han vertido en los diversos medios de
comunicación nacionales e internacionales.
Sin duda, el ataque terrorista a la sede del semanario Charlie Hebdo y que se saldó con el asesinato de 12 personas es
mucho más que un atentado a la libertad de expresión. El auge de ese islamismo
radical que hoy impone su ley del terror en Oriente Próximo ya nos viene
golpeando desde el funesto 11 de septiembre de 2001 y su fin último es la
derrota de los valores democráticos que encarna Occidente. La revista satírica
francesa ya había sufrido amenazas y ataques desde que en 2006 reprodujo unas
viñetas con caricaturas de Mahoma. Se podrá cuestionar si su contenido era más
o menos apropiado o si podría resultar o no ofensivo para los creyentes musulmanes.
Sin embargo, esa clase de desencuentros deben resolverse en el terreno de las
ideas o, en última instancia, ante los tribunales competentes, pero nunca
imponiendo la censura ni acallando con el terror a quienes no comparten el
mismo credo o mantienen diferentes opiniones.
Las democracias occidentales han decidido desde hace mucho tiempo
resguardarse bajo el paraguas del imperio de la ley y separar el poder civil
del religioso, en aras a garantizar la igualdad entre todos sus ciudadanos. Por
eso, quienes pretenden imponer un modelo de sociedad que nos retrotrae a la
Edad Media, en el que la religión se impone al Derecho y las libertades
individuales no existen, merecen nuestra reacción serena pero contundente. Y
recalco la idea de serenidad porque no puede utilizarse esta matanza como
coartada para alimentar tesis xenófobas, ya que la inmensa mayoría de los mil
millones de seres que profesan el islamismo son individuos pacíficos.
En palabras de algunos reconocidos analistas, esta conmoción ha de servir
para que los gobiernos colaboren estrecha y coordinadamente dentro y fuera de
Europa y a que procedan a elaborar una legislación común que garantice la no
vulneración de los derechos fundamentales. Ha llegado también el momento de
reclamar a las comunidades musulmanas que exterioricen de forma más clara su
rechazo al yihadismo y colaboren con todas sus fuerzas para detectar y
erradicar a quienes representan un peligro para la seguridad colectiva.
Este atentado contra Charlie Hebdo lo es contra el conjunto
de nuestro sistema de valores, ese que, con todos sus defectos, ha alumbrado
las mayores cotas de libertad del individuo, de dignidad de la persona, de
libertades y de respeto a los derechos humanos. Y en su defensa no podemos dar
ni un paso atrás.
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