Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 16 de enero de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de enero de 2015
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de enero de 2015
Coincidiendo con el
inicio del año y, simultáneamente, con los albores de la precampaña electoral, ya
me he puesto a la labor de una ardua preparación psicológica, en previsión de
la que se avecina con la inminente cita ante las urnas. Pero, conociéndome,
sospecho que no me va a servir de nada. Ni los ejercicios de respiración, ni
los tapones para los oídos, ni las valerianas nocturnas contribuirán al
resultado deseado. La previsible y antiestética pegada de carteles, unida a los
cansinos reportajes televisivos y a los recurrentes anuncios radiofónicos me
sumirán, como de costumbre, en la más profunda negritud espiritual. Y es que
eso de enfrentarme cíclicamente a tal sobredosis de falsedad me aboca a
contemplar seriamente la posibilidad de lanzarme a la búsqueda de algún paraíso
perdido en el que los políticos tengan reservado el derecho de admisión.
Como primera medida de
supervivencia, cambiaré la ruta habitual hacia el trabajo para no coincidir en
mi trayecto diario con alguno de esos individuos sonrientes y edulcorantes que se
afanan, por supuesto sin éxito, en llevarme al huerto. Menos mal que ocupo una
franja de edad intermedia, lo cual me libera de que, o bien me pellizquen en la
cara, o bien me tomen el pelo mientras echo en el asilo la partidita vespertina
de dominó. Salvado el escollo inicial del encontronazo no deseado, llegaré al despacho
y, al abrir el buzón, colisionaré a buen seguro con una caterva de sobres de
publicidad partidista. Más fotos. Más promesas. Más hartazgo.
En ese preciso momento, amparada
en la feliz circunstancia de que me hallaré sola y, por ende, inmune a ser
tachada de ordinaria, comenzaré a proferir una serie de exabruptos irreproducibles
a través de estas líneas. Sin embargo, repararé de inmediato en que, más pronto
que tarde, tendré que decidirme por unas concretas siglas, aunque sólo sea por
dar ejemplo de democracia a la carne de mi carne. Y, también para no variar,
convendré que, aunque mi voto sea un gota de agua en medio del Atlántico, es
mío y no lo prostituiré eligiendo entre lo malo y lo peor.
Lo más probable es que
una vez más ponga mis principios a salvo de esta mediocre oferta cuatrienal y
prescinda de nuevo de todos aquellos que, a la diestra y a la siniestra, llevan
varias legislaturas defraudándome. De ministros sin estudios que dicen
“cónyugue”, “convinción” y “espetativas”, de diputados que se levantan la
friolera de varios miles de euros mensuales sin ni siquiera acudir a un mínimo
de sesiones parlamentarias, de listas cerradas a cal y canto salpimentadas de
imputados por corrupción, de responsables de la crisis financiera que siguen
mirando a la ciudadanía por encima del hombro, de Magistrados supuestamente
prestigiosos que obedecen sin rechistar las consignas de quienes les nombraron
para el cargo -aunque por el camino vayan dejando un reguero de errores
judiciales- y de parásitos nacionalistas cortos de miras pero
extraordinariamente capaces de vender su programa al mejor postor con tal de
seguir en la poltrona.
En definitiva, de listos
que me toman por tonta cuando afirman que no me conviene saber de antemano con
quién compartirán el lecho en cuanto acabe el recuento de voluntades,
defendiendo a balón pasado las bondades de la tan discutible democrática
aritmética. No vaya a ser que, lo mismo que me dijeron que yo también fui
culpable de la crisis, me señalen luego con el dedo y me espeten que tengo lo
que me merezco. Porque por ahí no paso.
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