El pasado martes 20 de junio tuve la fortuna de acudir a un magnífico encuentro dentro del Ciclo de Conferencias organizado por el Real Casino de Santa Cruz de Tenerife, cuyo protagonista fue Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965), una de las figuras más destacadas de nuestro país en ese noble arte que es pensar.
Filósofo y escritor, el actual director de la Fundación Juan March se implica en dotar de significado a lo que hacemos en nuestro día a día. Reviste de filosofía la cotidianeidad y así lo vuelca en sus artículos. Doctor en Filosofía y Licenciado en Filología Clásica y Derecho, buena parte de su producción literaria circula en torno a la ejemplaridad.
En su último libro, “La imagen de tu vida”, aborda además la perdurabilidad después de la muerte. Habla de lo que somos y de lo que dejamos en este mundo cuando nos vamos de él, y afirma que el fallecimiento es la condición indispensable para valorar a alguien de forma definitiva.
Para Gomá, con el adiós a la existencia se va lo accidental y queda lo elemental. Por mucho que uno se conozca, sigue siendo un misterio para sí mismo.
El verdadero conocimiento de las personas es póstumo: "Mientras uno vive, la imagen está en gestación y puede variar. Se fija con la muerte. Es en ese momento cuando se aprecia. Sólo con la muerte aprendes el significado de la palabra jamás". Y, aunque el tránsito no sea igual para todos ellos, quienes fallecen dejan un ejemplo a aquellos que les sobreviven. Esa es su gran obra. Su legado eterno.
El autor enlaza este convencimiento con su propia experiencia de la muerte de su padre, ocurrida en 2015, indicando que los progenitores son ese itsmo que une a los seres humanos con su infancia. Si se hunde esa conexión, desaparece la niñez.
El ideal de la ejemplaridad, por tanto, nos exhorta a cada uno de nosotros a dignificar nuestra propia vida y a producir, mientras vivamos, un impacto positivo en nuestro círculo de influencia. Pero será al extenderse al reino de la posteridad cuando descubra su torso más general, definitivo y memorable.
En palabras del ensayista, no existe superior tarea que aprender a ser mortal, que asumir nuestra mortalidad bajo un yo cotidiano, un yo del montón, sin relieve. También sin dramatismo (me atrevo a añadir). Se trata de vivir y morir con dignidad y de, al final del camino, poder sentir que se ha sido una buena persona.
Nada más. Nada menos.
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