Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 27 de octubre de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 5 de noviembre de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 5 de noviembre de 2017
Cada día existen más indicios de que el maltrato a los ancianos se está
revelando como uno de los problemas más impactantes desde el punto de vista
social. Tratado hasta hace bien poco como un asunto de la esfera privada
(similar, en cierto modo, al fenómeno de la violencia de género), a día de hoy
continúa considerándose un tema tabú, subestimado y alejado del foco mediático.
Desde la Organización Mundial de la Salud se le define como «un acto único o
repetido que causa daño o sufrimiento a una persona de edad, o la falta de
medidas apropiadas para evitarlo, que se produce en una relación basada en la
confianza».
Las formas que adoptan estas vejaciones son muy diversas y van desde la
esfera física (que incluye el abuso de fármacos) a la psíquica, pasando por la
emocional (con las humillaciones como protagonistas), la económica (destaca la
utilización de las pensiones de los abuelos para ayudar a la economía familiar
o la exigencia de donaciones en vida de dinero o propiedades) e incluso la
institucional (sin ir más lejos, la reducción presupuestaria de las partidas
dedicadas a la dependencia). Asimismo, pueden ser ejercidas de forma
intencionada o por simple negligencia, y de un modo activo o pasivo.
Bajo una envoltura de indolencia, exceso de familiaridad, desprecios
recurrentes -como puede ser la falta de atención-con el silencio propio como
cómplice y al margen de cifras constatables sobre el número de afectados y en
una coyuntura de peligro, la evolución al alza de estos contextos se está
imponiendo. Y, aunque el maltrato corporal es más fácil de descubrir, el
psicológico está más extendido. Su incidencia desde el punto de vista moral
está fuera de toda duda. Sin embargo, su magnitud real todavía es poco
conocida, dado que en las áreas de Atención Primaria y Servicios Sociales
carecen -muy a su pesar- de la suficiente dotación para detectar una
problemática que, en consecuencia, permanece oculta. Aun así, ya se están
disparando las alarmas que alertan sobre la incidencia y la reincidencia de
estas conductas.
Paralelamente, se da la triste circunstancia de que, de unos años a esta
parte, también se ha incrementado de forma notable el número de casos de
agresiones a progenitores por parte de sus hijos, centrándose aquí el énfasis
de la opinión pública pero, a su vez, condenando a un plano muy alejado al
drama de ese otro extremo cronológico de la sociedad. Da fe de ello la
inexistencia de un recurso tan recomendable como
el de un teléfono específico destinado a llamadas de emergencia –similar al 016
asociado a la lacra de la violencia de género-, a pesar de hallarnos ante un
colectivo cada vez más nutrido y, a menudo, padeciendo una gran indefensión.
Otro aspecto importante a considerar es que ni todas las victimas denuncian
los hechos, ni la mayoría de los procesos judiciales en marcha llegan a
resolverse. Apenas un diez por ciento se anima a dar el paso y las razones son
múltiples. Si a la imperdonable lentitud de la justicia se añade la circunstancia
de que el denunciante suele vivir bajo el mismo techo que los denunciados, retirarse
antes de comenzar la batalla en los tribunales parece bastante lógico. Pero el
motivo de mayor peso es, sin ninguna duda, el relativo al vínculo afectivo
existente entre las partes. Así, tres son los pilares que sostienen la negativa
a continuar adelante: el miedo, la vergüenza y el sentimiento de culpa. Los
afectados ceden por temor a las represalias y por la sensación de fracaso al
haber alcanzado tal nivel de conflicto.
En mi opinión, se
impone un retorno de toda la ciudadanía al respeto y agradecimiento que merecen
las personas de más edad, que integran uno de los grupos sociales más
vulnerables. Y, al mismo tiempo, urge un posicionamiento firme por parte de las Administraciones tendente a la protección efectiva de sus derechos. Lo
contrario nos convierte en cómplices.
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