Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 3 de noviembre de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 3 de noviembre de 2017
Este artículo podría haberse titulado “Más de lo mismo” o “Nada nuevo bajo
el sol”. Incluso “Dime algo que no sepa”. Pero, al final, después de días y
días de tratamiento del asunto en los medios de comunicación nacionales e internacionales, he optado por un tono de seriedad para denunciar este fenómeno sistémico y
estructural que, por desgracia, se da en todos los ámbitos relacionales. Con
independencia de su intensidad, el acoso sexual se ejerce de modo constante en
las casas, en los trabajos y en la propia calle. En la esfera educativa,
política, periodística, deportiva y, por supuesto, artística. Y, aunque los
hombres tampoco se libran de semejante lacra, somos las mujeres quienes,
mayoritariamente, lo padecemos a diario. Por eso, negarse a reconocer su
existencia en estamentos e instituciones es ignorar la realidad y, de paso,
colaborar a impedir su erradicación.
No es posible desvincularlo de la violencia en el seno de la pareja, ni del
hostigamiento en las empresas, ni de las agresiones en las fiestas. Los escasos
testimonios que están saliendo ahora a la luz son apenas la punta del iceberg.
De ahí que, a raíz del reciente “escándalo Weinstein”, se haya generado una
cascada de acusaciones y se hayan multiplicado las denuncias de numerosas
víctimas de estas conductas tan repulsivas.
Está probado y comprobado que este tipo de agresores abusan de su poder en
función del contexto. En la esfera laboral, por ejemplo, se valen de la
dependencia económica de las afectadas, garantizándose así la impunidad. El
cambio de horario, el traslado de puesto o, en última instancia, la pérdida de
empleo, son razones muy poderosas para cerrar la boca y aguantar las tropelías
del baboso de turno. Si a eso se añade la duda social generalizada a la que se enfrentan
las agredidas (a menudo tachadas de imaginativas, mentirosas, exageradas o
ventajistas cuando exponen su versión de los hechos), es comprensible decantarse
por el silencio.
Por supuesto, no hace falta irse a Hollywood para darse de bruces con este "secreto a voces". Perfiles como el del productor Harvey Weinstein son legión,
aunque haya sido su nombre el que haya dado visibilidad al problema. Sin ir más
lejos, el panorama cinematográfico español está igual o peor. Y, si no, que se
lo pregunten a nuestras actrices, invitadas frecuentemente a pasar por el aro
para acceder a papeles y firmar contratos. La industria de la moda tampoco es
ninguna excepción y ya se están desvelando proposiciones abyectas que provocan
la náusea y el vómito.
Hasta tal punto llega la generalización de estas prácticas que, primero el
Senado de California, después el Parlamento Europeo y esta misma semana la
Cámara de los Comunes británica, han tenido que manifestarse con contundencia
al respecto, anunciando investigaciones y debatiendo sobre el comportamiento
perpetrado por algunos senadores, eurodiputados y parlamentarios de las tres
instituciones. No estoy hablando de casos aislados, sino de centenares de
excesos verbales y no verbales dirigidos contra mujeres con nombres y apellidos
que desarrollan su actividad profesional en los entornos citados, cuyos
presidentes, ante las preocupantes alegaciones recibidas, reconocen que reina
una “cultura del acoso sexual” normalizada que debe ser neutralizada a través
de medidas urgentes y decisivas.
Las periodistas forman parte de un colectivo que también calla. En el año
2015 cuarenta reporteras francesas publicaron un manifiesto en el cargaban
duramente contra lo que denominaban “paternalismo lúbrico” y que reflejaba una
serie de anécdotas que ponían de manifiesto el intolerable comportamiento
sexista de ciertos cargos electos galos.
Quedan, pues, muchas actitudes por desenmascarar y tan esforzada misión no
puede recaer exclusivamente en sus denunciantes. Tampoco en las damnificadas.
Ni siquiera en las féminas en su conjunto. Ha de abordarse como una tarea de toda la
sociedad. Ahora bien, sin un apoyo mediático, sin una estructura
que favorezca las denuncias y sin una ciudadanía que apoye a quienes se animen
a dar el paso, jamás alcanzaremos el objetivo.
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