Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 24 de noviembre de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de noviembre de 2017
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de noviembre de 2017
Ingenua de mí, yo pensaba que nuestras fiestas autóctonas populares y
familiares eran más que suficientes para celebrar todo aquello susceptible de
ser celebrado. Craso error. De un tiempo a esta parte, y ya sin ninguna
sutileza, hemos adoptado con ardor cualesquiera costumbres foráneas cuya
principal característica común radica en el absurdo afán por consumir de una
forma desmedida y, a menudo, innecesaria.
Centrándome en el dichoso Black Friday -nacido en Estados Unidos pero exportado con éxito a medio
mundo-, comprar se ha convertido en el acto por excelencia, en un fenómeno de
colas interminables para adquirir productos, de tiendas de campaña a las
puertas de los grandes almacenes y de combates cuerpo a cuerpo para hacerse con
las mercancías más deseadas. Las imágenes que nos deja su efeméride son, en
ocasiones, un canto a la irracionalidad desde que se alzan las persianas
metálicas de los establecimientos. Hordas de seres sin control se lanzan a la
caza del objeto codiciado, hasta el extremo de que en algunos centros
comerciales, temiendo por su seguridad y por la de sus enajenados clientes, terminan
por recurrir a las fuerzas del orden.
Lo triste es que esta moda, seguida por la del Cyber Monday (como si pronunciadas
en inglés se redujera el nivel del despropósito) también ha llegado a España
para quedarse, uniéndose así a otras tan asumidas ya como Halloween, San
Valentín o, últimamente, la Oktoberfest. Mucho me temo que el Día de Acción de
Gracias, con su pavo trinchado y su puré de castañas, no tardará en desembarcar
en nuestros hospitalarios hogares. Merecen un tratamiento especial los sufridos
Reyes Magos, que llevan décadas compitiendo con Santa Claus por el cariño de
los niños y por las carteras de los adultos. Aunque el tradicional encanto de
los ancianos de Oriente todavía posee un enorme tirón, el hecho de que Papa
Noel llegue casi dos semanas antes que ellos no ayuda a conservar la paciencia
del respetable. A este paso, pues, estas festividades que no nos rozan ni
histórica ni sociológicamente acabarán por imponerse sobre los más diversos
rebaños terráqueos, dado que su fin último consiste en extraer de todo un
beneficio económico, aunque para obtenerlo sea preciso ondear sin demasiada
convicción las banderas del amor, la amistad o la felicidad infantil.
Por supuesto, las agencias de publicidad y los medios de comunicación se
apuntan al carro (algunos, me consta, a su pesar) y nos inundan con anuncios y
mensajes sobre las bondades de estos chollos prenavideños, conviniendo en que sería
de tontos no aprovechar la oportunidad de adquirir los preceptivos regalos,
ahora que cuestan (eso dicen) hasta un setenta por ciento menos. En fin, permítanme
que lo dude. Detrás de tanto entusiasmo adquisitivo, yo solo alcanzo a ver beneficios para las
grandes empresas, empleos precarios, malas condiciones laborales e individuos
excesivamente condicionados por una innegable presión social (sobre todo, si
son jóvenes y adolescentes). Al parecer, los seres humanos padecemos una
fuerte tendencia a la comparación, que también incide en este campo. No basta
con no salirnos de la norma/redil sino que, además, hemos de demostrar que
sabemos comprar más y mejor que el vecino, aunque para ello consintamos que
nuestros impulsos dominen a nuestra razón.
Pero, como igualmente sucede en los
clásicos periodos de rebajas, el riesgo de dejarse arrastrar por unos precios
seductores puede derivar en la elección de artículos que no se necesitan, por
no hablar de la cuestionable práctica de (sobre todo en el ámbito textil) dar
salida a determinadas prendas y colecciones que no se han vendido durante los
meses precedentes, así como de la probabilidad de hacer saltar en pedazos el presupuesto
destinado con antelación. En todo caso, vayan por delante en este Viernes Negro
mis más sinceros deseos de éxito para compradores y vendedores. En cuanto a mí,
optaré por adherirme a la corriente del Día Mundial sin Compras. Y en español.
Querida Myr:
ResponderEliminarNo se puede decir más claro, cuánta razón tienes, amiga!
me quedo sobre todo con:" Detrás de tanto entusiasmo adquisitivo, yo solo alcanzo a ver beneficios para las grandes empresas, empleos precarios, malas condiciones laborales e individuos excesivamente condicionados por una innegable presión social (sobre todo, si son jóvenes y adolescentes)." A ver si nos vamos enterando...
Tu Rose
Mucho me temo que la deriva irá en aumento, amiga. Es una verdadera lástima. Está claro que tener criterio y personalidad cotiza a la baja.
ResponderEliminarBesos atlánticos
MYRIAM