Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 19 de enero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 31 de enero de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 31 de enero de 2018
La Junta de Andalucía ha retirado a una pareja de forma temporal la
custodia de su hijo de un año, después de que los médicos de un hospital
gaditano le diagnosticasen palidez cutánea, anemia, deshidratación,
malnutrición y carencia de masa muscular. Desde su nacimiento, sus padres le
mantenían ajeno a todo control pediátrico y jamás le habían vacunado.
Hasta la
fecha el bebé ha venido siguiendo el sistema denominado “crianza por apego”,
que consiste en el contacto físico permanente con los progenitores, el
amamantamiento a demanda, la oposición a la escuela infantil hasta los tres
años y el traslado piel con piel sin uso de carritos, entre otras
especificidades. El Gobierno Autonómico andaluz asegura que se trata de un caso
de negligencia muy grave vinculado con la alimentación y los cuidados
sanitarios del menor, que se ha visto colocado en una situación de peligro
extremo.
A tenor de esta desoladora noticia, considero que es preciso aclarar que
quienes deciden no vacunar a sus hijos provocan la colisión de varios principios
universales. Uno de ellos es el derecho de todo progenitor a elegir lo que
considera mejor para sus vástagos. Otro es el del propio niño a obtener para sí
mismo los mayores avances sanitarios aceptados por la comunidad médica (aun
cuando sus padres no los acepten). Y un tercero, extraordinariamente relevante,
es el del resto de adultos y menores que cumplen escrupulosamente con los
programas de vacunación a no ser contagiados por sus incumplidores. Nos
hallamos, pues, ante un debate público
muy serio y, por desgracia, todavía no resuelto desde el punto de vista legal y
ético.
En contra de lo que muchos ciudadanos piensan, la vacunación en España no
es obligatoria. Su ausencia ni siquiera supone un obstáculo para impedir la
escolarización infantil. En nuestro país sólo es forzosa “en el caso de un brote infeccioso no controlado
en un colectivo de personas no vacunadas por una infección que es prevenible
mediante vacunación”. Pero lo cierto es que los grupos contrarios a su aplicación
son cada vez más numerosos y su repercusión, merced a las influyentes redes
sociales, cada vez más notoria.
Las vacunas constituyen uno de los mayores descubrimientos en la Historia
de la Medicina y son el elemento más importante de prevención del que disponen
los facultativos. Gracias a su eficacia han desaparecido enfermedades muy
frecuentes hasta hace pocos años pero, paradójicamente, a
medida que erradican patologías antaño mortales, crece el número de personas contrarias a ellas. Inexplicablemente,
nuestra avanzada (entre comillas) sociedad parece ahora
más pendiente que nunca de sus posibles efectos adversos, por leves o raros que
sean.
Olvidan aquel pasado no tan lejano de desprotección frente a males como
la viruela, la poliomielitis, el sarampión o la misma gripe. Quizás una información clara y precisa sobre su seguridad sería clave para que sus
detractores comprendieran su trascendencia y se evitaran casos tan lamentables
como el que nos ocupa.
En el caso de España, uno de los
principales puntos que mueven a confusión es la inexistencia de una
programación unificada, puesto que cada Comunidad Autónoma decide qué
vacunas incluir en el calendario oficial y cómo se deben administrar. Sea como
fuere, las vacunas son un derecho de los hijos y una obligación de los padres,
que deben proporcionarles las herramientas existentes para evitar que enfermen.
Es cierto que no son perfectas, pero casi. Tan cierto como que los avances
científicos en materia sanitaria van dirigidos a mejorar las condiciones de
vida de los seres humanos.
Lo que no parece de recibo es apuntarse a estas
corrientes alternativas que adoptan posicionamientos de riesgo y que ponen en claro peligro
a terceros inocentes. Ojalá esta criatura a la que, finalmente, tuvieron que
llevar a Urgencias, se recupere satisfactoriamente y su caso sirva para
recordarnos que vivir en sociedad implica cumplir ciertas normas y
recomendaciones, con independencia de que nos gusten o no.
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