Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 30 de marzo de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 4 de abril de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 2 de abril de 2018
Artículo publicado en el Diario de Levante el 4 de abril de 2018
Siguen corriendo malos
tiempos para la Educación en España. Las estadísticas continúan situándonos en
el furgón de cola europeo por lo que se refiere a un ámbito tan prioritario. Las
cifras que reflejan los niveles de fracaso escolar ponen de manifiesto año tras
año la gravedad del problema al que nos enfrentamos. Yo, que tengo la inmensa
fortuna de contar entre mis amistades más estrechas con varios docentes que, a
menudo, me transmiten sus preocupaciones, estoy plenamente convencida de la
importancia suprema de la formación intelectual como base de una sociedad de la
que podamos sentirnos orgullosos.
Por otra parte, siempre
he defendido a brazo partido la idea de que la familia educa y la escuela
instruye e, igualmente, he manifestado mi completo desacuerdo con esa
aspiración de algunos padres de que sean los profesores quienes les sustituyan
en la transmisión de valores y modelos de conducta, que considero exclusivos
del entorno doméstico. En compensación, jamás he puesto en entredicho los
métodos pedagógicos y calificadores de los numerosos profesionales que han
impartido clases a mis hijos, ni siquiera cuando no los compartía. Muy al
contrario, he respetado al cien por cien su forma de enseñar cada asignatura y
sus criterios de evaluación, en ocasiones altamente discutibles.
Por ello, habida cuenta
que ya estamos inmersos en el tercer trimestre del curso y restan apenas un par
de meses para encarar las evaluaciones finales, me gustaría por enésima vez exponer
y analizar una costumbre extendida en determinados centros, y que no es otra
que la pretensión de que padres y madres se involucren, como si de otra rutina
familiar se tratase, en la realización de las tareas escolares. En otras
palabras, que se conviertan en una especie de docentes complementarios a
domicilio. Aclaro que no estoy hablando de una mera supervisión académica ni de
una ayuda puntual, sino de una colaboración en toda regla.
En este punto, no puedo
evitar retrotraerme a épocas pasadas en las que raro era el progenitor que se
reunía con los tutores y, menos aún, que acompañara a su prole mientras ésta
hacía los deberes. Por regla general, los adultos de entonces no tenían ni el
tiempo necesario ni la formación suficiente como para abordar dicho cometido,
por más que su máxima ilusión fuera que la generación que les iba a suceder
aprendiera lo que ellos, víctimas de unas circunstancias personales poco
propicias, no habían tenido la oportunidad.
Por lo tanto, si padres y
docentes exigimos respeto mutuo en nuestras respectivas esferas de actuación -educar,
los primeros; instruir, los segundos-, no parece muy lógica esa velada
exigencia de implicación por parte de los colegios, ni tampoco la actitud de
algunas familias que, seguramente con la mejor de las intenciones, se empecinan en que sus hijos saquen unas notas
excelentes en todo y, para la consecución de dicho fin, emplean buena parte de
la semana, festivos incluidos, en estudiar en equipo los contenidos de los exámenes,
hasta el punto de no saber si la nota final corresponde a unos o a otros y, lo
que es peor, desconociendo las auténticas capacidades de cada niño.
Que conste que soy la
primera en inculcar la importancia del esfuerzo y en exigir unos resultados acordes
con las aptitudes del alumnado pero, en todo caso, sin llegar al extremo de
perjudicar su autoestima. En este sentido, conviene no olvidar que las calificaciones
de las pruebas suelen combinarse con la participación en clase y con los
trabajos en grupo y que, por sí solas, no evalúan ni la facultad de relación,
ni el grado de integración ni las diversas inteligencias. Será por eso que en
algunos países que encabezan los rangos en materia educativa se suprimen las
notas en la Escuela Elemental, porque creen que debe ser la "Escuela de la cooperación" y no la "Escuela de la competición". Para meditar.
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