viernes, 23 de marzo de 2018

RECORDAR ES VOLVER A VIVIR



Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 23 de marzo de 2018

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 24 de marzo de 2018

Artículo publicado en el Diario de Levante el 28 de marzo de 2018





Vivimos tiempos en los que conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino a la inversa tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule tan solo aquellos que nos torturan insistentemente. Esta idea asociada a la ciencia ficción no es nueva y ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos, las víctimas de un trastorno de estrés postraumático protagonizan a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de proyección. Son individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a través de pesadillas, flashbacks o remembranzas intrusas que escapan a cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas de los especialistas que, a través de terapias o medicación, luchan por rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan, pero cuya carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo. 

El prestigioso psiquiatra, investigador y profesor Luis Rojas Marcos afirma en su libro “Somos nuestra memoria” que los seres humanos nacemos con una especial capacidad de almacenar en nuestra mente aquello que consideramos relevante para, en el momento oportuno, rememorarlo. Por ello, nos resulta tremendamente difícil imaginar una vida despojada de recuerdos, en la que nada tenga significado, sin sentido del tiempo ni el espacio, sin recorrido de pasado ni conciencia de futuro. Manifiesta, desde su dilatada experiencia profesional, que la lección más fascinante que ha aprendido sobre esta materia ha sido comprender que la memoria no es un archivo perfecto ni un disco duro de ordenador.  Por el contrario, posee el don de renovar los datos que atesora, a fin de adaptarlos a los cambios que experimentamos en nuestra trayectoria vital. Así, con el transcurso del tiempo, sumamos y restamos detalles a las experiencias pasadas, de tal manera que reconstruimos nuestra historia con unas evocaciones modeladas y enmarcadas en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista actuales.

Somos la suma de lo que hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Y, por extraño que pueda parecer, un proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el que los malos recuerdos no estorben. ¿Qué es la vida sino una mezcla de aciertos y de errores, de fracasos y de superación? Lo que nos hace verdaderamente personas es esa combinación singular de episodios dichosos y desoladores, y la hipotética posibilidad de manipularlos nos condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad “contra natura”.    

A título particular, siempre me ha preocupado esta moderna tendencia de querer solucionarlo todo con pastillas. Tal vez lo peor sea lo que este consumo conlleva de síntoma, de retrato de una sociedad que no tolera el menor contratiempo, que siempre tiene prisa para superar los desengaños, que considera reprobable que alguien se encuentre mal y pida un respiro o ayuda. Parece que las personas ya no tienen recursos para solventar sus problemas diarios, o que el entorno no está preparado para explicarles y acompañarles en procesos que, en contra de sus deseos, no son inmediatos.

Por ello, también me resulta muy inquietante pensar que algún día sea factible tirar de goma de borrar para suprimir los recuerdos que nos causaron, nos causan y nos causarán dolor. Ese eventual olvido de los desamores, las muertes, los fracasos laborales o las amistades perdidas nos dejaría indefensos, inermes para poder combatir los embates venideros del destino y expuestos a cometer los mismos errores de antaño, diseñados como estamos para tropezar una y otra vez en la misma piedra. Sin memoria no somos. Dicho de otra manera, somos lo que recordamos de nosotros mismos. Por esa razón, yo no quiero olvidar mi pasado. Porque me ayuda a enfrentar mi presente. Porque recordar es volver a vivir.




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