Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 25 de mayo de 2018
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 25 de mayo de 2018
Cuando se constituyó el Gobierno de España en 2011, tanto su Presidente, Mariano Rajoy, como sus trece ministros utilizaron la fórmula del juramento para tomar posesión de sus cargos. Por el contrario, todos y cada uno de los miembros de los anteriores Ejecutivos presididos por José Luis Rodríguez Zapatero optaron en idénticas ceremonias por prometer en vez de jurar. A continuación, los flamantes electos de las formaciones políticas nacionales también tuvieron que decidir la vía que les convertiría en Señorías durante los siguientes cuatro años y la sesión que tuvo lugar en el hemiciclo del Congreso se transformó en un espectáculo, como mínimo, chocante.
Vaya por delante que los términos que se emplean para acatar la Constitución y obtener plenamente la condición de diputado son sencillísimos - "Sí, juro" o "Sí, prometo"- pero, no se sabe por qué extraño capricho del destino, algunos de los representantes del pueblo están dispuestos a dar la nota y no hay duda de que triunfan en sus pretensiones, como se puede apreciar siete años después.
Los ya ex partidos mayoritarios, prietas las filas, suelen repetir modelo cuatrienio a cuatrienio, de tal manera que, salvo contadas excepciones, los populares juran y los socialistas prometen. Por aquel entonces, influenciados por la recuperación de la antigua coletilla del “imperativo legal” de la inolvidable Herri Batasuna, una veintena de electos de las formaciones minoritarias también introdujeron añadidos ante el Pleno para poner de manifiesto sus discrepancias con la Carta Magna, aunque sin dejar de cumplir con el requisito imprescindible para asumir la condición de parlamentario que, a día de hoy, aunque no lo parezca, continúa siendo el juramento o la promesa.
Buceando en los diccionarios, se concluye que el juramento es una afirmación o una negación en las que, generalmente, se pone a Dios por testigo. Por eso, se suele realizar colocando la mano sobre la Biblia. En cuanto a la promesa, la Real Academia la define como un ofrecimiento solemne y sin fórmula religiosa de cumplir bien los deberes del cargo o función que va a ejercerse. Se trata, por tanto, de un compromiso eminentemente personal, que no se apoya en el testimonio de ninguna potencia, ni humana ni divina. Ambas posturas son, pues, sumamente defendibles, respetables y democráticas.
Las que, en mi opinión, resultan rechazables son esas “propinas” utilizadas por algunos parlamentarios.
Buena muestra de ello fue la opción de la antaño Izquierda Unida-ICV: "Por imperativo legal, sin renunciar a mis aspiraciones republicanas". Los miembros de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) se decidieron asimismo por una doble versión castellano-catalana aún más libre: "Por imperativo legal, para alcanzar nuestra propia Constitución, lo prometo". Los cargos recién estrenados de Amaiur, acogiéndose igualmente a ambas lenguas, castellano y euskera, se decantaron por el siguiente formato: "Por imperativo legal, acato la Constitución", la misma utilizada por los electos del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Y, así, hasta completar dos decenas de partidarios de aquel, en palabras del portavoz comunista Gaspar Llamazares, “jolgorio de creatividad”.
Sin duda es una forma de verlo pero yo, particularmente, tengo otra muy distinta, que coincide con la de quienes afirman que el Congreso se ha terminado por convertir (y por demasiados motivos) en un circo de tres pistas. Idéntica sensación me asalta ante el penoso espectáculo protagonizado en estos momentos por el relevo de Carles Puigdemont, Quim Torra. A mi modo de ver, si un político no quiere acatar esa misma Constitución que le permite ser nombrado cargo público y cobrar así un sustancioso sueldo a final de mes, que no se presente a unas elecciones. Me agotan quienes, desperdiciando unas energías que les serían muy necesarias para desempeñar sus tareas de gestión con responsabilidad, viven en un permanente y cansino estado de desobediencia de cara a la galería. Ya que no respetan la legalidad, al menos que cumplan con sus obligaciones. Aunque solo sea por imperativo moral.
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