Artículo publicado en El Día el 10 de febrero de 2023
Ya en puertas de la enésima campaña electoral, encontrar a profesionales de la Política que hablen de modo inteligible y expongan ideas originales resulta misión imposible. Lo habitual es que apuesten por la nula innovación y el uso de obviedades, con discursos rayanos en la insensatez más que en la coherencia. En principio, comunicar para ser entendido no debería resultar tan difícil, pero para ello se antoja esencial tener voluntad sincera. Y es que oyendo a la mayoría de los actuales cargos públicos se constata con profunda decepción que la dialéctica y la oratoria continúan siendo las grandes olvidadas del sistema educativo español. Motivar al alumnado para que debata en clase y demuestre sus conocimientos a través de pruebas orales constituye aún una utopía. Como consecuencia, en España se adolece de esa imprescindible habilidad -tan desarrollada en países de nuestro entorno- para expresarse en público, así como de la necesaria capacidad discursiva, lo que, llevado al terreno de la disertación, da como resultado el preocupante escenario que reflejan el Parlamento Nacional y los Autonómicos.
Para colmo de males, los candidatos a la Presidencia del Gobierno y los altos representantes de las Administraciones Públicas suelen abonarse a la utilización de su particular argot como herramienta que les permita dar contenido a sus, a menudo, incomprensibles y contradictorios mensajes. Como regla general, someten cualquier término a una perversa carga ideológica, con la doble finalidad de atacar las posiciones de sus rivales y enaltecer las propias. Además, para mayor confusión, conceptos tales como izquierda, derecha, conservadurismo o progresismo sufren con el paso del tiempo una patente desnaturalización por culpa de ese tenaz empeño en acomodarlos a una realidad cambiante, significando finalmente lo contrario de lo que querían decir en un principio.
En este sentido, y por introducir una necesaria pincelada de humor, una de las aportaciones más hilarantes sobre este tema es la alusión al politiqués como ese pseudoidioma pleno de retórica, jactancia y sobredosis de muletillas que, llevado al extremo, deriva en el dialecto tertulianés, y que ni sus propios usuarios entienden a micrófono cerrado o una vez apagadas las cámaras. A menudo resulta altisonante, complicado y abstruso, una auténtica oda a los lugares comunes, cuando no a la ignorancia más supina. Abordando este espinoso asunto desde otra perspectiva, el inolvidable Mario Moreno nos dejó también como herencia su acreditado método para aparentar sabiduría en todas y cada una de las ramas del conocimiento denominado “cantinflear”, o sea, hablar sin decir nada. Si semejante vacío se reviste, además, de ambigüedad, polémica y agitación, el cuadro termina de completarse. El toque equívoco siempre ha resultado muy útil para captar a un número superior de miembros del electorado. Ocurre lo mismo con el tono alborotador, llamado a suscitar intensas adhesiones o profundos rechazos, y con la vertiente contenciosa, dirigida a derrotar a un adversario que, de no existir, conviene crear con urgencia.
Es entonces cuando entra en juego la guerra por las audiencias, entablada en esos pseudocoloquios donde gritar sustituye a razonar, interrumpir a dialogar y simplificar a argumentar, convirtiendo los debates políticos en una mera alternativa de entretenimiento, como si de un espectáculo circense se tratara. A este fenómeno contribuye en gran medida la retroalimentación que vincula a los platós con las redes sociales, a través de sus colonizadores trending topics, hashtags y likes, y que trata de captar a un público ávido de figuras ganadoras que, a la postre, se tornan perdedoras, como sucedía en las luchas de gladiadores de antaño, aunque ahora la sangre sea virtual. Con las urnas de nuevo en el horizonte, las recientes palabras del profesor de la Universidad de Toronto Matthew Feinberg vienen como anillo al dedo. A su juicio, la política moderna, con sus controversias diarias, su incivilidad y su ineptitud, supone para la ciudadanía una pesada carga emocional. Y, dadas las circunstancias, creo que no le falta razón.
Si alguien duda de lo que afirmas en tu texto, Myriam (que seguro que hay muchos que lo hacen, por desgracia) es porque su INCAPACIDAD lectora, comprensiva y sobre todo, reflexiva ante las continuas escaramuzas de la estulticia política alcanza grados de perfección difíciles de igualar. Tu texto expresa, de manera inmejorable, el grado de conformismo y de desfachatez que imperan en la sociedad actual a partes iguales. Conformismo por parte del electorado, convertido, a fuerza de despropósitos disfrazados de iniciativa democrática, en una caterva de "tontos útiles" como los que ansiaba Lenin (vaya pájaro), pero también por parte de la casta política, que se contenta con dirimir sus diferencias partidistas prescindiendo de lo más esencial en un estado y en una democracia: la inclinación hacia el beneficio general, por encima de localismos, sectarismos y conquista de poltronas. Y desfachatez por parte de la clase gobernante o aspirante a ello, por carecer de la más mínima honestidad para servir a la sociedad a la que representan, pero asimismo por parte de la propia masa social, que, presa de su propia y autoinducida resignación, se considera facultada para decidir su propio destino y el de sus congéneres basando su elección en filias y fobias propias de un concurso de belleza o una confrontación deportiva más que en la reflexión y el análisis siquiera superficial, al menos considerando lo inextricable y artificioso de las listas electorales y sus candidaturas. En fin, que son muy imprescindibles artículos como este tuyo para intentar que al menos se pongan en tela de juicio los postulados de quienes están destinados -la mayoría gracias a sus artimañas de medradores impíos- a llevar las riendas de un estado, y para que se sacudan en lo posible los espíritus -demasiados- que los apoyan a pie juntillas. Un cordial saludo y muchísimas gracias por compartir tanta y tan necesaria sabiduría.
ResponderEliminarDisculpa, Myriam, me olvidé de publicar el comentario anterior con mi nombre. Gracias de nuevo.
ResponderEliminarMuchísimas gracias a ti por tu extenso comentario, Pablo, pleno de buen criterio y sentido común. Una vez más, no puedo estar más de acuerdo contigo. Es muy reconfortante saber que al otro lado del teclado existen personas tan comprometidas e implicadas como tú. Aprovecho la ocasión para enviarte un cariñoso abrazo y desearte una muy feliz semana.
ResponderEliminarMYRIAM
Que maravilla leer tanto los artículos de Myriam como los comentarios de los lectores, aprendo mucho y me llena de esperanza, magistral y enriquecedor.
ResponderEliminarGracias por vuestra generosidad por compartir tanta lucidez con los que os leemos.
Créame si le digo que la enriquecida y la esperanzada soy yo, Cabilas. Y, sobre todo, la agradecida en grado sumo. Un millón de gracias por acercarse a este pequeño refugio de pensamiento y opinión. Le envío un fuerte abrazo de bienvenida.
ResponderEliminarMYRIAM