Artículo publicado en El Día el 17 de febrero de 2023
Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 18 de febrero de 2023
Como cinéfila empedernida, procuro visionar a estas alturas del calendario la mayoría de las películas que optan a los premios más prestigiosos de la industria del Séptimo Arte. La semana pasada le tocó el turno al último trabajo del maestro Steven Spielberg, “Los Fabelman”, un ejercicio de nostalgia que me llevó a concluir que en nuestro mundo hoy conviven sin dificultad determinados fenómenos aparentemente contradictorios. Así, mientras cientos de investigadores centran sus esfuerzos en remendar los hilos de la memoria, otros tantos recorren el camino a la inversa tratando de encontrar una vía que nos permita eliminar los malos recuerdos, una especie de borrador selectivo que anule aquellos que nos torturan insistentemente. Esta idea asociada a la ciencia ficción no es nueva y ha sido llevada a la literatura y al cine en numerosas ocasiones. Sin ir más lejos, las víctimas de un trastorno de estrés postraumático protagonizan a menudo historias de angustia y sufrimiento que pueblan bibliotecas y salas de proyección.
Se trata de individuos que reviven su trauma una y otra vez, ya sea a través de pesadillas, flashbacks o remembranzas intrusas que escapan a cualquier control racional. En un porcentaje muy notable acuden a las consultas de los especialistas que, a través de terapias y medicación, luchan por rescatarles del pozo de unas dramáticas experiencias que no olvidan, pero cuya carga negativa consiguen rebajar con el paso del tiempo. Hace algunos años leí con gran interés el libro del prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos “Somos nuestra memoria”, donde afirma que los seres humanos nacemos con una especial capacidad para almacenar en nuestra mente aquello que consideramos relevante para, en el momento oportuno, rememorarlo (Spielberg, por ejemplo, se sirve para ello de su filmografía). En consecuencia, nos resulta tremendamente difícil imaginar una vida despojada de recuerdos y en la que nada tenga significado, sin sentido del tiempo ni el espacio, sin recorrido de pasado ni conciencia de futuro.
Manifiesta el también profesor Rojas Marcos, desde su dilatada experiencia profesional, que la lección más fascinante que ha aprendido sobre esta materia ha sido comprender que la memoria no es un archivo perfecto ni un disco duro de ordenador. Por el contrario, posee el don de renovar los datos que atesora, a fin de adaptarlos a los cambios que experimentamos en nuestra trayectoria vital. Así, con el transcurso de los años, sumamos y restamos detalles a las experiencias pasadas, de tal manera que reconstruimos nuestra historia con unas evocaciones modeladas y enmarcadas en el contexto de nuestras creencias y puntos de vista actuales. En definitiva, somos la suma de lo que hemos sufrido y de lo que hemos gozado. Y, por extraño que pueda parecer, un proceso de duelo bien llevado permite que el sufrimiento ocupe un espacio en el que los malos recuerdos no estorben. ¿Qué es la vida sino una mezcla de aciertos y de errores, de fracasos y de superación? Lo que nos hace verdaderamente personas es esa combinación singular de episodios dichosos y desoladores, y la hipotética posibilidad de manipularlos nos condenaría a ser una sociedad perturbada, una colectividad “contra natura”.
A título particular, siempre me ha preocupado esta moderna tendencia de querer solucionarlo todo con pastillas, con lo que este consumo conlleva de síntoma, de retrato de una sociedad que no tolera el menor contratiempo, que siempre tiene prisa para superar los desengaños y que considera reprobable que alguien se encuentre mal y pida un respiro o ayuda. Parece que el ser humano no cuente ya con recursos suficientes para solventar sus problemas diarios, o que el entorno no esté preparado para explicarle y acompañarle en procesos que, en contra de sus deseos, no son inmediatos. Lo cierto y verdad es que, sin memoria, no somos. Dicho de otra manera, somos lo que recordamos de nosotros mismos. Por esa razón, yo no quiero olvidar mi pasado. Porque me ayuda a enfrentar mi presente y porque, a veces gratamente, recordar es volver a vivir.
Creo que tu texto pone el dedo en la llaga que más supura en esta sociedad actual, Myriam: parece, como bien dices, que el ser humano esté cada vez menos capacitado para soportar contratiempos y que el entorno sea incapaz de acompañar a aquel en etapas de desolación. Tendemos, bien asesorados por quienes llevan las riendas, a querer solucionar todo con la cultura de la cancelación, en busca de una vida perfecta en la que todo sea de color de rosa y en la que el pasado se pueda remodelar como si fuera el guion de una película en permanente estado de modificación, cuando en realidad lo que somos ahora es una consecuencia de ese pasado y es nuestro presente (lo único que tenemos) y en lo posible, nuestro porvenir, lo que deberíamos intentar mejorar a partir de las experiencias vividas y, sobre todo, reflexionadas. Te doy de nuevo las gracias por tus artículos, que estoy deseando ver reunidos en un volumen que se convierta en libro de cabecera para todos aquellos que buscamos volver a voluntad a la sabiduría de lo cotidiano (y lo no tan cotidiano, desde luego) en las reflexiones acertadísimas de alguien tan capacitado como tú, y lo digo totalmente en serio, a pesar de que creo quedarme siempre corto al elogiarte. Saludos y. mis respetos.
ResponderEliminarYo también creo que me quedo siempre corta al agradecerte tus palabras, Pablo. Para mí supone una satisfacción inmensa que leas mis escritos con tanto interés. Como ya adelanté en su momento, tengo prácticamente terminada la selección de artículos para reunirlos en un volumen, si al menos el editor mantiene su idea de publicarlos. Os iré informando puntualmente. Recibe de nuevo mi abrazo más cariñoso, extensivo a tu esposa. Feliz semana.
ResponderEliminarMYRIAM