miércoles, 20 de junio de 2012

LA DIETA Y EL BRONCEADO NO ENTIENDEN DE CRISIS

Artículo publicado en La Provincia (Diario de Las Palmas) el 20 de junio de 2012

Artículo publicado en La Opinión de Tenerife el 21 de junio de 2012



 
Un año más el verano vuelve a colocarnos a sus puertas pero, por desgracia, las obsesiones de la mayor parte de la población femenina, lejos de disminuir, aumentan con él a pasos agigantados. Para no variar, los desvelos de más de la mitad de la ciudadanía  -aunque cada vez haya más hombres dispuestos a imitar nuestras penalidades estivales- se centran fundamentalmente en dos pilares: la dieta y el bronceado. Da lo mismo que la intervención económica de España sea un hecho o que las agencias de calificación la coloquen al nivel de las Fosas Marianas. Mientras playas y piscinas sigan siendo tierras de promisión, las féminas seguirán tropezando con la misma piedra para que su meta de conseguir un cuerpo esbelto y tostado no se cuestione.

La esclavitud del ayuno es un caballo de batalla que comienza a trotar alrededor del florido mayo, que es cuando las mujeres de toda condición visualizan con horror ese inevitable momento en el que habrán de despojarse de sus atuendos primaverales, al menos si pretenden lucir los correspondientes bañadores, trikinis, bikinis u hojas de parra pisciplayeros. El drama está servido en forma de lorzas que, día sí, día también, les advierten de que la única opción para menguar es sellarse la boca con un sucedáneo de silicona y dejar un exiguo orificio por el cual introducir una caña a modo de sonda. Puro líquido y, a lo sumo, en un alarde de osadía, alguna ensaladita sin aceite ni sal que te deje el cuerpo más frío que la actividad bursátil y el alma más triste que un ciprés de camposanto. Y es que, si se paran a pensar tan solo un segundo, las dietas son como aquellas películas clasificadas S que proliferaron en los setenta: monotemáticas y espantosas. Ves una y has visto todas.


Normalmente se inician sin supervisión médica, siguiendo el tradicional sistema del boca-oreja tan del gusto de los latinos. “El otro día me crucé por la calle con Fulanita y me dijo que, si tomo la sopa quemagrasa, puedo perder hasta un kilo diario. Ella lo ha hecho y, desde luego, parece otra”. No lo dudo, pensé yo, seguro que ha rebajado una talla de pantalón pero, en compensación, ha aumentado dos de mala leche. Qué quieren que les diga. Para mí, un mundo sin bocadillos de chorizo no es mundo. Es una estafa. Tal vez sea porque soy de Pamplona aunque, sinceramente, no lo creo. Me parece estupendo cuidar el aspecto físico e intentar dar la mejor imagen de una misma pero, de ahí a renunciar al placer de la gastronomía y a poner en riesgo la salud mental, va un abismo que no estoy dispuesta a atravesar.


Idéntica reflexión me asalta cuando observo a mis congéneres arriesgando el pellejo –y nunca mejor dicho- en hamacas, toallas y esterillas. Es obvio que las campañas informativas sobre los peligros de la exposición solar desmesurada  no hacen mella alguna en las amantes del astro rey, por mucho que los dermatólogos lleven lustros alertando del aumento de los índices de melanoma sin lograr alterar en lo más mínimo esa ridícula idea de asociar el moreno con la belleza. “El otro día me crucé por la calle con Menganita y me dijo que, con apenas cinco sesiones de rayos UVA, puedo conseguir un tono lo suficientemente dorado como para no hacer el ridículo en mi primera jornada playera. Ella lo ha hecho y, desde luego, parece otra”. No lo dudo, pensé yo, seguro que su actual grado de torrefacción podrá competir con el de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional pero, en compensación, será firme candidata a la dermis más ajada del milenio. Qué quieren que les diga. Para mí, lo mejor del sol es la sombra. Tal vez sea porque soy de Pamplona, aunque, sinceramente, no lo creo.


Que pasen un feliz verano.

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