Colaboración para el Magazine del Colegio Hispano Inglés de Santa Cruz de Tenerife
Acaba de iniciarse el segundo cuatrimestre en la Universidad de La Laguna y me consta que el Departamento de Derecho Constitucional de la Facultad ha organizado, como actividad complementaria, la proyección de una serie de largometrajes relacionados con dicha asignatura, cuyas materias se imparten en los dos primeros años de la carrera. Los alumnos ya han tenido la oportunidad de visionar la película que abre el ciclo, “Leones por corderos” (2007), dirigida e interpretada por Robert Redford, a quien acompañan en el reparto los actores Meryl Streep y Tom Cruise. Sé también de primera mano que el debate que se suscitó a la finalización de la cinta resultó particularmente enriquecedor para todos los asistentes y reveló que los jóvenes del campus lagunero están llenos de inquietudes y dispuestos a aportar sus puntos de vista para solucionar los graves problemas sociopolíticos que nos afectan actualmente. Me parece una extraordinaria noticia que las nuevas generaciones no se resignen a vivir en un mundo marcado por las desigualdades y contaminado por la idea de un futuro de perspectivas más que sombrías. El hecho de que renieguen de este ambiente de pesimismo en el que hoy por hoy nos desenvolvemos me llena de esperanza.
Confieso que, desde que tengo memoria, siento una enorme pasión por el séptimo arte. Mis recuerdos y experiencias vitales se mezclan indisolublemente con esta desmesurada afición al cine. Al hilo de lo que quiero transmitir, hace algún tiempo cayó en mis manos una peculiar novela titulada “CINECLUB” cuyo autor, David Gilmour, es un prestigioso crítico cinematográfico canadiense. En ella, el escritor confesaba sin reparos cómo recurrió a determinadas películas en busca de ayuda, anhelando reconducir la trayectoria de un hijo adolescente que llevaba meses manifestando unos comportamientos tan negativos que le perjudicaban seriamente. El joven se negaba a estudiar, tampoco quería trabajar y consumía los días y las semanas dedicado a actividades poco recomendables, de modo que su padre llegó a un pacto con él. Podía dejar de ir al instituto, eludir cualquier empleo y dormir a deshoras pero, a cambio, tenía que mantenerse alejado de las drogas y ver tres películas a la semana en compañía de su progenitor. El muchacho cayó en la trampa aceptando de inmediato y, contra todo pronóstico, inició tras aquella decisión el camino hacia su salvación personal. Gracias a títulos tan dispares como “El ladrón de bicicletas”, “Desayuno con diamantes”, “El padrino” o “¡Qué bello es vivir!” aquel hombre angustiado consiguió recuperar una relación paterno filial que estaba perdida e impartió a su hijo una trascendental lección de vida asistido por una cuidada selección de obras maestras de la gran pantalla.
No se trata de sustituir el sistema educativo tradicional ni de utilizar esta alternativa exclusivamente en los denominados “casos perdidos” pero, como cinéfila empedernida, defiendo las bondades de los fotogramas como instrumento pedagógico complementario, particularmente para quienes cursan sus estudios en Primaria y Secundaria. Aunque han transcurrido varias décadas, guardo el grato recuerdo de que en mi colegio se organizaba con gran éxito una actividad extraescolar la tarde de los viernes que consistía en proyectar un largometraje y celebrar un posterior cinefórum. Con más razón ahora, que vivimos una época marcada por las nuevas tecnologías, se podrían reproducir iniciativas similares en beneficio de los niños y los adolescentes, habida cuenta que utilizan a diario todo tipo de pantallas, desde la televisión al ordenador pasando por las consolas o los móviles. Así, en vez lamentarnos en vano por la mala influencia que ejercen determinadas cadenas de televisión sobre nuestros menores, podríamos contrarrestarla con una adecuada utilización de otras imágenes en aras de su mejor formación como seres humanos, tanto en los propios centros educativos como en nuestros domicilios. Por suerte, existen cientos de filmes con los que conseguir esta meta.
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