Con frecuencia olvidamos la inmensa fortuna que
supone estar vivos, el enorme privilegio de seguir en este mundo asistiendo a
acontecimientos tan emocionantes como consolidar una relación sentimental de
años, ver crecer a nuestros hijos o luchar profesionalmente por conseguir,
desde la humildad, un mundo mejor.
Yo siempre procuro tener esta idea presente en mi
día a día, como una brújula que marca mi norte, como un faro que guía mis
pasos, como una respuesta a las dudas que, en ocasiones, me asaltan.
Este fin de semana he sido inmensamente feliz y
quiero compartir mi felicidad con sus “culpables”. Veinticinco años después, me
he reencontrado con mis compañeros de promoción universitaria en lo que ha sido
una de las experiencias más sentimentales que han hecho diana en mi corazón.
Allí estábamos todos, distintos por fuera pero
iguales por dentro, otros cuerpos pero idénticos espíritus. Nuestros armazones,
con más canas, con más kilos, con más arrugas, con más zarpazos del destino, albergaban
sin embargo los rasgos juveniles de nuestras almas ochenteras, los proyectos de
entonces, las ilusiones, los afanes, cierta ingenuidad aún a salvo.
Cuántos recuerdos rescatados, cuántas vivencias
compartidas, cuántas ganas de disfrutar entre risas y copas, cuánto afecto intacto
un cuarto de siglo después. Gracias por todo, compañeros, colegas, AMIGOS.
Nunca cruzar un océano compensó más.
Y es que la vida me ha demostrado que tiene sus
razones y que debo comprenderlas sin temor, aunque puntualmente me cueste
entenderlas y aceptarlas.
Porque todo pasa por algo.
Porque saber esperar tiene premio.
Porque el cariño verdadero no entiende ni de
distancia ni de tiempo.
Y, como telón de fondo, Pamplona. Siempre Pamplona. La
Perla del Norte. Mi preciosa ciudad a la que tanto añoro y de la que, en
realidad, nunca me he ido, porque visita mis sueños dormida y despierta.
Una nueva etapa de amistades recuperadas acaba de comenzar y en mi Tenerife
de adopción recojo su guante, rodeada de arena y mar en vez de bosque y río, escuchando folías en vez de jotas.
Pero, por encima de todo, dando un millón de gracias a quien
corresponda por seguir viva cinco lustros después, con la misma energía y encomendada a las musas para poder expresar mis sentimientos con palabras.
Amiga Myriam...
ResponderEliminarYo también quiero desnudarme, quitárme las armaduras que me protegen, y dejar a la vista mis sentimientos...
He sido inmensamente feliz durante el fin de semana. El día 6 de octubre de 2012 quedará en la memoria de mis células como uno de los días más felices de mi vida... Y quiero compartirlo... Quiero publicarlo a los cuatro vientos... Quiero dar gracias a todos los que habéis compartido conmigo ese día... Entre todos creamos un ambiente maravilloso... Había una enorme energía positiva que lo llenaba todo y que nos afectaba a todos...
Llegar a la Uni y reencontrarme con los antiguos compañeros fue como caer en un cuento... Como cabalgar en una nube por todo el universo...
Mirar, sonreir, saludar, abrazar... Conversar... Escuchar la voz conocida... Sentir el latido de otras almas muy cercanas...
Volver a la juventud plena, a nuestra época de estudiantes universitarios... Y contarnos lo mucho que nos queríamos entonces... Fue impresionante...
Descubrí cosas estupendas que en la carrera ni siquiera me imaginaba...
¡Me dijisteis cosas tan bonitas ese día 6 de octubre!... Creo que nunca había tenido un subidón de mi autoestima tan grande...
Y yo también dije lo que pensaba y lo que sentía... Con la libertad inmensa que en ese momento me inundaba por dentro... Fue maravilloso sentir lo mucho que quiero a mis antiguos compañeros... y poder expresarlo libremente...
Alegría, amor, amistad, libertad, felicidad: estas fueron mis principales sensaciones...
Gracias a todos.
Gracias a ti, Juan.
ResponderEliminarTodo lo que te dijimos es exactamente lo que te mereces por ser una persona tan excepcional.
Aprovecho también estas líneas para agradecerte tu emotivo escrito sobre el XXV aniversario de nuestra promoción. Me ha llegado al alma.
Un beso de todo corazón.
MYRIAM